Cuando en los primeros meses del
macrismo se cantaba en las plazas “Macri, basura, vos sos la dictadura”, no
faltaron los sommeliers de la protesta política que lo señalaran como un error,
porque se trataba de un gobierno electo democráticamente. Como casi todo lo que
por entonces decían decían los núcleos más activos de la resistencia a las
políticas del nuevo oficialismo (tildados de “minoría intensa”), el tiempo les
terminó dando la razón.
Y es que al señalar que Macri era
la dictadura no se desconocía su legitimidad de origen, sino la profunda
afinidad ideológica de él y su gobierno con el último experimento autocrático
que asoló el país, más allá de las obvias similitudes de las políticas
económicas y sociales: no hacía falta raspar mucho la costra democrática del
macrismo para descubrir debajo la piel de la bestia.
Se vio al principio (con la
cacería judicial de opositores y el retorno a los tiempos en los que el país
tenía presos políticos), en el medio (cuando el gobierno guardó estruendoso
silencio ante el fallo de la Corte concediendo el “2 X 1” a los genocidas, e
incluso su Secretario de Derechos Humanos lo apoyó) y ahora, en el final; con
la obstinada negativa a declarar y admitir que en Bolivia hubo y hay un golpe
de Estado, y un gobierno de facto, incluso con tensiones hacia el interior de
la coalición oficialista.
El macrismo ha sido sin dudas el
peor gobierno de nuestra historia democrática, por mérito propio: aun con el
impresionante blindaje mediático de que gozó y goza, en un torpe intento por
reescribir de antemano la historia futura, las propias estadísticas oficiales,
cuya credibilidad se jacta de haber recuperado, marcan que en términos de
indicadores económicos y sociales su gestión ha sido una completa catástrofe
para el país, y para la mayoría de los argentinos.
Pero además lo fue por supuso un
severo retroceso en aquello que se suponía que venían a mejorar (la “calidad
institucional”, o el respeto por las instituciones de la República), y en lo
que hasta acá eran consensos democráticos básicos, trabajosamente construidos
por la sociedad argentina y su sistema político durante los 36 años que
llevamos desde la recuperación de la democracia.
Tanto machacar con la necesidad
del diálogo para generar consensos “en torno a políticas de Estado”, o los
famosos “tres o cuatro temas en los que nos tenemos que poner de acuerdo todos
los argentinos”, para terminar en que, como un elefante en un bazar, el
macrismo se llevó puestos consensos
democráticos básicos que existían antes de que llegara al gobierno. Y si no
repasemos:
* Se retrocedió en el apoyo del
Estado a las políticas de memoria, verdad y justicia; y se intentó
implícitamente y casi explícitamente, de volver a instalar el negacionismo
sobre el número de desaparecidos y -sobre todo- la teoría de los dos demonios,
y una nueva revisión histórica sobre hechos que ya merecieron esclarecimiento y
condena en sede judicial.
* Se abandonó un pilar básico de
la política exterior argentina con todos los gobiernos democráticos y que
además se corresponde con los principios básicos de los organismos
multilaterales de los que el país forma parte, como lo es la no injerencia en
los asuntos internos de otros estados y la apuesta a la solución pacífica de
los conflictos; con la vergonzosa línea diplomática del gobierno de Macri en el
caso Venezuela, plegándose de modo obsecuente a la política de los Estados
Unidos, que incluye la opción de la invasión militar.
* Se volvió a consagrar
normativamente la intromisión de las fuerzas armadas en tareas de seguridad
interior, en contra de los consensos construidos a lo largo de gobiernos
democráticos de todos los signos políticos, basados en los funestos precedentes
de nuestra historia política.
* Se puso en entredicho la
transparencia de nuestro sistema electoral desde el propio gobierno, y se violó
de modo reiterado el mandato constitucional de que los cambios en sus reglas de
juego se hagan por consensos amplios y mediante leyes del Congreso, aprobadas
fuera de los períodos electorales, para no despertar suspicacias de ningún
tipo.
* Y ahora se busca evitar por
todos los medios repudiar un claro golpe de Estado y calificarlo como tal,
profundizando el bochorno internacional ya perpetrado en el golpe parlamentario
contra Dilma Roussseff en Brasil, retrocediendo en lo mínimo que se le puede
pedir a un gobierno democrático: que defienda la democracia, el imperio del
estado de derecho y la voluntad popular.
Eso sin contar que otras graves
regresiones del macrismo y sus políticas que no las ponemos en la misma
categoría (como la validación institucional del gatillo fácil con el caso
Chocobar), porque es evidente que expresan tendencias de importantes sectores
de la sociedad argentina, de modo tal que sobre esas cuestiones no se puede
considerar que existan consenso amplios.
O en todo caso y profundizando un poco más el análisis: acaso el macrismo
sea la expresión electoral y política de que esos consensos que sí suponíamos
consolidados en torno a ciertas cuestiones centrales, en cuyo caso la tarea que
le espera por delante a Alberto Fernández, que se plantea como objetivo “cerrar
la grieta”, sea mucho más dificultosa de lo que él supone.
Si se comprueba la participación de Gerardo Morales en la implementación del golpe, ¿con qué cara el radicalismo puede repudiar el golpe?
ResponderEliminarJorge