Para el momento de subir este post se lleva escrutado más
del 80 % de la elección tucumana, y parece claro que el triunfo del FPV es
irreversible, tal como lo marcaban las encuestas previas; y como también lo
indicaban ayer desde temprano (mientras aun se estaba votando) las quejas
opositoras por el presunto fraude, instalando el tema en las redes sociales.
Como primer dato políticamente relevante, la elección
tucumana confirma -una vez más, para variar- el error de fondo de la “tesis
Sarlo”: en política no siempre el todo es la resultante exacta de la suma de
las partes, en términos electorales; y por el contrario la mayoría de las veces
sucede exactamente lo contrario.
Eso desde lo puramente cuantitativo, pero claro está que
cualitativamente es impracticable “sumar todo” lo que adversa al oficialismo, y
si la alquimia lograra llevarse a cabo (como en Tucumán) no tiene el éxito
garantizado, ni mucho menos.
Pero así como se llevó puesta a la “doctrina Sarlo”, el
resultado tucumano es también otro fracaso de la “estrategia Sanz” habilitada
por la convención radical en Gualeguaychú, en su versión Gerardo Morales: sumar
todo lo posible en un clásico frente anti-peronista alla Unión Democrática,
para intentar recuperar el gobierno de alguna provincia; a cambio de que la UCR colocara un candidato para hacer de
spárring de Macri en la interna nacional de Cambiemos.
Si a la vista de los resultados concretos (Tucumán era la
mayor esperanza del experimento, al que sólo queda por delante Jujuy) queda claro la estrategia radical fue un fracaso, lo que esperaba conseguir Sergio Massa como consecuencia de adherir al mismo combo resulta a esta altura francamente ininteligible.
Mal que les pese a los medios opositores y a los antikirchneristas emocionales, la mayoría de las elecciones provinciales en las que esperaban un cambio (es decir en las provincias donde gobierna el FPV) vienen ratificando la opción mayoritaria por la continuidad; no porque los ciudadanos de esas provincias consideren que todo está perfecto y no tienen problemas, ni mucho menos: ese es un razonamiento bastante bobo, fruto del enojo porque la realidad se emperra en no coincidir con sus deseos, transformados en análisis y pronósticos que una y otra vez fallan.
Si la gente decide no cambiar, es sencillamente porque los que pretenden encarnar políticamente ese cambio no la logran convencer de que lo pueden llevar a cabo, o de que ese cambio -en lugar de ser para mejor- no significará un retroceso.
Cuando algunos se preguntan -en tono de perplejidad- por la persistencia de muchos sectores de la sociedad en votar al peronismo, una respuesta que se puede dar -la más sencilla a la mano, por lo menos- es por la paralela persistencia de los antiperonistas en los mismos discursos, las mismas prácticas y los mismos métodos de acumulación política; que vienen fracasando desde hace 70 años, tantos como tiene en la política argentina la fuerza creada por Juan Perón.
En ese sentido, parece cosa juzgada de acá a octubre que la principal estrategia opositora es deslegitimar a priori los resultados, sembrando todo tipo de sospechas sobre la transparencia de los procesos electorales; eligiendo para esa pelea los ámbitos extrainstitucionales (los medios, las redes sociales) en lugar de la justicia: curioso tratándose de gente autoproclamada republicana, y guardiana de las instituciones.
Curiosa y poco astuta estrategia agregaremos, desde que no parece que vaya a permitirles ampliar su base electoral; y por el contrario, puede terminar contribuyendo a instalar la idea de la inevitabilidad del
triunfo del kirchnerismo en la elección presidencial.
Pero así como en la previa de cada elección (en éste caso la tucumana) se intenta instalar la sospecha de fraude, cuando las urnas se pronuncian, la editorialización de la realidad que hacen los principales medios opositores (de la que dan cuenta las tapas que están en la imagen de apertura del post) es un torpe intento por ocultar el dato político decisivo, que es lo que la gente terminó votando; cuando ese hecho de la realidad -una vez más- no se aviene a sus deseos.
Es como si la referencia al lento procesamiento de los datos tucumanos no tuviera tanto que ver con el escrutinio en sí, sino con la metabolización de sus resultados por el dispositivo mediático opositor.
Y si en el recuento sucede otra cosa? Hay unos cuantos telegramas de mesas en los que gana el FPV con el 100%, no están contados como 150.000 votos de la Capital donde la oposición ganó con el 60%...
ResponderEliminarY como diría Aníbal, si mi abuela tuviera ruedas, sería una patineta
ResponderEliminar