No es casual que el levantamiento
del “cepo” haya sido la primera medida económica que tomó Macri a poco de
asumir el gobierno: respondía al diagnóstico de “Cambiemos” de los problemas
que atravesaba la economía del país, tanto como a los apoyos concretos con los
que llegaba al poder.
Según ese diagnóstico, el país no
crecía (luego ellos mismos dijeron que sí) a causa del “cepo”, y del
mantenimiento de un tipo de cambio bajo (“atraso cambiario”) que le restaba
“competitividad" al campo (“hay que sacarle el freno de mano”), a los sectores
exportadores y a las economías regionales.
Anunciada por Prat Gay y
desmentida luego por Macri en el debate con Scioli, la consecuencia directa e
inmediata del levantamiento del “cepo” fue la devaluación del peso, que significaba
una colosal transferencia de riqueza de los sectores populares y de ingresos
fijos, a los grupos más concentrados, en especial los ligados a la exportación.
Para peor y en el mismo contexto,
a la medida le siguió la eliminación de las retenciones a todas las
exportaciones agropecuarias (salvo las de la soja, que bajaron cinco puntos), a
la minería y a la industria: dijimos acá un par de veces que la historia
económica nacional no registraba antecedentes de que las dos medidas (quita de
retenciones y devaluación) se hubieran dado simultáneamente.
Por el contrario, a una fuerte
devaluación del peso le seguía siempre el establecimiento de retenciones, para
desacoplar los precios internos de los internacionales, y no “importar”
inflación; en especial de los alimentos y demás productos de la canasta básica,
que el país exporta.
Los efectos son conocidos: la
inflación desde diciembre no hizo sino acelerarse al doble mensual de los
niveles en que venía en los últimos meses del kirchnerismo, proceso drásticamente
agravado luego con los tarifazos en los servicios públicos; a punto tal que la
inflación de abril fue la más alta que se registre desde el 2002, en plena
crisis post convertibilidad.
Mientras esto sucedía, el
gobierno ponía en marcha un modelo de valorización financiera con desregulación
de todas las transacciones del sistema bancario y bursátil, y el desmantelamiento de todos los
controles para la entrada y salida de capitales; mientras el país cerraba el
acuerdo con los buitres y “volvía a los mercados”, comenzando otro ciclo de
endeudamiento.
La idea del gobierno era que con
el sólo levantamiento del “cepo” se produciría un shock de confianza, y
lloverían los dólares que faltaban para financiar el crecimiento. El apuro por
arreglar con los buitres y las condiciones en que se lo hizo, demuestran que
esa premisa fracasó estruendosamente, y los únicos dólares que han venido -aun
después de claudicar ante los buitres- son los del endeudamiento.
Los efectos de la caja de Pandora
abierta por el gobierno de Macri son devastadores por donde se los mire:
inflación, pérdida de empleo, merma del poder de compra del salario, caída de
la actividad.
Pero también están generando
ruido hacia el interior del bloque de poder económico que sustenta al gobierno,
sobre todo porque la ecuación de las variables tal como ha quedado dibujada ya
no favorece o conforma a todos por igual, y se suman tensiones.
Hace poco leíamos a Oña en Clarín sincerar la cosa: “Se sabe que salvo la financiera, que corre con viento a
favor, la inversión privada aguardará hasta ver un horizonte menos difuso. O
sea, el resultado de las paritarias; la marcha de la inflación y de la demanda;
los aumentos tarifarios pendientes y el tipo de cambio... ”.
Esa reticencia empresarial a
“ponerla” fue lo que motivó el llamado de Macri a Olivos para apelar a su
“sensibilidad” y pedirles que confíen en el gobierno e inviertan, y que paren
un poco la mano con los precios. Los indicadores hablan a las claras de que -al
menos hasta acá- la apelación presidencial no surtió efecto alguno.
Mientras tanto en un contexto de
altísimas tasas de interés y relativa estabilidad cambiaria los bancos (que
ganaron fortunas con la devaluación) son los grandes ganadores del “modelo”:
participan del festival de LEBAC’S, de las colocaciones de deuda y -sí,
también- del negocio del dólar futuro.
De otro lado y pese a la
devaluación y la eliminación de retenciones, las “economías regionales” no
repuntan: lechería, vitivinicultura, yerba mate, fruticultura son solo algunas
de las actividades que no solo no mejoraron con Macri, sino que están peor que
antes. Lo cual demuestra -entre otras cosas- que los problemas no pasaban por
el tipo de cambio, o al menos no solamente por ahí.
Desde el complejo
sojero-cerealero -que incrementó sus ventas al exterior más por una mejora
relativa en los precios que por las medidas del gobierno- ya están planteando
que la suba de los costos (en especial el combustible) se “comió” buena parte
de la “competitividad” recuperada con la devaluación y la quita de retenciones.
Algo parecido (más grave si se
quiere) acusa la industria, a la que le suben los costos por los tarifazos de
luz, gas y nafta, y le merman las ventas por la caída del consumo en el mercado
interno, y la debilidad de la demanda brasileña. Por eso algunos -como Rattazzi-
están hablando desde allí de “no enamorarse de un dólar barato”, y reclaman
otra mega-devaluación para llevarlo a 18 o 19 pesos, o más.
Ni hablar cuando el modelo de apertura de las importaciones que el gobierno puso en marcha colisiona de frente contra los intereses de sectores que tienen posición dominante o monopólica en el mercado interno y escala para exportar, pero ven con preocupación una invasión de productos industriales chinos, a precio de dúmping. ahí anda Techint extorsionando al gobierno de Córdoba y al de la Nación amenazando con despidos masivos, si no lo dejan participar de la obra del gasoducto provincial.
Ni hablar cuando el modelo de apertura de las importaciones que el gobierno puso en marcha colisiona de frente contra los intereses de sectores que tienen posición dominante o monopólica en el mercado interno y escala para exportar, pero ven con preocupación una invasión de productos industriales chinos, a precio de dúmping. ahí anda Techint extorsionando al gobierno de Córdoba y al de la Nación amenazando con despidos masivos, si no lo dejan participar de la obra del gasoducto provincial.
Todo lo cual configura un
panorama oscuro a futuro, porque como dijimos cuando arrancaba el gobierno de
Macri, no termina de estar claro cuáles serán los motores del despegue para
que el país vuelva a crecer; luego de que la actividad se desplomara como
consecuencia no de la “pesada herencia recibida”, sino de las medidas tomadas
por el gobierno de "Cambiemos".
El plan económico se acerca a
pasos acelerados a un cuello de botella donde las tenazas del dólar, la inflación y las tasas de interés son un problema mucho más serio que los
malabares de Sturzenegger: las divergencias hacia el interior del bloque que
respaldó la llegada de Macri al gobierno y se benefició con sus primera medidas
suelen saldarse (así ha sido siempre en el pasado) con mega-crisis, porque los
que tironean de un lado u otro lo hacen fuerte, y tienen con qué.
Para los sectores populares una
nueva devaluación (en busca de la “competitividad erosionada por la inflación”)
sería una auténtica catástrofe que empeoraría aun más las cosas de lo que ya lo
están, pero para el gobierno generaría un problema de magnitud ya no solo
económica sino fundamentalmente política; y un problema que hay que ver si
tienen -Macri y su gobierno- espaldas políticas para manejar.
El gobierno está en ese lugar incómodo en el que no tiene las vocación ni el deseo de desandar el camino andado, pero tampoco le resultaría tan sencillo regresar al punto de partida con otra shock devaluatorio para recuperar "competitividad", porque además se está endeudando fuerte en dólares, y quiere que le cierren las cuentas públicas.
Pero insistimos: aunque el problema parezca económico (y lo es, en buena medida) es sobre todo político, y de magnitud.
El gobierno está en ese lugar incómodo en el que no tiene las vocación ni el deseo de desandar el camino andado, pero tampoco le resultaría tan sencillo regresar al punto de partida con otra shock devaluatorio para recuperar "competitividad", porque además se está endeudando fuerte en dólares, y quiere que le cierren las cuentas públicas.
Pero insistimos: aunque el problema parezca económico (y lo es, en buena medida) es sobre todo político, y de magnitud.
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