jueves, 20 de diciembre de 2012

NI FERNANDO NI ISABEL: CRISTINA


Por Raúl Degrossi


Desde que comenzó éste segundo mandato de Cristina y -sobre todo- a partir de que los efectos de la crisis económica internacional golpearon con más fuerza en el país circula (en los medios, en las redes sociales, en el discurso asumido más o menos públicamente por la dirigencia opositora) una pretensión de asimilar a Cristina con De La Rúa; mientras que desde hace más tiempo y en especial en las usinas mediáticas y sociales del gorilismo, se la compara con Isabel Perón: el propio Lanata lo había hecho ya, a minutos de la muerte de Néstor Kirchner.

En ambos casos se juega con sobreentendidos sociales que dan las coordenadas precisas del significado de la comparación: por un lado, un presidente ungido con una importante mayoría electoral que dilapida aceleradamente desde el gobierno, sustentado en una coalición política que se resquebraja también con rapidez, con un vicepresidente en el ojo de la tormenta por un escándalo de corrupción de imprevisibles derivaciones institucionales, y el telón de fondo de una crisis económica que -se profetiza con el pasado a la vista- no tendrá capacidad para manejar.

Por el otro, una presidenta vicaria de un poder heredado, a la que la viudez deja en estado de indefensión política, recluida en una alienación conceptual para comprender la realidad, rodeada de un círculo áulico de alcahuetes y adulones que la mantienen aislada de lo que verdaderamente pasa; mientras a su alrededor crecen las pujas políticas por hacerse del poder, y la economía amenaza estallar por los aires con todas sus variables disparadas fuera de control.

Como se ve, para los que son afectos a las comparaciones superficiales, la historia siempre las provee en forma abundante como para convalidar un determinado discurso, y actuar en consecuencia; lo que no implica -ni mucho menos- que la lectura sea correcta, o tenga anclaje en la realidad: la diferencia no es menor, porque donde se esperaba un nicho de crecimiento político, puede aparecer una serie increíble de papelones; como de hecho viene sucediendo en la Argentina.

Y como ambos (De La Rúa e Isabelita) terminaron abruptamente sus respectivos mandatos (asimilados incluso visualmente en su eyección de la Rosada en helicóptero), la comparación alimentó durante todo el año los sueños húmedos de los que no metabolizaron nunca el 54,11 % de Cristina en octubre del año pasado; y mientras corrían los meses de éste 2012 que termina, alentaban la esperanza de otro diciembre de clímax político, con crisis institucional incluida.

Esa percepción alimentó tanto la praxis política opositora (que en seguimiento de la línea editorial de los grandes medios, auguró el inevitable fin del kirchnerismo), como la dinámica del sindicalismo que adversa al gobierno nacional (conducido por Moyano y Micheli); y -sobre todo- al multiforme y gaseoso colectivo social expresado en los cacerolazos.

Que el gobierno de Isabel hubiera terminado con un golpe militar al estilo tradicional, y el de De La Rúa con una crisis institucional resuelta jugando con los límites del sistema constitucional es una diferencia sutil, que no puede ser captada desde la rusticidad del pensamiento de aquellos que, desde hace más de un año, se empeñan en negar lo obvio: un triunfo electoral de la contundencia del obtenido por Cristina otorga al que gana la legitimidad y la base política firme para imponer el rumbo del país, e impone al que pierde una profunda introspección, para comprender cabalmente lo que está pasando, y lo que ha hecho o interpretado mal.

Desde las apelaciones al clientelismo y la “legitimidad segmentada” de Carrió en el 2007, hasta el “efecto viudez” con el que se pretendió explicar el triunfo de Cristina el año pasado, la oposición (mediática, social, política, sindical) persiste en desconocer al kirchnerismo como hecho político, asumiéndolo como algo más que un fenómeno pasajero: por esa vía, tendrán cada vez más mayores dificultades para superarlo construyendo una alternativa viable para gobernar la Argentina.

Y la simplicidad de la comparación de Cristina con Isabel y De La Rúa llevó a construir una galería del ridículo, de la que será muy difícil volver: un sindicalismo peronista -expresado en Moyano- cuestionando el liderazgo político de Cristina al interior del propio peronismo, en el mejor registro de Vandor con el propio Perón; sindicalismo para el cual la comparación con el gobierno de Isabel es más perjudicial que para la propia Cristina.

Porque cuando Moyano enciende el peronómetro para cuestionar al kirchnerismo (olvidando con frecuencia su auditorio concreto, como ayer en la Plaza ante las columnas de los partidos de izquierda) lo hace para recordar en clave maccartista a Rucci y a Perón expulsando a los montoneros de la plaza (en lo que, errores aparte de la conducción de las organizaciones armadas, implica en el contexto una subrepticia reivindicación del baño de sangre posterior); pero obviando que la dirigencia sindical de aquellos 70’ estrechó filas junto a Isabel y López Rega, para terminar combatiendo al segundo, y soltándole la mano a la primera con la borrada de Casildo Herreras, horas antes del golpe.

Y que decir de la dirigencia de la UCR, que marchó ayer a la Plaza (o al menos prestó su apoyo a la convocatoria) el mismo día en que, once años atrás, decidió desde el gobierno declarar el estado de sitio y dar carta blanca a la represión de la protesta que se cobró 39 muertos en todo el país: un olvido y un desprecio tan brutal de símbolos tan poderosos dice bastante de lo que entienden los radicales por autocrítica; y de lo poco (o nada) que han madurado políticamente desde que el último presidente surgido de sus filas abandonó la Rosada antes de terminar su mandato, dejando un país en llamas.

Los denunciantes y los gestores de la ley Banelco, los que debían asumir la representatividad de las víctimas de aquel diciembre trágico y los que fueron sus victimarios, se dieron ayer la mano para confrontar con el gobierno que expresa al proyecto político que clausuró la crisis, y por eso fue ampliamente revalidado en las urnas, en dos oportunidades.

Un contrasentido tan grande como el de los cacerolos (presentes también ayer en la Plaza, a través de parte de los organizadores de la espontaneidad) que comparan a Cristina con De La Rúa y le auguran el mismo final; obviando que a “Chupete” lo votaron para que prolongara la ilusión de la convertibilidad, gestionando un menemismo prolijo y sin corrupción, por lo menos ostentosamente visible.

En ambas comparaciones hay una persistencia no ya en desconocer las condiciones políticas personales de Cristina (lo que en sí es un grave error, cualquiera sea la postura que uno termine adoptando frente al kirchnerismo), sino el hecho de que ella expresa un liderazgo, un rumbo y un proyecto.

Un liderazgo que no está exento de errores, un rumbo que puede tener marchas y contramarchas pero es claro y un proyecto que está en permanente construcción; pero que cuentan con amplios apoyos sociales, que se hicieron visibles el 9D.

La precariedad del discurso opositor sustentado en comparar a Cristina con De La Rúa o Isabel, y la persistencia en el error de seguir una línea de acción política consecuente con esa idea, explica bastante el rotundo fracaso de la marcha de ayer, en términos cuantitativos y -sobre todo- cualitativos; al menos si se la mide desde las expectativas de los convocantes.

2 comentarios:

  1. Excelente Raúl, impecable. (Panza Verde)

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  2. aaaaaaachalaii mi mamaaaaaaaaa, que de pelotudeces que hay en la net, pero esto es extremo

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