Si es como dicen que dicen los chinos que en cada crisis hay oportunidad, la mega crisis económica mundial que ya está entre nosotros es una oportunidad para nuestra derecha vernácula, aunque no en el sentido que sería deseable (aprovecharla para generar políticas que favorezcan al país), sino como una formidable excusa a la que apelar para explicar y justificar el estruendoso fracaso de un plan económico que ya se venía cayendo a pedazos, mucho antes de que Donald Trump le declarara su guerra arancelaria al mundo entero (salvo a Rusia).
Antes del "liberation day" del presidente yanqui, Milei estaba mendigando (como Macri en 2018) un préstamo salvador del FMI para sostener el ancla cambiaria contra la inflación hasta las elecciones, y de paso ayudar a los amigos de Caputo a rajarse a tiempo, realizando las siderales ganancias que acumularon con más de un año de bicicleta financiera. Eso, y torturar a las estadísticas públicas hasta que confiesen lo que se espera de ellas, para tratar de convencernos a los argentinos -contra toda evidencia cotidiana- que la economía crece, la inflación y la pobreza bajan drásticamente y los salarios recuperan poder adquisitivo.
Sería muy prematuro afirmar -como están haciendo algunos- que las medidas de Trump suponen el fin de la globalización tal como la conocimos (no al menos en tanto no se regulen los flujos financieros de los capitales especulativos ni las guaridas fiscales) y en base a la cual los propios Estados Unidos asentaron un predominio mundial que ya no tienen, y que no van a recuperar simplemente subiendo aranceles aduaneros.
Lo que si se puede avizorar es que, cualquiera sea la extensión y profundidad de la crisis en ciernes y su resultado final, nos golpeará de lleno en los "fundamentals" del modelo colonial extractivista que encarna Milei, sin que él ni su gobierno acierten no ya a articular medidas para minimizar sus efectos en el país, sino simplemente a comprender lo que está pasando. Que es básicamente que han vivido en un mundo onírico sin ninguna conexión con el real, basados en teorías absurdas en las que solo ellos y los miembros de su secta creen.
Caen los precios del petróleo y los commodities (con la excepción del oro, tradicional reserva de valor en tiempos de crisis), se desploman las bolsas, se destruye el valor de las empresas (empezando por las tecnológicas), se licúan las criptomonedas, se debilita a futuro el comercio internacional (y por ende la idea de un crecimiento económico sustentado exclusivamente en las exportaciones), abrimos incondicionalmente nuestro mercado interno en tiempos de políticas proteccionistas que generarán enormes saldos disponibles de productos en busca de mercados que no se les cierren, y así podríamos seguir.
El propio hecho Milei (es decir su emergencia en el marco de lo que se dio en llamar "insatisfacción democrática") y sus ribetes bizarros y papelonescos ya venían revelando la profunda indigencia intelectual de nuestra élites, creyentes -como el demente que gobierna por y para ellos- en que el mercado se regula solo, la racionalidad intrínseca del capitalismo resolverá los problemas que él mismo ha creado y la innecesariedad de la política y las regulaciones públicas, cuando no la contraindicación de su uso para que las economías crezcan.
La profundidad de la crisis que se asoma -como sucedió en 2008 con las de las sub-prime y la caída de Lehmann Brohers- expone con crudeza la obsolecencia del marco teórico de la derecha en todas sus manifestaciones (política, empresarial y cultural) para comprender el mundo real; y lo que vemos simplemente son intentos desesperados por sostener posiciones de privilegio en medio del naufragio; utilizando las herramientas de las que ya disponían para ello (la propiedad de los medios de producción y los dispositivos comunicacionales de construcción de sentido), y de los que empleándolos, consiguieron conquistar. Como la conducción del Estado a través del voto popular, o su cooptación por otros medios, aun perdiendo elecciones.
En todo el mundo en general pero con particular virulencia en nuestro pobre país, se puede ver el tremendo cortoplacismo de una derecha cavernícola que apostó un pleno a un mundo unipolar que no existe ya hace décadas, al amparo de una potencia que está dando manotazos de gigante ahogado frente a la irrefrenable pérdida de su hegemonía en muchos terrenos; y a la sustentabilidad de un modelo neocolonial insostenible no ya a largo plazo, sino simplemente a mediano y aun corto, como estamos pudiendo comprobar en estos días.
Como contracara, han sido los denostados populismos los que -al menos en América Latina- tomaron las últimas decisiones estratégicas a largo plazo, como apostar a los BRIC's y otras formas emergentes de integración; o articular políticas públicas anticíclicas frente a las mega crisis del capitalismo globalizado, como pudimos ver en Argentina, con Cristina y frente al crack del 2008 del que hablábamos antes; oportunidad en la que -por ejemplo- se recuperó para el Estado el manejo de los fondos de jubilaciones y pensiones liquidando el oprobioso sistema de las AFJP, para contar con recursos que permitieron entonces capear el temporal mundial y sus efectos sobre el empleo, la producción y la actividad.
Pensar en una salida similar o parangonable en estos tiempos de un presidente que espera consejos de su perro muerto (y más prosaicamente, el salvavidas financiero del FMI como todo plan económico) es, directamente, ciencia ficción: la crisis argentina, y la mundial y sus posibles efectos en el país no tienen solución, con éste gobierno, con este (ningún) plan y con Milei como presidente.
Lo cual expone a su vez -con toda crudeza - las precariedades de nuestro sistema político y de partidos, y en un sentido más amplio, de nuestra democracia y sus instituciones; imposibilitadas como están de adoptar las mínimas medidas de higiene política (como la destitución del presidente) que la gravedad del momento requiere.
Y aunque pueda parecer un dato de menor relevancia en éste contexto, justamente en medio de él asistimos asombrados a una interna absurda que no hace sino agudizar la crisis de representación, la insatisfacción democrática y el vacío de la política, extendiéndolos hasta el campo electoral y social propio; en el que reside la mayor responsabilidad histórica por proveerle a los argentinos una salida (no ya electoral, sino de propuesta política integral) como en los tiempos del macriato; porque está demostrado en los hechos que del resto del espectro político (a salvo la coherencia testimonial de la izquierda) nada se puede esperar en ese sentido: son parte del problema, y no de la solución.
Desertar de ese compromiso por absurdas y minúsculas -en éste contexto- disputas de cargos, repartos de poder o liderazgos (todo eso es pequeño frente a la magnitud de la crisis) sería imperdonable, máxima cuando el tiempo nos terminó dando la razón, hasta en aquellas cuestiones instrumentales que más nos cuestionaron, como los controles cambiarios y de capitales vulgarizados (con intención de descalificarlos) como "cepo". Tuits relacionados: