lunes, 25 de junio de 2018

MEJOR HABLARLO ANTES


Que el kirchnerismo cometió errores de gestión y construcción política que le restaron apoyos sociales y llevaron al triunfo de Macri (aunque no hayan sido esas las únicas causas), es algo que está fuera de discusión; tanto como que los errores de gestión se resuelven gestionando y no estando en el llano, y para gestionar hay que ganar elecciones, y ser gobierno; y para eso hay que acertar con la construcción política y la definición de una propuesta electoral. 

Sin embargo, el capítulo de los errores de gestión debe ser revalorizado a la luz de los 30 meses que lleva el gobierno de Macri, no solo por aquello de “después de mí vendrán los que bueno me harán", sino porque en el listado se suelen enumerar “errores”, que revelaron no ser tantos, ni tales ni tan grandes: el desendeudamiento, la administración del comercio exterior, las retenciones, los controles al flujo de capitales, la pesificación de las tarifas y los subsidios, la inclusión y movilidad previsional, el distanciamiento con el FMI, por citar algunos.

Producida la derrota en el balotaje, los que empezaron a reclamar autocrítica y pasos al costado o dieron la etapa kirchnerista por superada definitivamente, podían agruparse en dos grandes vertientes: los que criticaban el rumbo del proceso por no haber profundizado determinadas cuestiones (el “segundo tomo”) y los nostálgicos del menemismo, para los cuáles el kirchnerismo había sido una anomalía pasajera que no se volvería a repetir, en tanto introdujo una dinámica del conflicto que alteraba la “gobernabilidad” democrática post dictadura, y por ende ponía en peligro las posiciones de poder trabajosamente conquistadas.

Distinguir a unos y otros es a veces dificultoso a la luz de la experiencia posterior (la eterna promesa de construcción del “post kirchnerismo” en el peronismo), porque suelen confundirse en un solo objetivo: impedir que el kirchnerismo vuelva a ser hegemónico o dominante al interior del peronismo, confluencia sin la cual no se entienden cabalmente algunos alineamientos, y los bordes de algunos intentos de unidad. También desde ese lugar se comprende que la demonización que hicieron  Macri y su gobierno del kirchnerismo y de Cristina (intentando erradicarlos del territorio de la política, para remitirlo al de los tribunales) fue asentida en silencio por buena parte del peronismo, o peor aun, acompañada explícitamente; en algunos casos hasta hoy.

Lo curioso es que los que pedían autocrítica al kirchnerismo por haber posibilitado que Macri ganara, no fueron luego (con Macri en el gobierno y con la “campaña del miedo” hecha realidad, y quedándose corta) más y mejores opositores al nuevo gobierno que el kirchnerismo, sino menos: desde los que votaron todo en el Congreso (en especial las leyes troncales del programa económico), hasta la dirigencia de la CGT que pactó con él la administración del conflicto social; lo cual nos remite a otra constatación: los desgajamientos del dispositivo kirchnerista posteriores al 2011, leídos no entonces (es decir, aun asumiendo que las razones que esgrimieron para irse cada uno en su momento hayan sido valederas), sino hoy, no fueron para mejorar; ni en términos electorales, ni de capacidad de representación, ni de progresividad de la propuesta política. Lo cual no deja de ser un enorme problema para el campo nacional y popular.

La política en definitivas -lo asuma o no- es cuestión de representación: elegir que intereses se representará, a que sectores se expresará y cuales son en consecuencia los lineamientos ideológicos, las propuestas, las prioridades. Y ahí aparecen diferencias, que muchas veces se quieren tapar en atrás de la unidad. Lo raro es que muchos que piden autocrítica y debate interno, no pidan con el mismo énfasis debatir sobre esas cuestiones acuciantes en el presente, sino sobre el pasado: están más enojados con Cristina porque no termina de desaparecer del mapa, que con Macri, su gobierno y sus políticas.

Por momentos pareciera que a algunos les gusta todo el kirchnerismo (o por lo menos sus políticas centrales), menos Cristina, lo que recuerda cuando algunos aspiraban a construir el peronismo sin Perón; en los tiempos de la proscripción y la resistencia cuando solo la esperanza popular mantenía viva la posibilidad de un retorno que parecía improbable y por momentos imposible, mientras otros pensaban en la necesidad de ser pragmáticos, y dar vuelta la página. No estamos comparando los personajes y su escala histórica, sino apuntando la similitud de especulaciones sobre capitalización de herencias políticas vacantes.

Existe una tendencia (en la que también incurren muchos sectores del kirchnerismo) a confundir conducción (que supone aceptación por el conjunto de los dirigidos, en especial dentro de la superestructura política) con liderazgo social; que es otra cosa, pero no se puede ignorar y pretender construir desde allí una conducción como si ese liderazgo no existiese, porque no hay conducción política que resista no ser convalidado electoralmente. Y si la disputa es por el lugar del kirchnerismo dentro del peronismo, ya fue saldada por el electorado, más allá de lo que piensen los dirigentes: ahí están (en contextos diferentes) los ejemplos de las elecciones pasadas en Santa Fe y la provincia de Buenos Aires, sin ir más lejos.

Pero volvamos a la política como cuestión de representación: el acuerdo con el FMI y sus derivaciones (reformas al Banco Central, liquidación del FGS, ajuste) y la renuencia del peronismo federal y del massismo a compartir escenario con el kirchnerismo rechazándolo deja algunas cosas más o menos claras, más allá de explicaciones para imberbes como las que ensayó Felipe Solá: menos de un mes antes, un millón de personas se movilizaron al obelisco para rechazar la vuelta al Fondo, pero él no se enteró.

Por un lado hay un peronismo nostalgioso del menemismo (Pichetto, Urtubey, Schiaretti) que comparte la necesidad del ajuste ejecutado por Macri y su rumbo, y que supone que es mejor que lo haga él y sufra el desgaste, desbrozando el camino futuro de un gobierno opositor que ya no tendría que pagar ese costo. No aprendieron del ejemplo de Cafiero apoyando el ajuste de Alfonsín, para terminar pagando el costo de perder la interna con Menem: el deterioro político de un ajuste arrastra al que lo ejecuta, y al que pudiendo oponerse a él, opta por acompañarlo.

Por otro lado está Massa con los restos de su Frente Renovador, con De Mendiguren, Solá, Arroyo, Camaño y Lavagna; expresando a los sectores de la “patria devaluadora” que protagonizó el 2002 y la salida de la convertibilidad, y ve en la libre flotación del peso pactada con el FMI y el dólar alto una nueva oportunidad para repetir la maniobra; compensando la colosal transferencia de recursos hacia los sectores exportadores (agropecuarios y de bienes industriales) que supone una devaluación, con algo de asistencialismo social administrado, para lo cual incluso la AUH y la altísima inclusión previsional heredadas del kirchnerismo constituyen un piso superador del Plan Jefes y Jefas de Hogar de entonces. 

Y como señaló con acierto Claudio Scaletta, un dólar alto hace innecesaria una reforma laboral que no tiene muchas posibilidades de progresar en el Congreso, al menos por ahora, o por lo menos no tan apremiante como objetivo. A la inversa, si la segunda ronda del modelo de valorización financiera que pareciera arrancar con el acuerdo con el FMI y la -sobre todo- la declaración de la Argentina como "mercado emergente" vuelve a apreciar el tipo de cambio, se volverá a poner a la flexibilización de la fuerza de trabajo en primer lugar en el orden de necesidades del capital. 

Es posible que incluso esos sectores coincidan con el kirchnerismo en la necesidad de regular o limitar a la “patria dolarizadora” que hoy gobierna, es decir a los agentes del sector financiero; porque el modelo de valorización financiera plantea un esquema que a la larga o a la corta es pernicioso para sus intereses. Pero tampoco van a dar la vida en el intento, por ejemplo reponiendo los controles de capitales y las demás medidas que nos sacaron de economía emergente para ser de frontera; sobre todo porque los sectores empresarios a los que representan son tan afectos a la fuga de capitales como Macri y todo su gabinete, y no verán nunca con malos ojos la relajación o eliminación de los controles que lo impidan.

No sería raro que alguno de ellos, de cualquiera de las dos variantes señaladas, celebre el dictamen de MSCI para que seamos "mercado emergente", de allí la tibieza con la que encararon el rechazo al acuerdo con el FMI, “pidiendo leer la letra chica” como si hubiera algo rescatable; y de allí la “perplejidad” con que otros (Bossio, Tundis) recibieron sus desvastadoras consecuencias sobre el sistema de seguridad social. Por el contrario, si hoy estamos en el medio de un paro general de la CGT es porque la realidad pasó por encima a su conducción, llevándola a un lugar al que se empeñó dos años y medio en no llegar. 

En lo que va del gobierno de Macri, el kirchnerismo intentó (lo que no quiere decir que lo haya logrado) asumir la representación de los sectores más golpeados por sus políticas: jubilados, trabajadores, científicos, docentes, Pymes, beneficiarios de pensiones y planes sociales; lo que estuvo muy patente en la campaña de Cristina en la provincia de Buenos Aires, y en sus participaciones en el Congreso y en las movilizaciones callejeras del período, aspecto éste último (el de ganar la calle para ponerle freno al gobierno) que es hasta acá ajeno a las prácticas del massismo y del “peronismo racional”.

También intentó (que lo haya conseguido o no es otra historia) hacer “autocrítica en acto”, en lugar de flagelaciones públicas inconducentes: resignó todo planteo de que se  aceptara incondicionalmente el liderazgo de Cristina como prerrequisito para sentarse a conversar, tendió puentes con otros sectores resignando incluso protagonismo en las movidas parlamentarias y pasando por alto que muchos de ellos son afectos a poner “bolillas negras”; sin que hasta acá exista reciprocidad.

En toda posible convergencia opositora para una unidad amplia estas cuestiones (especialmente la discusión sobre lo que se aspira a representar en definitivas) no pueden no estar arriba de la mesa, para evitar malentendidos desde el vamos, o dicho de otro modo: lo que hoy no puede unirse para funcionar eficazmente como oposición, difícilmente mañana pueda atraer voluntades para ganar una elección, y luego funcionar cohesionadamente como gobierno. Lo contrario es un intento de barrer la mugre bajo la alfombra, sin tener siquiera garantías de que resulte eficaz en términos electorales.

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