Por Raúl Degrossi
Se percibe en muchos ámbitos ligados al kirchnerismo una sensación de desencanto con lo que depara el 2012, que bien podríamos resumir en esta frase: “al final, estábamos mejor antes de haber ganado las elecciones por paliza".
Hay como cierta ansiedad y expectativas contenidas porque Cristina sacuda el tablero con “el” anuncio que convoque a una nueva gesta épica de la militancia, como lo fueron en su momento la discusión de la ley de medios o la estatización de los fondos de las AFJP; y por supuesto no faltan quienes extrañan el clima bélico del conflicto con las patronales del campo.
La realidad -que siempre es problemática por definición- ofrece en cambio un panorama más gris, aunque no por eso menos conflictivo; con la situación económica del país y el cada vez más difícil contexto internacional imponiendo al gobierno un monitoreo permanente de la situación, y la articulación de respuestas para responder a esa coyuntura.
Pero como demostración de que las cosas se empeñan en ser complejas, estos primeros casi cuatro meses del segundo mandato de Cristina han arrojado medidas como los controles al dólar y a la remisión de utilidades de las empresas extranjeras a sus casas matrices, la obligación de las petroleras y mineras de liquidar sus divisas por exportaciones íntegramente en el país, la ofensiva sobre YPF (con la posibilidad de que el Estado retome su control) y la modificación de la carta orgánica del Banco Central para terminar con los resabios legales de la convertibilidad y con la zoncera de la autonomía; y -por qué no- la propuesta de modificación de los Códigos Civil y de Comercio, que encierra en sí profundos debates culturales cuya importancia no puede menospreciarse.
Podrá argüirse que las medidas económicas que se apuntan fueron fruto de la necesidad y no de la convicción, pero con eso se estará explicando poco: lo cierto es que se tomaron, en medio de la multiplicación de anuncios mediáticos sobre el inminente “ajuste griego” al que se vería forzado el kirchnerismo (luego suspendido por los mismos medios, hasta nuevo aviso); porque dejó de soplar el viento de cola, lo cual deja una clara enseñanza: existe la firme decisión del gobierno de no dejarse arrastrar hacia un cambio del rumbo general.
Sucede que en política uno nunca puede elegir por completo el contexto en que ha de moverse, y de allí que, a un rotundo triunfo electoral como el del 23 de octubre pasado, no necesariamente le siga un acomodamiento acorde de las demás variables, máxime cuando muchas de ellas no dependen exclusivamente de la voluntad del gobierno.
Si uno se guiara simplemente por la agenda que plantean los medios opositores, éste 2012 será el año que viviremos en peligro, con un final anunciado: el colapso de la economía montada durante el kirchnerismo, con imprevisibles consecuencias políticas posteriores: tal es la predicción, alimentada por el deseo.
En el sistema político, nada ha cambiado desde el día del Cristinazo; por el contrario, en el variado espectro opositor, todo parece ir peor, y para muestra basten dos botones: lo que está sucediendo en torno al FAP, y la situación de Mauricio Macri y el PRO; los dos sectores menos afectados -por diferentes causas- por los resultados del 23 de octubre.
En el primer caso y como podía preverse, la lejanía de las futuras elecciones detiene el proceso de crecimiento de una fuerza que es -ante todo- un rejuntado electoral con el propósito de conseguir bancas en el Congreso; y la hegemonía que los números le permiten imponer allí al kirchnerismo no dejan demasiado espacio para el lucimiento opositor (desaparecida ya por el aluvión de votos la idea de “equilibrar los poderes”).
Por el contrario, la confederación de pymes progresistas estructurada en torno a Binner ha dado cabales muestras de incoherencia en cada tema discutido, desde la ley de Papel Prensa hasta la modificación de la carta orgánica del BCRA.
Por el contrario, la confederación de pymes progresistas estructurada en torno a Binner ha dado cabales muestras de incoherencia en cada tema discutido, desde la ley de Papel Prensa hasta la modificación de la carta orgánica del BCRA.
La situación no es mejor por el lado del macrismo, más bien todo lo contrario: el episodio del traspado del subte ha dejado expuesto al espacio en toda su precariedad, y a Macri con sus eternas -y a esta altura ya sistemáticas- dudas; a punto tal que terminó enzarzado en una discusión con el radicalismo, único espacio político disponible para recostarse en su intento de proyección nacional, tras la implosión del peronismo federal.
Del resto del arco opositor (la UCR, la Coalición Cívica, Proyecto Sur o la izquierda) poco se puede decir, como no sea que no se vislumbran signos de reacción para salir del marasmo en que quedaron después del 23 de octubre; o intentos por diseñar estrategias de acumulación distintas a las hasta acá intentadas, con los resultados conocidos.
Esta última conclusión es trasladable al dispositivo mediático opositor, como que pasó de ser el fallido vertebrador de una oposición inconexa, a asumir lisa y llanamente su rol; sin tomar nota de que el resultado electoral puso en claro los límites concretos de su capacidad de influencia política.
Esta última conclusión es trasladable al dispositivo mediático opositor, como que pasó de ser el fallido vertebrador de una oposición inconexa, a asumir lisa y llanamente su rol; sin tomar nota de que el resultado electoral puso en claro los límites concretos de su capacidad de influencia política.
Claro que eso no presupone un panorama más tranquilo para el kirchnerismo ni mucho menos: por el contrario, en tanto sus adversarios -los que le disputan agenda, definiciones, rumbos- no provienen del sistema institucional, se requiere para enfrentarlos de estrategias más sofisticadas que las que exige la competencia electoral.
Así sucede con la disputa con Moyano, que ha ingresado hace rato en un punto de no retorno, y se agudizará si el gobierno plantea la madre de todas las batallas en el plano sindical; que no es ni el aumento del mínimo no imponible de Ganancias ni la universalización de las asignaciones familiares, sino ir a fondo en una reforma estructural del sistema de obras sociales, en especial del fondo solidario que administra la APE (Administración de Programas Especiales), para el tratamiento de los enfermedades de mayor complejidad.
De ir por ese camino, sería interesante que el caso sirva para discutir a fondo un modelo integrado de salud (uno de los grandes temas pendientes del período kirchnerista), más que para dirimir la disputa con Moyano, o disciplinar políticamente al conjunto del sindicalismo.
El caso YPF es el de mayor interés para el análisis, como que tiene más de una arista; desde la capacidad del kirchnerismo (ya demostrada en otras ocasiones) de volver sobre sus propios pasos si es necesario (en este caso, admitiendo implícitamente el fracaso de la estrategia de la “argentinización”, herencia del mito peronista de la burguesía nacional), hasta su capacidad para disciplinar al poder económico.
Porque la pulseada con Repsol (más allá de las urgencias que imponen las crecientes importaciones de combustible pesando en la balanza de pagos) tiene que ver con eso; y así es leída por los empresarios tanto en el país como en el exterior; y obran en consecuencia con esa lectura, más allá de cuáles sean las intenciones finales del gobierno.
Pero también la estrategia del gobierno de Cristina con la petrolera brinda una señal clara hacia el interior del dispositivo político oficialista, en especial al peronismo: el alineamiento unánime (con los matices propios de cada uno) de los gobernadores de las provincias petroleras con la estrategia del Ejecutivo nacional -más que la convergencia de intereses comunes, que existen- marca a las claras que el mensaje fue captado: la que manda es Cristina, porque es la que tiene los votos; y todo debate por la sucesión o el liderazgo es hoy prematuro, y suicida en lo inmediato.
No haber captado éste mensaje (que conlleva gestos de reciprocidad de Cristina, como bancar públicamente a la minería y no rehuir el debate en torno al tema) ha condenado a Moyano a un aislamiento que lo pone en riesgo de no poder revalidar sus títulos en la CGT.
Si se parte del contexto económico nacional e internacional, este 2012 tiene semejanzas con el 2009, pero si el análisis se extiende al panorama político la cosa cambia: el kirchnerismo viene de un triunfo electoral rotundo, controla con comodidad al Congreso, y el mero arrastre del 2011 garantizará un piso de crecimiento que compense la desaceleración económica -que además está por verse si será tan fiera como la pintan- y disminuya las tensiones sociales; que nadie puede pretender que desaparezcan: el asunto es como se administran, y si hay alguien mejor que el actual oficialismo para lidiar con ellas.
Si a eso se le suma que será éste año el más comprometido para el gobierno por la entidad de los vencimientos de la deuda (dato crucial para entender las principales medidas que se están tomando en el plano económico), que disminuyen a la mitad el próximo; podremos ver que habrá turbulencias, pero nada indica que el rumbo de la cosa corra riesgo de escapársele de las manos, ni mucho menos.
Aunque nos prometan el Apocalipsis a cada rato.
muy bien planteado, estoy de acuerdo en muchas cosas con vos, esperemos que no decaiga, y siempre adelante y con cristina.
ResponderEliminarJusto charlaba ayer con un amigo de las semejanzas y diferencias de este año con 2009.
ResponderEliminarSumemos al contexto el tremendismo de la Gripe A, un 2008 complicado con más de 100 días de cortes de rutas (y la dinámica inflacionaria que eso ocasionó) y pensemos que la crisis financiera estaba en su punto más álgido. No se justifica el tremendismo que se lee en los medios. Bueno, desde hace ya muchos años que no se justifica...
Saludos.