Conforme el régimen macrista se deteriora, se multiplican los más o menos famosos “arrepentidos” de haber votado por “Cambiemos”, o de haber creído que gobernando podrían ser distintos de lo que realmente terminaron siendo: desde figuras de la farándula hasta “líderes sociales” (?) como la hermana Marta Pelloni, pasando por “intelectuales” de toda laya, hacen fila para contarnos que están decepcionados, porque las cosas no son como creyeron.
Precisamente en
estos últimos especimenes (los “intelectuales”) queremos detenernos, a partir
de las últimas declaraciones de personajes como Beatriz Sarlo o Tomás Abraham,
que curiosamente también “decepcionan” al gobierno, como lo muestra el inefable
ministro Avelluto en la imagen de apertura. Que cosa esta la de las esperanzas
recíprocas frustradas entre cierta gente, che.
El fenómeno no es
nuevo, y por el contrario como decía Perón, es más viejo que mear en los
portones. Tan viejo que ya lo describía don Arturo Jauretche en “Los profetas
del odio” hace más de 60 años: esto del “intelectual” prestigiado por la
superestructura cultural hegemónica imperante en el país que sirve tanto para
un barrido como para un fregado, y en cuyos méritos personales o trayectoria
nadie repara en serio, porque la utilidad del “intelectual” es dar su opinión
sobre cualquier cosa (incluso algo sobre lo cual no tenga la más remota idea,
poco importa), en el momento preciso.
Y más aun: en el
sentido preciso que la maquinaria de construir prestigios necesita, porque el
intelectual sirve, si arrima agua para el molino de ellos. En cuanto se les
rebela y empieza a pensar por él mismo, con riesgo de dispararse para otro
lado, le apagan los focos y listo, fue.
Abraham y Sarlo son
dos bochines (en términos jauretcheanos) bien representativos de como funciona
el dispositivo: aureolados con cierto aroma de “izquierda progre”, lo que digan
puede seducir a cierto público de clase media paparulo, y con aprensión a las
formas concretas con las que se presentan en nuestro devenir histórico los
procesos políticos populares.
Desde el 45’ para
acá, gorilas liberales de izquierda más o menos perfumada, para ser más
precisos: su infalible método “intelectual” de análisis los llevará a estar
siempre en la vereda de enfrente del peronismo, sin errarle nunca. Repase cada
uno mentalmente la descripción, y verá que puede sumar muchos más figurones
pasados y actuales que perfectamente cabrían en la misma, porque la cantera es
inagotable.
Claro que cuando
lee a Abraham o Sarlo manifestando sus perplejidades porque el macrismo es como
es y no como ellos pensaron que era, cabe preguntarse que clase de intelectual
es aquel que, autotitulándose “analista político” o dejando que le pongan el
rótulo sin atajarse, es completamente incapaz de ver lo obvio, lo que puede detectar
el hombre común de la calle; con solo apagar la radio o la tele un rato y
ponerse a pensar.
¿O acaso es preciso
el auxilio de un “intelectual” de éstos para darse cuenta de que Macri es un
garca, siempre lo fue, está apoyado y sostenido por garcas, formó con garcas su
gobierno que será, forzosamente y por imperio de los intereses que defiende y
representa, garca antes que nada y por encima de todo?
Una pifia de tal
magnitud debería descalificar a cualquier presunto “intelectual” para seguir
opinando en lo sucesivo, o para que su opinión fuera tenida en cuenta, pero ya
sabemos que no será así: el sistema funciona de un modo tal que el personaje
que funge de “intelectual” sea reutilizable, cuando se lo vuelva a necesitar.
De allí que las
“decepciones” o “arrepentimientos” son doblemente funcionales: le sirven al
“intelectual” para marcar distancias a tiempo antes de que todo estalle por los
aires, y evitar de ese modo ser sindicado como cómplice de los desastres que
apoyó, o contribuyó a instalar. Como el gobierno de Macri, ponéle.
Y salvar al
intelectual del incendio le sirve al sistema, porque así conserva un recurso
para sacar a la cancha en el momento oportuno, para cumplir la misma función de
siempre: distraer, engañar, conducir a vías muertas de paja progresista, o liso
y llano colaboracionismo con experimentos políticos de derecha pura y dura,
como el actual.
Lo importante es
que no aporten para el lado de las mayorías populares, ni permitan que estas se
construyan con los límites más amplios posibles, porque eso las torna
peligrosas. Cumplido ese rol, les perdonan hasta ciertas veleidades
izquierdosas que no molestan, y por eso los amplifican; de paso validan al
propio sistema de fabricar prestigios, dándole una pátina de pluralista.
Es un rol bastante
parecido al de los economistas talibanes del neoliberalismo como Espert, Broda
o Milei, que aparecen criticando al gobierno por derecha y sirven para dos
fines: permitirle al gobierno disfrazarse de progre mostrando espantajos
supuestamente peores que ellos, y evitar que se discuta el modelo económico,
que es lo que no sirve. De ese modo, siempre podrán echarle la culpa a los
malos ejecutantes circunstanciales.
Por eso a los nabos
estos, a los Sarlo y Abraham de la vida, no hay que darles pelota nunca, ni
siquiera cuando dicen algo parecido a lo que pensamos nosotros: de lo contrario
se los alimenta para que sobrevivan hasta la próxima pifia. Como diría Miss
Bolivia, a la gilada ni cabida.
Un crédito para el optimista y fallido Ale Rozichner ("intelectual" de nivel ligeramente inferior a los mencionados).
ResponderEliminarPor lo menos no traiciona.
¿O será que se pasó de rosca y ya no tiene marcha atrás?.