domingo, 10 de marzo de 2013

MARCANDO AGENDA


El discurso de Cristina en el Congreso dejó mucha tela para cortar, e incluso desde la propia tropa hay visiones diferentes al respecto: por caso acá Artemio lo considera el mejor de todos los que dijo desde el 2007 al inaugurar las sesiones, mientras acá el Escriba puntualiza lo que entiende fueron omisiones, o tuvieron escasa relevancia en el contexto de un discurso de más de cuatro horas: los resultados de la gestión estatal en YPF, la reforma al mercado de capitales y al carta orgánica del Banco Central, la regulación de la medicina prepaga, cierre de la fuga de capitales, controles cambiarios, entre otras cuestiones.

Opinión con la que coincidimos, porque además se trata de medidas concretas (y estructurales en muchos casos) que el gobierno tomó, y que produjeron efectos concretos, o lo harán en el mediano plazo; de modo que había allí cosas para mostrar, o poner en discusión.

Lo mismo pasa con los proyectos que sí mencionó Cristina en orden a la idea de "democratizar la justicia": se puede discutir si con esas ideas se agota el objetivo o hay que avanzar en otros aspectos (como las cuestiones de la accesibilidad a los tribunales, en especial de los más pobres), o si no había otros temas pendientes en la agenda que fuesen prioritarios.

Sin embargo, hay un dato político incontrastable, y que los días posteriores al discurso no hicieron sino confirmar: cuando el proceso político que inició Néstor Kirchner aquél 25 de mayo está próximo a cumplir los 10 años, y pese al estrépito mediático-opositor que preanuncia a diario el fin de ciclo, Cristina sigue estando en el centro del ring, y marcando la agenda de la política nacional.

Si hasta con la muerte de Chávez la oposición descendió al nivel del conventillo para seguir cada uno de sus movimientos: que si fue porque fue y no estuvo con las víctimas de la tragedia de Once, que si se vino antes es un papelón internacional; y así, con ese nivel de seriedad.

Aun sin posibilidad de reelección a la vista (al menos en términos constitucionales, desde el punto de vista político y de potencial electoral, es otra la historia), y con los persistentes intentos de instalarle presuntos "candidatos naturales" a sucederla desde el interior del propio oficialismo (como Scioli), Cristina marca los tiempos y la cancha de la agenda política, define de que se discute.

Ya está pasando con los proyectos sobre la democratización de la justicia: desde la oposición se plantan en bloque en contra (de todos y cada uno) con los argumentos del "motivacionismo"; es decir, no interesa lo que el gobierno plantea que va a hacer, sino las razones ocultas (y maléficas o despreciables) por los que verdaderamente lo hace.

El mismo (y fracasado) libreto con el que se opusieron a la ley de medios, la estatización de las AFJP, el Fútbol Para Todos o las retenciones móviles; con los resultados conocidos, en términos electorales.

Con los anuncios del 1º de marzo Cristina dio una muestra de kirchnerismo en estado puro: a los desafíos planteados desde la corporación judicial con la famosa solicitada del año pasado (inspirado por Lorenzetti), le respondió redoblando la apuesta, y poniendo a los jueces en la picota, en la que -en rigor- están ya socialmente hace bastante tiempo.

Eligió así un adversario (como en su momento lo hizo Néstor con la curia, el FMI o la Corte menemista) que no goza de simpatías en el ciudadano común, que lo ve distante, oscuro y defendiendo privilegios inadmisibles para el hombre de la calle, como no pagar impuestos.

Y esa astucia es respondida desde el espectro opositor con los reflejos adquiridos habituales, que en definitivas no son sino seguir pescando en la pecera: los argumentos vinculados a las intenciones ocultas y aviesas del kirchnerismo, o a la defensa en abstracto de instituciones que (en concreto) tienen demasiados puntos oscuros, no parecen un prospecto interesante para perforar su techo electoral; bajísimo en algunos casos.

Hay que advertir que, aun anunciando Cristina el viernes que no impulsará una reforma constitucional (con lo cual priva a los opositores del principal punto de acuerdo que tienen entre sí: oponerse a la reelección), los opositores siguen sumidos en la confusión, y hacia el interior del peronismo siguen sin emerger liderazgos alternativos.

Sea entre aquéllos que no adscriben al kirchnerismo (por caso De La Sota, atrapado en las urgencias financieras de Córdoba, agravadas por su propia gestión), o quienes, siendo parte de la coalición oficialista al menos formalmente, tienen aspiraciones mayores: hasta se dio el lujo de tirarle dardos a Scioli (por el manejo de las finanzas bonaerenses) o a Massa (por especular políticamente con la inseguridad); como para recordarles que no hay que serruchar la rama en la que uno está parado.    

Todo esto mientras otros conflictos que hace poco se planteaban como definitivos para el kirchnerismo, o con efectos devastadores para sus intentos de continuidad, se diluyen o pierden entidad: las protestas caceroleras amagan disolverse en disputas intestinas, o la pelea con los fondos buitres se encarrila hacia un solución en línea con los planteos que vino sosteniendo siempre el gobierno al respecto.

Si a éste panorama se le suma que la economía comience a arrojar datos que den cuenta de la reactivación, y que la oposición sigue sin resolver sus graves problemas de fragmentación; se tendrá una idea del contexto en el que (al menos por ahora) se desarrollará el año electoral.  

Un año en el que -todo así lo indica- será Cristina la que seguirá marcando la agenda.

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