Conforme avanza el año electoral, e incluso con mayor velocidad que la que imponen las definiciones de su cronograma, el mundo de la política ha ingresado en la danza de las candidaturas y las alianzas, mucho -pero muchísimo- más de lo que avanza en la discusión de los grandes temas que afectan a la sociedad. Oficialismo y oposición, en todas su variantes, poco dicen de lo que harán si llegan al gobierno, o de lo que van a hacer siéndolo; más allá de las frases hechas de sobrecitos de azúcar, las generalidades sobre la grieta o naderías por el estilo.
Podría decirse que ése es el consejo de los publicistas y asesores de campaña y no se faltaría a la verdad, pero no es menos cierto que fuera de ese mundillo de comedores de billetera -incluso ellos mismos en su fuero íntimo- nadie cree en serio que así se ganan elecciones: al final del camino, los que votan quieren decir algo con su voto, y quieren que les digan algo concreto a cambio, que los seduzca. Se preguntan -y quieren respuestas- que va a pasar con la inflación, el empleo, los salarios, los alquileres, la inseguridad, cosas tangibles y concretas y no eslogans más o menos ingeniosos; y si no se los dicen, imaginan sus propias respuestas, y votan en consecuencia.
Pero además hay otra cuestión, sobre la que reflexionábamos hace un par de años en esta entrada: "Pero eso es en lo estrictamente electoral, que es una dimensión de la política, que se salda en las urnas. Para llegar hasta allí hay que construir el camino, con políticas públicas desde la gestión si se es gobierno, y estableciendo coaliciones sociales que luego se expresen electoralmente y sustenten con su apoyo al gobierno, si se logra vencer. Y en ese orden: las políticas públicas dirigidas en un sentido determinado, construyen coaliciones sociales en el mismo sentido, porque reflejan sus intereses. Y allí concordamos en todo con Scaletta, y reside el problema que él plantea para el gobierno del FDT, y sus indefiniciones: el bloque adversario está consolidado como tal más allá del nivel de puterío actual de su expresión dirigencial en sentido político partidario. Y está consolidado porque su conducción real (el poder económico) es inmune a los resultados electorales, y dispone de los medios (de producción y de construcción de sentido) para conducir las cosas a su conveniencia, todo el tiempo que media entre una elección y otra.".
"Frente a eso, nosotros solo tenemos las herramientas del Estado y de la política, y debemos emplearlas con inteligencia, y al mismo tiempo con coherencia: en el sentido para el que fuimos votados, para que la coalición social que se expresó en las urnas en agosto y octubre del 2019 perdure en el tiempo y se solidifique; y para que el bloque de poder que tenemos pierda gravitación y poder de daño, en la medida de lo posible. Si se sabe ver, las medidas que hay que tomar son las mismas, para conseguir ambas cosas. Y allí es donde el gobierno parece acusar su mayor déficit, funcionando a dos velocidades: por un lado una morosidad ostensible en tomar medidas que afecten al poder real aun éstas permitan al mismo tiempo consultar los intereses de su propia base electoral (por ejemplo aumentar retenciones para desacoplar los precios internos de los internacionales, en especial de alimentos), o disminuir el poder de fuego del adversario (reponer la ley de medios, mutilada por DNU de Macri, por caso).".
Trasladando la reflexión al presente y a la discusión por las candidaturas en el FDT, acá el problema no sería tanto la proscripción o no de Cristina (que por su volumen electoral es ciertamente un tema definitorio), sino cual es la coalición de sectores sociales cuyos intereses aspira a representar el actual oficialismo, si es que seguirá conformado como hasta ahora. Porque a juzgar por la experiencia concreta del gobierno de Alberto Fernández, más allá de las diferencias visibles que hay en torno a posicionamientos personales, hay diferencias profundas en los sectores sociales que cada uno aspira a representar, aunque públicamente y en lo discursivo se pueda afirmar lo contrario.
O dicho de otro modo: en el corazón de las decisiones (y sobre todo, de las indecisiones) de éste gobierno) está una opción clara no solo por abandonar el contrato electoral sellado en el 2019 con la mayoría de sus votantes, sino por atender los intereses de otros sectores sociales, o grupos de presión o interés. No se trata entonces -como pretende hacernos creer el relato albertista- de un problema de "correlación de fuerzas desfavorables" o de la pesada herencia macrista, la pandemia y la guerra, sino de algo mucho más complejo y profundo, sin lo cual algunas cosas no se explican.
Y la reflexión vale también para éste lado: no solo se trata de pedirle a Cristina que reconsidere su decisión de no ser candidata, o crear las condiciones políticas necesarias para que su proscripción no sea posible: más allá del poder de síntesis de aspiraciones sociales que ella encarna -de allí su volumen electoral- hay que definir una alianza social, un programa de gobierno que vaya en línea con los intereses de esa alianza, y una praxis política para darles volumen electoral primero, y posibilidad de despliegue concreto llegado el caso de ser gobierno, después. De lo contrario estamos condenados a repetir la experiencia actual, poniendo el carro por delante de los caballos.
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