sábado, 21 de julio de 2012

EL ADENTRO Y EL AFUERA


Por Raúl Degrossi

Los meses que pasaron desde el urnazo del 23 de octubre fueron dibujando una especie de círculo en el escenario político nacional, en el que cada vez ocupa más lugar el “adentro” (la disputa por el poder o por el rumbo del proceso abierto en el 2003, dentro de la propia coalición oficialista) que el “afuera”, es decir lo que pasa en el conjunto del dispositivo opositor; desde las estructuras partidarias que formalmente cumplen ese rol, hasta el conglomerado de medios que -con Clarín a la cabeza- les siguen marcando la agenda como antes de las elecciones: el acompañamiento opositor a la expropiación de YPF terminó siendo la excepción que confirma la regla.

Por eso es mucho más sencillo describir y analizar lo que pasa en el “afuera”, que tratar de comprender los movimientos que se están dando en el “adentro”: por el lado de la oposición al gobierno nacional todo está más o menos como estaba en la madrugada del recuento de los votos de la elección, como detenido en el tiempo: Macri no despega y -lejos de eso- se sepulta en su intención presidencial (si es que alguna vez la concreta), al menos si se la mide objetivamente desde su desempeño en la gestión porteña; por más que los medios opositores traten de oscurecer su torpeza.

El peronismo disidente, federal o como se lo llame continúa sepultado, y algunos de sus dirigentes (como De Narváez o Das Neves) intentan reciclarse como sciolistas de nueva generación, lo que no hace sino confirmar la centralidad política del kirchnerismo: es allí dentro donde se cocina todo.

Los radicales siguen sumidos en su interna permanente, y deslizándose sin continuidad en un plano inclinado de derrapes, en el que cada vez las cuesta más sostener el discurso progresista (inexplicable para un electorado balbinizado que pide la vuelta de los comandos civiles), casi tanto como evitar la fuga de dirigentes hacia el macrismo, sobre todo en algunas provincias; y el FAP se siente cómodo en el nicho alcanzado, con Binner totalmente decidido a reemplazar a Elisa Carrió en su condición de profeta del Apocalipsis (claro que en su particular estilo); y sin pagar por eso demasiados costos internos: más allá de lo que digan sus consortes, desde Stolbizer a Donda, pasando por De Genaro o Juez, saben bien de qué porción del electorado vinieron sus votos, y de dónde podrán seguir mordiendo en el futuro.

Sin elecciones a la vista en lo inmediato, es aventurado conjeturar en que medida la situación general del país (con una crisis internacional que golpea y una economía que se desacelera) puede haber influido en el apoyo social a Cristina, dentro de su propia base electoral; sin embargo hay hechos que pueden darnos una pista: la licuefacción del poder de Moyano (pese a haber apelado a todas las herramientas disponibles en el arsenal de presiones, incluyendo paro y acto en la Plaza) es bastante indicativa de quien terminó prevaleciendo en ese conflicto, y tengo la percepción de que, entre ese reducido porcentaje de trabajadores formalizados que pagan Ganancias, Cristina ganó pero no sacó ni de lejos el 54 %.

Con lo que quiero decir que conserva claramente -en mi opinión- su base electoral, reafirmada eventualmente por la forma como viene lidiando con los inconvenientes que genera la crisis (no parece que los indignados por no poder comprar dólares la hayan votado), y por los constantes ejercicios de reafirmación de autoridad que hace cada vez que alguien (desde el “adentro” o desde el “afuera”) la desafía.

Claro que la necesidad de mantenerse en el medio del ring todo el tiempo puede hacer (y de hecho lo hace) que cometa errores, no en el fondo, sino en el manejo de los tiempos: yo por lo menos anoto entre ellos haber recibido a la cúpula de la CGT “oficialista” casi al día siguiente de que Moyano hiciera su Confederal, o el tiempo que se tardó (demasiado, para mi gusto) en encauzar la crisis financiera bonaerense: si quería demostrar que Scioli era un inútil, y que ella tenía la sartén por el mango, lo primero lo había logrado a las horas de que se supiera que no podía pagar los aguinaldos, y de lo segundo se encargó el propio Scioli con creces en las semanas que transcurrieron: no había necesidad de pagar los costos de paros masivos, en la provincia más grande del país, protagonizados allí sí, por sectores sociales que la votaron masivamente.

Volviendo al sindicalismo y a la foto con Caló y sus muchachos: no sabemos si allí se habló del tema de las obras sociales, pero la quirúrgica eliminación de la APE es una señal política fortísima hacia el sector (otra vez, afirmando la autoridad e indicando quien tiene la sartén por el mango), que obviamente estaba tomada antes del convite, y que por sí sola dice más que diez reuniones.

Sin embargo, zanjada la (absurda) disputa por el poder político que planteó Moyano desafiando la autoridad presidencial, munido de un peronómetro mal calibrado (con un discurso crecientemente cacerolero plagado de golpes bajos, editorializado por los medios del Grupo Clarín y que está empezando a hacer ruido en su propio frente interno), el gobierno deberá establecer vínculos con el complejizado mundo sindical (más allá de sus preferencias o conveniencias), para abordar aquellos temas que plantea la crisis y que tienen que ver con el trabajo: autoridad política para hacerlo no le falta, y no sólo por los votos, sino fundamentalmente porque (a diferencia del relato de Moyano, insostenible en éste punto) viene centrando todas las medidas que está tomando en evitar que la crisis impacte sobre los niveles de empleo.

En el repaso del “afuera” no se puede soslayar la desbocada ofensiva de Clarín (con el acompañamiento de La Nación, claro está), y no porque se sobredimensione la importancia de la “batalla cultural” o la “lucha por el relato” en el análisis, o la capacidad de influencia del dispositivo mediático en la percepción política ciudadana; sino porque en la medida que el almanaque acerque la fatídica (para el Grupo) fecha del 7 de diciembre, la cosa se irá agravando.

La disputa está dada allí en términos de sobrevivencia, y no tenemos a la vista (por desgracia) fallos o leyes que obliguen a Techint, Acindar o Aluar a desinvertir para desmantelarse; si no tendríamos a Paolo Rocca o Madanes Quintanilla haciendo lo mismo que orquesta a diario Magneto: por ahora se conforman con poner unas fichitas en vencer la resistencia del gobierno a devaluar.

La discusión de la reforma constitucional y la re-reelección es inevitable y -tarde o temprano- estará planteada; incluso más allá de la propia decisión personal de Cristina: es una ficción ordenadora (por usar palabras de Zuleta Puceiro), que tiene a afirmar aun más el poder presidencial (decisivo para capear tiempos de crisis como los que se viven); y asordinar las disputas políticas internas por el 2015: no es sino la contracara y lógica consecuencia de los “correctivos” aplicados a los intentos de Moyano y Scioli, por su orden, de cortarse sólos; y será seguida seguramente (es de manual) por la decisiva presencia del dedo presidencial en la conformación de las listas legislativas del 2013: si hay algo que Cristina no quiere (y que el cuadro económico y social hace altamente desaconsejable) en los dos últimos años de su mandato, es otro “Grupo A”, alimentado desde el peronismo y el bloque oficialista.

Si los números de la elección dan o no para los mágicos dos tercios que habiliten la reforma es una cuestión de segundo orden, o en todo caso: si dan, una herramienta más para negociar con el “adentro” lo que venga.

Y así como la disolución de la APE (precedida de otros desmontajes de cajitas chinas del Estado manejadas por hombres de Moyano) fue una clara señal al mundo sindical de los límites de “su” cancha, la solución del brete financiero de Scioli (correcta en el modo, insisto en que probablemente desfasada en los tiempos) lo es para los gobernadores, en especial los que tengan aspiraciones presidenciales: a las complejidades constitucionales para modificar el régimen de coparticipación (una verdadera muestra de la torpeza del motonauta: blandir en su defensa justo el tema que lo aísla del conjunto de sus colegas, por divergencia de intereses), tendrán que sumarle la certeza de que el gobierno nacional irá en su auxilio, sólo en la medida que no planteen desafío al liderazgo político.

Y si bien la crisis determina que el gobierno tenga menos margen de maniobra para profundizar determinadas cuestiones (básicamente por las estrecheces fiscales), lo sucedido desde el 23 de octubre para acá muestra a Cristina en el mejor estilo de Monzón: pega aun cuando parece que está retrocediendo.

Y si no veamos: al caso Ciccone, el dólar blue, los caerolazos, otro lock out de la Mesa de Enlace, el conflicto con Moyano la crisis bonaerense y la interna abierta por la sucesión, les fue respondiendo con los límites para distribuir utilidades y repatriar dividendos, la expropiación de YPF, la reforma del BCRA, el plan de viviendas, la obligación a los bancos de prestar a las empresas o los créditos para jubilados.

Un pato rengo que no se resigna a su destino y da pelea hasta el final, algo con lo que el peronismo “real” (siempre oteando el horizonte en busca de nuevos rumbos) no está demasiado acostumbrado a lidiar.

Y encima le viene ganando por paliza a Alberto Fernández la interna de las viudas de Kirchner.

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