viernes, 15 de marzo de 2019

¿EL AMOR VENCE AL ODIO?


A Cristina no le podemos pedir más nada, desde aquel 27 de octubre de 2010 en que perdió a Néstor. Si en ese momento hubiera decidido que no iba a ir por la reelección, o que abandonaba su carrera política, o hasta renunciaba a la presidencia, nadie podría haberle reprochado nada. Pero siempre prevaleció en ella el sentido de la responsabilidad política, que trasciende las desgracias personales, o las circunstancias desfavorables.

Casi nueve años después, y a propósito de la enfermedad de Florencia, estamos en el mismo punto: lo que ella decida hacer respecto a su futuro estará bien, y ni nosotros ni nadie puede exigirle nada sobre eso, porque ante todo con ella nos vinculan el afecto, la gratitud y el reconocimiento de su inmensa estatura política, agigantada con el paso de los años, y -también, como no- de los que la sucedieron en las mismas responsabilidades que el pueblo le confirió dos veces con su voto. Pensemos simplemente que hace muy poco, y sabiendo ya de la enfermedad de su hija, tuvo la entereza de decir verdades que otros callan por temor, en pleno Congreso de la nación.  

Pero estas líneas no se tratan de especular sobre si será o no candidata a la presidencia, menos en estas circunstancias, sino de poner sobre el tapete como la noticia de la enfermedad de Florencia Kirchner, vimos florecer los viejos odios enquistados en la sociedad argentina, tan enquistados que parecen el auténtico "combustible espiritual" de algunos; aunque en algún momento se hayan disfrazado de "la revolución de la alegría", con globos de colores incluidos. Odios de personajes minúsculos en busca de notoriedad, o de gente común, en las redes sociales, para el caso da lo mismo.

En la Argentina el odio en general y al peronismo y sus figuras en particular es bastante más que un sentimiento individual: es una identidad política, una tradición y -como podemos ver otra vez, en estos días- un proyecto político. O en todo caso, la argamasa que une a muchos sectores de la sociedad, en defensa cerril de un proyecto que beneficia solo a unos pocos; o en el levantamiento de trincheras para que -simplemente- no regrese la bestia negra del populismo, el hecho maldito del país burgués del que hablaba Cooke. Jauretche decía que las mayorías no odian, porque ansían conquistar derechos que les han sido negados; sino que lo hacen las minorías, porque temen perder privilegios. 

A propósito del odio como motor de las identidades políticas,  se escribió acá hace varios años: "El odio explícito, brutal y ciego, que se expresa con toda su carga de pasión innoble que no se detiene ni siquiera ante el más cierto y común de los hechos humanos como la muerte, o su cercanía o probabilidad: por el contrario, la festeja, la desea o la anticipa. Todos hemos sentido alguna vez odio por algo o por alguien, pero cuando ese odio se descarga sobre una figura pública, sin dejar de ser un sentimiento personal e intransferible, se convierte en un fenómeno social con explicaciones y proyecciones políticas. 

Y por irracional que parezca (en tanto subordina y anula a la razón), el odio tiene siempre causas, motivos, razones; que a quien odia le parecen suficientes para odiar, o que lo llevan a hacerlo, sean o no valederas para otros. Esa circunstancia no cambia cuando el odio se manifiesta como un fenómeno social, en todo caso llama a interpretar sus causas en clave política: los que odiaban a Evita o a Perón, como los que odian a Cristina u odiaron a Néstor, más allá de cuestiones personales, de gustos o posturas estéticas, odian por motivos políticos. O en todo caso, esos gustos y posturas que llevan a odiar tienen un sentido político; nos guste o no; y hay que tratar de trascender la condena moral del odio como expresión de lo peor de la condición humana -aunque implique sublimar los propios odios que despierta ese odio- para encontrar ese sentido. 

La historia argentina -como la del mundo en general- es pródiga en odios, pero no creo equivocarme si digo que el odio que despierta el peronismo es uno de los más arraigados y persistentes: una obstinación de muchos sectores de nuestra sociedad; por decirlo en palabras de José Pablo Feinmann, tan en boga estos días; que cae sobre Cristina hoy, como cayó sobre Evita ayer, porque ambas están inscriptas en esa gran tradición política nacional que es el peronismo. Y no se trata de victimizar o autoexculpar al peronismo: muchos lo odian por autoritario, prepotente, soberbio, violento o corrupto; y el peronismo ha sido eso muchas veces, incluso en perjuicio de los propios peronistas. 

Sucede que sospecho (más aun: tengo la certeza) de que el peronismo no es odiado por esos motivos (usados en todo caso como excusa para indultar al odio), sino por lo que ha sido capaz de hacer para transformar a la sociedad argentina en un sentido de justicia, de equidad, de ampliación de derechos, tanto en el 45' como hoy en su fase kirchnerista. Por eso cuando se disputa poder dentro del dispositivo kirchnerista apelando al peronómetro, o poniendo en duda las credenciales peronistas de Néstor y Cristina (o poniendo las de él por encima de las de ella en ese plano, que hay de todo al respecto) analizar el odio que despiertan en el gorilismo (el tradicional y el revivido) puede ser una buena medida: la irracionalidad aparente del odio suele tener a veces una intuición más certera que muchos análisis desapasionados. 

Bien dicen que el peronismo es capaz de reinventarse permanentemente a sí mismo, mientras el antiperonismo permanece incólumne, eternamente fiel a su esencia: odiar al peronismo; que representa para ellos en muchos casos intereses concretos lesionados, pero por sobre todas las cosas la subversión de ciertas jerarquías sociales implícitas o explícitas, aunque ese trastocamiento del orden social no implique una desmejora concreta de su situación relativa: por el contrario, muchos de los odiadores del peronismo (igual pasa hoy con el kirchnerismo) se han contado entre sus más grandes favorecidos. 

Por otro lado el odio que despierta el peronismo (desde el que se explican las reacciones al conocerse la enfermedad de Cristina, o la muerte de Néstor) está vinculado a los cambios concretos que produjo, y a los que se supone podría producir: es una potencia que está más allá incluso de la potencialidad transformadora concreta del propio peronismo en sus diferentes encarnaduras históricas. De allí que lo que para alguno sean tibias conquistas o logros de un reformismo pequeño burgués (como las leyes sociales del primer peronismo, o la asignación universal) para otros son avances intolerables sobre privilegios que creen eternos, por razones de clase, cultura, educación o valores inducidos desde la misma familia. El peronismo representa para ellos intentos, posibilidades o logros concretos en orden a acortar distancias sociales "naturales" por la mano torpe del Estado; y por eso odiaron a Evita, o la odian a Cristina. 

Y esos odios viscerales que se expresan en el deseo de muerte, o en la satisfacción por la desaparición física de alguien (como pasó con Kirchner) crean un abismo político entre sectores sociales, que desafía a la política para intentar sortearlo, o superarlo. Tomen nota que no dije acercar o eliminar: tengo claro que no existe en ninguna sociedad del mundo un modelo político o un proyecto de país que contenga "a todos": eso es una expresión de circunstancias, imposible de lograr en la vida práctica; porque para que entren "unos" -las más de las veces- deben ceder espacios "otros"; en todo caso la discusión es como hacer para incluir a "muchos". 

Pero si tenemos en claro porque odian, o porque nos odian, y si convenimos en lo dicho antes al respecto, hay allí una interesante hoja de ruta a la hora de discutir entre nosotros como profundizar el modelo: si no podemos hacer que dejen de odiarnos, asegurémonos de que lo hagan por las razones correctas. Y no estoy incitando al odio, ni a la crispación, ni al enfrentamiento, sino todo lo contrario: a dejar de concentrarnos en quienes nos odian, para encontrarle una aplicación política productiva a las razones por las que lo hacen, profundizando todo lo que implique ampliar derechos, acortar distancias, trastocar jerarquías, lesionar intereses si es necesario, para tener un país más justo, con mayores posibilidades para la mayor cantidad posible de argentinos. Aunque con eso nos aseguremos que muchos nos sigan odiando, incluso más que antes." 

Hacerlo (es decir, hacer que nos odien los que nos tienen que odiar, por las razones correctas) sería nuestra manera de demostrar que Cristina tenía razón (aunque hoy parezca que no) cuando decía que el amor siempre vence al odio. Aunque nos sintamos en desventaja, compitiendo en inferioridad de condiciones, porque ellos saben que hay barreras que nosotros nunca vamos a cruzar. Tuits relacionados:

1 comentario:

  1. Son gente estafada que le compro mentiras a un semianalfabeto q no sabe ni hablar, el dia q nos dejen de dar lastima vamos a ser como ellos. No me creo un segundo el goce q parecen tener por ej feinmann o los q comentan en infobae perfil etc. Estan viendo como su proyecto resulto una chotada con mas inflacion, q se cumplio todo lo que deciamos y hasta cosas peores. Son orgullosos y negadores pero por algun lado sangra la decepcion. Piensan q lo unico q va a redimir la cagada q se mandaron es seguir con la mascara del honestismo caradura ese porq del desarrollo del pais ya se desentendieron hace dos años minimo. Ahora si queremos q los tipos en publico acepten q no son ni la racionalidad economica, ni institucional ni moral, estamos soñando porq no se lo van a decir ni a ellos mismos. Asi q mientras mas a la defensiva esten mas odio van a tirar porq tienen q conjugar una conviccion profunda (el antiperonismo) con una decepcion profunda (el macrismo hoy, ayer la dictadura, y antes de ayer la proscripcion, etc.) y seguiran asi por generaciones por q como vos dijiste no van a desaparecer y a veces hasta seran mayoria. Pero nunca pensar q su odio es mas fuerte, porq en ultima instancia lo que esta en juego es el desarrollo de un pais y en ese sentido tienen un sinsentido historico q no lo van a poder llenar con nada ni medios, ni jueces, ni odio ni periodistas ni siquiera con elecciones ganadas como vemos con macri. Saludos

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