miércoles, 7 de marzo de 2018

PERDÓN POR LA INSISTENCIA


Hace unos días en un par de entradas (ésta y ésta otra) planteábamos una serie de ejes para la discusión sobre la unidad opositora de cara al 2019, con la intención de promover un debate sobre los contenidos de esa unidad; porque debate sobre sus límites o bordes, sobreabundan. Acá Oscar Cuervo en su blog retoma el punto, con mención a nuestros posteos previos, y dejamos nuestro comentario.

Hoy nos vamos a permitir insistir en el tema desde otro costado, que es el contexto en el que la oposición al gobierno de Macri se propone diseñar una alternativa electoral competitiva para ganarle a “Cambiemos” en las próximas elecciones presidenciales.

Al paso que van las cosas (y nada hace pensar que la tendencia vaya a cambiar en los 21 meses que le restan a Macri de su mandato), el nuevo gobierno recibirá un país mucho peor que el que Cristina le transfirió a Macri en diciembre del 2015: más endeudado, más vulnerable a los shocks externos, más desigual, con mayor pobreza, con deterioro de todos los indicadores sociales, con desequilibrios productivos profundizados, con mayor restricción externa, con menos tejido industrial y desarrollo autónomo en todo sentido (incluyendo el despliegue de las capacidades propias del conocimiento y la investigación), con menor piso de protección social, con empleo de calidad en retroceso, con los trabajadores perdiendo participación en la distribución del ingreso nacional y muy posiblemente, con menores derechos laborales y mayor flexibilización; dependiendo esto último del grado de resistencia sindical.

Todo eso sin contar los graves retrocesos en materia de calidad institucional, vigencia de las libertades públicas y garantías constitucionales, y respeto por los principios del estado de derecho. Como decíamos acá a propósito de la movilización del 21F, si al gobierno “le va bien”, a la mayoría de los argentinos a los que les está yendo mal, les irá peor; está en la dinámica del propio proceso y del programa político y económico que ejecuta “Cambiemos”.

La magnitud de los problemas que heredará el futuro gobierno es directamente proporcional a la profundidad de las medidas que deberá tomar para resolverlos, desde el primer día; porque de lo contrario su propia gobernabilidad estará en juego. La ilusión de una política sin conflictos y de una gestión en la que es posible ”ponernos de acuerdo en tres o cuatro cosas fundamentales, con diálogo y consenso” ha quedado bruscamente desmentidas en los hechos por la gestión de Macri y el gobierno de los CEO´s, abocados desde el primer día a profundizar la verdadera grieta: la de la desigualdad en la distribución del ingreso, y del goce de los derechos y la distribución de las cargas sociales, en general.

Aun cuando la unidad opositora (o al menos la unidad más amplia posible entre las “oposiciones”) se propusiera como programa mínimo de gobierno restaurar las condiciones existentes en el país en diciembre del 2015, los desafíos serán mayúsculos; no hablemos ya si de lo que se trata es de encarar las grandes reformas estructurales pendientes y necesarias.

A lo ya expuesto sobre el preocupante cuadro de deterioro de la situación económico-social, hay que sumarle las dificultades de garantizar la gobernabilidad en un contexto complejo; con el núcleo de los grandes intereses concentrados tradicionales del país -preexistentes al gobierno de Macri- reforzados considerablemente por las políticas de éste, y los “nichos de intereses creados” desarrollados durante la administración de “Cambiemos”: baste repasar lo que pasó y está pasando en el mercado de la comunicación, las low cost, los “contratos de participación pública privada”, la energía, el sistema financiero y la deuda, para darse una idea de lo que estamos diciendo.

El bloque de poder real dominante (del cual Macri y su gobierno provienen) fue reforzado aun más -si es posible- por decisiones deliberadas de retirar a la política de ciertas zonas en beneficio del mercado; mientras el Estado está siendo colonizado a diario por intereses corporativos que orientan la regulación pública en su propio beneficio, pero cantando loas a las bondades de la “mano invisible”; todo lo cual configura un panorama desolador de pérdida del espacio de autonomía de las instituciones democráticas que solo podrá revertirse con una enorme densidad de construcción política alternativa (que es algo más profundo y complejo que diseñar una alternativa electoralmente competitiva), que a fuer de ser sinceros, no sabemos si el conjunto de la oposición está en condiciones de generar de acá a diciembre del año que viene.

Otro tanto cabe para los liderazgos, aspecto de imprescindible análisis en un país con tradición presidencialista como el nuestro: sin plantear a priori quiénes pueden o no encarnarlo, y sin sostener que de llegar al gobierno haya que entrar “rompiendo todo"·desde el primer día, todo indica que no será un momento para tibios ni para componedores, porque cualquier muestra de falta de decisión será leída como lo que es: una muestra de debilidad, y el poder “real” obrará en consecuencia; máxime si entiende amenazados privilegios o posiciones conquistadas.

El armado de una oposición “amplia” supone bastante más que buena cintura para la arquitectura electoral: se trata de construir una coalición social lo más amplia posible entre quienes son -y serán- objetivamente dañados por las políticas del gobierno, y quienes medien en su representación. Claro que ganar la elección es lo más importante y próximo, porque de lo contrario todas las demás preocupaciones son abstractas, pero eso no quita nada a  que ciertas inquietudes se planteen desde ahora.

En ese sentido el tendido de puentes hacia el sindicalismo (buscando recomponer una alianza que perduró hasta el 2012, más o menos) es una tarea imprescindible, que requiere poner en la mesa de discusión de cara a un eventual gobierno cuales son las condiciones y los incentivos bajo los cuáles se estructura la alianza, desde el empleo al salario, pasando por la discusión sobre otras cuestiones como las condiciones de trabajo, las obras sociales, las paritarias o Ganancias.

Otro tanto vale para los sectores del peronismo que tienen responsabilidades institucionales (como los gobernadores, intendentes, legisladores) incluyendo a los que hoy están bajo el paraguas del massismo: muchos de ellos optaron hasta acá por hacer “oposición responsable” al gobierno de Macri no solo por una actitud pragmática de conservación de los espacios detentados; sino por compartir con el gobierno que había cosas “que debían hacerse” (como el arreglo con los fondos buitres, el levantamiento del “cepo” y de los controles de capitales y divisas, la salida a los mercados de deuda, o el aumento de las tarifas de los servicios públicos), y siendo así las cosas, es preferible que el trabajo sucio lo haga la administración de “Cambiemos”, para que un eventual gobierno futuro de la actual oposición encuentre el camino despejado.

Aun cuando esos sectores se reconviertan en opositores frontales en los tiempos por venir, en clave pragmática y a la luz de las encuestas que marcan el deterior del gobierno y del presidente, no hay garantías futuras de que no le saquen el día de mañana el culo a la jeringa si las cosas se ponen bravas, y se pondrán bravas, de un modo u otro.

Dicho con ejemplos, para que se entienda: si hubiera que restablecer las retenciones, los controles al movimiento de capitales o las restricciones al libre acceso a las divisas (medidas que seguramente habrá que tomar, por la “pesada herencia” que dejará Macri), ¿estarán dispuestos a bancar las consecuencias en términos de reacción de los intereses afectados y riesgos para la gobernabilidad?

Y que no se diga que estos últimos disminuyen si el armado opositor transita en un eventual gobierno post Macri por la senda de “administrar la crisis”, sin tocar demasiado nada: ya sabemos lo que pasó en el gobierno de la Alianza, cuando se creyó posible la utopía de sostener con respirador artificial un modelo agotado e inviable, sin decidirse a introducir cambios de fondo.

Si la oposición acrecienta sus chances de ganar en el 2019, es porque de acá a entonces el gobierno, su gestión y su imagen se siguen deteriorando, sobre todo por los resultados de la economía; y en la misma medida, se le irá complejizando el panorama en el que eventualmente debería asumir el gobierno. Ni hablar si se produce una crisis sistémica por el lado de la deuda, o por otro, atento las enormes inconsistencias del programa económico.

Es decir: si la transición cuando se vaya Macri se produce en el contexto en el que ellos esperaban que se produjera el final del mandato de Cristina, y no se dio: en esos casos bien sabemos (por las experiencias de 1982, 1989 y 2001) como actúa el verdadero poder de la Argentina, y quiénes terminamos pagando los costos.

2 comentarios:

  1. Lo que me temo es que no haya mucho margen para "gobierno de transición", con esta porquería virreinal, la verdadera pesada herencia, con el tendal de víctimas en esta tierra arrasada, desde el obrero, el bolichero y el industrial PYME, no va a ser tímido ni muy paciente a la hora del reclamo... ¿cuák sería la salida?, buenos modales, "gradualismo y consensos"?, o una reedición de la doctrina chocobar pero light?. No es joda, sin contar la inercia de las principales "virtudes" del virreinato.
    Hay demasiadas cosas en el aire, todas jodidas y lo que se ve discutir son básicamente boludeces y candidaturas, a este paso, cagamos....

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  2. Hay un solo sector, el mismo que desde 1946 viene evitando la caída al abismo de los sectores populares. Y hay una sola persona que puede liderar para reflotar un barco al que cada día el macrismo deliberadamente, hunde más y más.
    Y como siempre, habrá que tener un criterio frentista para lo electoral, y después de las elecciones, luego del actual gobierno clasista, habrá que tener otro gobierno clasista.
    El Colo.

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