A propósito de las condiciones políticas y económicas en las que peronismo retornó al gobierno en el país tras la experiencia macrista, decíamos acá: "Pero como dicen, nadie se baña dos veces en el mismo río, y volvimos, al mismo lugar del 2003, que ya no está como era entonces. Tampoco está -como hemos dicho otras veces- como estaba cuando cada una de las piezas del rompecabezas armado como "Frente de Todos" se bajó del kirchnerismo (algunos no se subieron nunca, y se suman ahora, y bienvenidos sean), por diferencias con el rumbo que adoptaban Néstor o Cristina.
Ese es un dato de la realidad que haríamos bien en tener cuenta todos, de Alberto Fernández para abajo, hasta el más simple y llano de los militantes; para no meter la pata, sea por exceso de prudencia o espíritu contemporizador, como por apresuramiento y ganas de tensionar, en los dos extremos del análisis.". Ejemplificábamos entonces con el conflicto con el campo por las retenciones, y la pelea con Clarín, que sigue firme como si la que estuviera en la Casa Rosada fuera Cristina, y no Alberto. Pero no son esos los únicos ejemplos.
La deuda por caso, sigue siendo un condicionante estructural que pesa como espada de Damocles sobre el futuro de la Argentina. En esto también el gobierno de Alberto Fernández intenta retomar la política tradicional de las administraciones kirchneristas; desendeudar al país renegociando la deuda con firmeza, en el afán de liberar recursos para sostener el crecimiento, de modo que a su vez genere los recursos (y los dólares) necesarios para pagar la deuda.
Sin embargo, la tarea no es sencilla, pues si bien hoy no hay un default declarado formalmente como en el 2003, con dos años previos de suspensión de los pagos de deuda que prepararon el terreno para una reestructuración agresiva con quita y estiramiento de plazos, en el mercado los tenedores de bonos descuentan que algo de eso habrá, y se preparan para negociar sobre esa base. En ese sentido, el fracaso ostensible del modelo macrista de endeudamiento para la fuga de capitales parece haberlos aleccionado en parte, al menos para no hostigar de plano y de frente la estrategia del nuevo gobierno de "crecer para pagar".
Claro que hay otro actor que juega, y en una posición muy diferente en toda esta cuestión, y es el FMI: en el 2003 bastaron dos años de renegociar la deuda sin pagarla en el proceso que llegó al primer canje, para acumular la disponibilidad de divisas suficientes como para cancelar al contado la deuda con el Fondo con las "reservas de libre disponibilidad" del Banco Central, un instrumento diseñado por Carlos Zannini, entonces Secretario Legal y Técnico de Néstor (también lo sería de Cristina hasta el último día de su mandato), y flamante Procurador del Tesoro designado por Alberto.
Hoy, la gestión de Martín Guzmán desempolvó el concepto (que en el primer mandato de Cristina llevó al conflicto con Redrado, y el conflicto a la "bolilla negra" al ex presidente del BCRA para ocupar cargos en el actual gobierno) para cancelar vencimientos de deuda privada, en un escenario de aguda restricción externa; otro condicionante estructural de nuestro desarrollo. Sin embargo y por esas mismas razones, no sería posible sostener esa estrategia para cancelar la deuda con el FMI contraída por Macri (cuyos vencimientos se acumulan a partir de los dos últimos años del mandato de AF), que más que quintuplica la que entonces canceló Néstor.
Otro tanto pasa con la energía y las tarifas de los servicios públicos: el gobierno apostaba al petróleo, el gas y Vaca Muerta para aportar los dólares que alivien la restricción externa (en tanto se les exija a las petroleras liquidar las divisas en el país, aclaramos nosotros), pero al mismo tiempo debió congelar tarifas y buscará "desdolarizarlas" para ayudar a contener la inflación. Alberto puso a Nielsen (un "pro mercado" que se fue del kirchnerismo cuando Néstor eyectó a Lavagna del gobierno) al frente de YPF, pero debió desautorizarlo cuando aumentó los combustibles de la petrolera estatal, porque conspiraba contra el objetivo macroeconómico de estabilizar la economía, y moderar la puja distributiva.
Claro que para ello hizo valer el peso del 51 % de las acciones que el Estado tiene en YPF, gracias a la decisión estratégica que tomó Cristina en el 2012 (cuando ya AF no estaba en el gobierno, y lo cuestionaba) de recuperar el control de la empresa, por consejo de Axel Kicillof y para contribuir a superar la restricción externa, agravada por el peso de las importaciones de combustibles; que iban en alza por la política del kirchnerismo de desacoplar los precios internos del petróleo de los internacionales, y de sostener la política de subsidios: como ven, nada es sencillo en éstas cuestiones.
Y hablando de Kicillof: hoy el gobierno ha revalorizado la importancia de "Precios Cuidados" (un programa lanzado por él, cuando era ministro, que no tuvo entonces comprensión ni acompañamiento por fuera del kirchnerismo) como herramienta para contribuir a bajar la inflación, mientras el hoy gobernador bonaerense se proyecta como la figura de mayor peso a futuro en el escenario político nacional; razón por la cual lo cascotean de todos lados, como veíamos acá. Pero para eso debe sortear un posible default de la deuda provincial, con ayuda del gobierno nacional, al que no le sobra plata, en especial dólares.
Del mismo modo, el gobierno de Alberto apuesta a recomponer el valor del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de ANSES, estragado por el macrismo. Un fondo que no paró de crecer en los años de kirchneristas, y que tuvo su origen en la decisión política de liquidar el oprobioso sistema de las AFJP, sugerida a Cristina por Amado Boudou (también cuando Alberto ya no era el Jefe de Gabinete), otro preso político del macrismo que aun no ha recuperado su libertad, como debe ser: otra vez, los matices que nunca hay que perder de vista.
El triunfo electoral que desalojó al macrismo del poder (ese hecho por sí mismo ya es un logro extraordinario: nos ahorró cuatro años más de oprobio y pérdida de derechos) fue consecuencia de una serie de decisiones acertadas a la hora de recomponer las alianzas políticas y sociales que sostuvieron al movimiento nacional y popular en el poder durante el período 2003-2015, pero nada asegura que a futuro no vuelvan las tensiones que, durante ese lapso, fueron provocando desgajamientos.
Podrán ser con los sectores sindicales, si el proceso de recomposición salarial no avanza a la velocidad que esperan y les demandan sus bases, y no faltará el que vuelva a plantear en algún momento la discusión por Ganancias, resignificada por la larga crisis macrista que arrasó empleos y salarios. Otros volverán a plantear la necesidad de flexibilizar las imprescindibles restricciones a la compra de dólares (otra medida que la provocó costos al kirchnerismo, resignificada por la crisis), o adoptar políticas "manoduristas" de seguridad, para no granjearse la antipatía de las clases medias volubles: ése fue el electorado base sobre el que pivotó el intento presidencial de Sergio Massa, sin ir más lejos, hoy contenido en el FDT y con responsabilidades institucionales.
Pero también el rival juega, y mueve sus piezas: el kirchnerismo disfrutó durante 12 años de una oposición rabiosa pero fragmentada en su oferta electoral, que hoy intentará organizarse para capitalizar ese 40 % que acompañó a Macri, en las peores circunstancias posibles, tras el fracaso de su gobierno. El intento de vertebrar ese antiperonismo social está en cabeza de Clarín y los medios hegemónicos, a la espera de que aparezca el liderazgo político que lo expresa, más que de una posible "vuelta" de Macri como "líder natural de la oposición".
Estará entonces en la inteligencia y madurez de los sectores políticos y sociales que confluyeron en el "Frente de Todos" para hacer posible el triunfo de la fórmula FF y el desalojo del macrismo del gobierno, para sacar provecho de la experiencia kirchnerista, reivindicarla sin complejos (aun con los necesarios señalamientos y "autocríticas"), entender que hay allí un piso de realizaciones posibles que retomar y profundizar, y leer con atención la coyuntura, para no repetir (todos y cada uno) los errores del pasado.
Claro que para ello hizo valer el peso del 51 % de las acciones que el Estado tiene en YPF, gracias a la decisión estratégica que tomó Cristina en el 2012 (cuando ya AF no estaba en el gobierno, y lo cuestionaba) de recuperar el control de la empresa, por consejo de Axel Kicillof y para contribuir a superar la restricción externa, agravada por el peso de las importaciones de combustibles; que iban en alza por la política del kirchnerismo de desacoplar los precios internos del petróleo de los internacionales, y de sostener la política de subsidios: como ven, nada es sencillo en éstas cuestiones.
Y hablando de Kicillof: hoy el gobierno ha revalorizado la importancia de "Precios Cuidados" (un programa lanzado por él, cuando era ministro, que no tuvo entonces comprensión ni acompañamiento por fuera del kirchnerismo) como herramienta para contribuir a bajar la inflación, mientras el hoy gobernador bonaerense se proyecta como la figura de mayor peso a futuro en el escenario político nacional; razón por la cual lo cascotean de todos lados, como veíamos acá. Pero para eso debe sortear un posible default de la deuda provincial, con ayuda del gobierno nacional, al que no le sobra plata, en especial dólares.
Del mismo modo, el gobierno de Alberto apuesta a recomponer el valor del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de ANSES, estragado por el macrismo. Un fondo que no paró de crecer en los años de kirchneristas, y que tuvo su origen en la decisión política de liquidar el oprobioso sistema de las AFJP, sugerida a Cristina por Amado Boudou (también cuando Alberto ya no era el Jefe de Gabinete), otro preso político del macrismo que aun no ha recuperado su libertad, como debe ser: otra vez, los matices que nunca hay que perder de vista.
El triunfo electoral que desalojó al macrismo del poder (ese hecho por sí mismo ya es un logro extraordinario: nos ahorró cuatro años más de oprobio y pérdida de derechos) fue consecuencia de una serie de decisiones acertadas a la hora de recomponer las alianzas políticas y sociales que sostuvieron al movimiento nacional y popular en el poder durante el período 2003-2015, pero nada asegura que a futuro no vuelvan las tensiones que, durante ese lapso, fueron provocando desgajamientos.
Podrán ser con los sectores sindicales, si el proceso de recomposición salarial no avanza a la velocidad que esperan y les demandan sus bases, y no faltará el que vuelva a plantear en algún momento la discusión por Ganancias, resignificada por la larga crisis macrista que arrasó empleos y salarios. Otros volverán a plantear la necesidad de flexibilizar las imprescindibles restricciones a la compra de dólares (otra medida que la provocó costos al kirchnerismo, resignificada por la crisis), o adoptar políticas "manoduristas" de seguridad, para no granjearse la antipatía de las clases medias volubles: ése fue el electorado base sobre el que pivotó el intento presidencial de Sergio Massa, sin ir más lejos, hoy contenido en el FDT y con responsabilidades institucionales.
Pero también el rival juega, y mueve sus piezas: el kirchnerismo disfrutó durante 12 años de una oposición rabiosa pero fragmentada en su oferta electoral, que hoy intentará organizarse para capitalizar ese 40 % que acompañó a Macri, en las peores circunstancias posibles, tras el fracaso de su gobierno. El intento de vertebrar ese antiperonismo social está en cabeza de Clarín y los medios hegemónicos, a la espera de que aparezca el liderazgo político que lo expresa, más que de una posible "vuelta" de Macri como "líder natural de la oposición".
Estará entonces en la inteligencia y madurez de los sectores políticos y sociales que confluyeron en el "Frente de Todos" para hacer posible el triunfo de la fórmula FF y el desalojo del macrismo del gobierno, para sacar provecho de la experiencia kirchnerista, reivindicarla sin complejos (aun con los necesarios señalamientos y "autocríticas"), entender que hay allí un piso de realizaciones posibles que retomar y profundizar, y leer con atención la coyuntura, para no repetir (todos y cada uno) los errores del pasado.
Que Luana Volnovich, flamante directora del PAMI, establezca que todas las disposiciones y circulares del Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados sean escritas desde ahora en lenguaje inclusivo no ayuda. Nos estamos buscando un Baby Etchecopar presidente. Hay que aprender las lecciones de la reacción conservadora (absolutamente justificada) que suelen mostrar las masas populares ante las agendas de minorías cuando éstas son puestas en el primer plano. Recordemos el ballotage Haddad vs Bolsonaro.
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