Se pelean con la
UIA, porque salieron a plantear su preocupación por la apertura indiscriminada
de las importaciones, el aumento de las tarifas y la caída del consumo; y la respuesta fue
tildarlos de llorones, chicanearlos con Moreno y hacerlo meter preso a Lascuraín bajo
el cargo de... haber bancado algunas políticas del kirchnerismo.
Se pelean con
Moyano porque no acepta negociar a la baja el convenio de Camioneros, lo
carpetean por intermedio de la hormiga Ocaña y le hacen allanar con la cana la
obra social del sindicato.
Quieren sancionar a
Central porque los hinchas entraron un ataúd con el nombre de Macri a la
cancha, y el chupaculos rompe huelga de Marconi quería suspender los partidos
donde las hinchadas canten el hit del verano.
Eligieron como
blanco predilecto a los docentes para escarmentar en ellos todos los reclamos
salariales y laborales que se originan en no aceptar ni la flexibilidad
laboral, ni el cepo a las paritarias; les rompieron la paritaria nacional y
fogonean desde el ejército de trolls campañas de desprestigio contra Baradel o
Sonia Alesso.
Siguen buscando
provocar a Cristina para sacarla de las casillas y subirla al centro del ring,
para que se hable de ella y de su gobierno, y no de lo que está pasando en el
país.
Antes se habían
peleado con el Papa, los mapuches y los familiares de las víctimas del ARA San
Juan.
Y ahora la rematan
peleándose con Calabrese y “Cocineros Argentinos” por haber pasado en el
programa el hit del verano, aun sin cantarlo; con lo cual no hicieron más que
confirmar que el tema les jode, porque visibiliza el descontento de -al menos-
una buena parte de la sociedad con sus políticas.
Si la economía
anduviera realmente también como dicen y tuvieran el control total de la
agenda, evitarían todos estos conflictos o tenderían a encapsularlos; pero la
realidad es que la cosa no camina, y a eso hay que sumarle su tolerancia cero
visceral a toda forma de disidencia, crítica, oposición o protesta.
No importa si esta
se traduce o no en paros, movilizaciones u obstáculos puestos a sus
iniciativas, y no vacilan en apelar a todos los medios represivos a su alcance,
por derecha o por izquierda, por los canales formales o por las vías del
apriete.
Tampoco interesa si la crítica es pública, o intramuros; y hasta les molesta que no haya apoyos totales e irrestrictos a cada iniciativa que plantean.
Todo lo señalado no es una
muestra de la fortaleza del gobierno, sino exactamente de lo contrario: de su
debilidad, de su profunda incapacidad política para encauzar las cosas; que es
consecuencia a su vez de la total falta de alternativas viables a un proyecto
que fracasó en el país cada vez que se ensayó, y todo indica que volverá a
fracasar en este nuevo intento.
Todo esto, claro
está, no implica que la oposición capitalice el descontento social y el
desconcierto del gobierno; ni que el gobierno deje de tener disponibles todas
las herramientas para perseguir y reprimir al que se le cante, en tanto se
oponga a sus deseos, pero precisamente allí radica el problema: si algo está claro
en éste contexto es que nadie (sea cocinero, sindicalista, empresario o Papa)
está exento de caer en la mira, el carpetazo judicial y el anatema
presidencial.
Y un plan económico
inviable en un contexto creciente de descontento social al que desde el Estado
se le responde con autoritarismo político, no puede tener buen final.
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