Si algo nos recuerda el aniversario de la instalación de lo que conocimos desde la escuela como "el primer gobierno patrio" es que eso, tener una patria y tener un gobierno propio, es una construcción permanente, nunca terminada. Tanto que aquellos primeros patriotas no tenían siquiera en claro si estaban haciendo o no eso: una patria; o para que querían gobierno propio.
Y se tardaron seis largos y tumultuosos años de marchas y contramarchas, para completar aquel primer gesto de libertad, con la declaración de la independencia en Tucumán. En el camino quedaron muchos de aquellos precursores, divididos a su vez entre los que deseaban profundizar el proceso, y los que eran partidarios de ser más prudentes, o lisa y llanamente dar marcha atrás con el camino emprendido.
Tanto la patria, la casa común, como el gobierno propio, como expresión política de la independencia, fueron siempre y desde el principio, un territorio de disputa; no solo por definir si los hacíamos o no, sino cuando, como, con quiénes, para qué.
Y esa misma disputa llega hasta nosotros, cuando debajo de los discursos de circunstancia por la efemérides de la dirigencia política, empresarial, sindical o social se pueden reconstruir las diferentes visiones sobre lo que significan esa patria y ese gobierno propio, para cada uno. Salvo que uno elija quedarse en el lugar de la evocación, sin intentar darle un significado en clave actual a aquel 25 de mayo de 1810.
Hablar del día de la patria, o de tener un gobierno propio, nuestro, es hoy hablar de nuestra sumisión a los dictado del FMI y el mundo de las finanzas porque nos endeudamos con ellos; y si a partir de allí nuestras políticas económicas las decidimos nosotros, o son pensadas en otros lares, para garantizar intereses que no son los nuestros.
Es discutir si somos o no capaces de administrar por nosotros mismos nuestros ríos y nuestros recursos naturales, si somos dueños o no de tener una política de desarrollo nuclear, de investigación científica o de despliegue de satélites, sin sujeción a tutelajes extranjeros. Definir incluso si nuestra política exterior la decidimos nosotros, o la deciden otros por nosotros, y lo único que hacemos es seguidismo de sus directivas.
Como en 1810, tener patria y gobierno propio supone resolver las condiciones de nuestra integración en América Latina, como parte esencial de nuestro propio destino y partícipes de la construcción del destino común del continente; o simplemente como "patio trasero" de la potencia hegemónica, manejado desde instancias neocoloniales como la OEA.
Pero tener patria y tener gobierno -como empezamos a decir un día como hoy, hace 112 años- también tiene una significación hacia adentro, hacia nosotros mismos: si es con todos o solo un privilegio de algunos, si es con los argentinos al timón, decidiendo por ellos mismos su rumbo y su destino; o como simples apéndices de un mercado global que decide hasta lo que comemos, o el precio al que lo pagamos.
Hoy como aquel 25 de mayo de 1810, el pueblo quiere saber de que se trata. Y si, sumergido como está en las preocupaciones de la existencia cotidiana, parece que no quiere, hay que hacer que quiera, y que sepa de qué se trata. O quizás y para ser más precisos, hay que agudizar el oído todo lo que haga falta para escucharlo, y obrar en consecuencia.
Ojalá en algún momento el Presidente escuche. Parece ensordecido por un entorno de delirantes que juegan -lo sepan o no- para el enemigo.
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