jueves, 24 de marzo de 2016

40 AÑOS DEL GOLPE, O EL PESO DE LA HISTORIA


Se cumplen hoy 40 años del golpe cívico-militar del 76', y por una conjunción nefasta de circunstancias, hemos de conmemorarlos con el presidente de EEUU en el país, y un hijo dilecto de los sectores empresariales que apoyaron el cuartelazo y se beneficiaron con él instalado en la Rosada, por el voto popular.

Más allá de la introspección que la fecha siempre propone, es obvio que esta vez se la conmemora en un clima de derrota, dispersión y preocupación. Porque el problema no es tanto la genealogía de Macri, sino que lo él representa y encarna, y el proyecto político que está empezando a desplegarse en el país; que es el heredero directo de la ideología matriz de la dictadura, y por ende no es casual que recoja los mismos apoyos (sociales, mediáticos, empresariales) que recogieron los centuriones del horror.

Lo que no significa -como decíamos en su momento acá- desconocer la legitimidad de origen del gobierno de Macri, hecho que lejos de simplificar las cosas las complejiza aun más: que la derecha haya podido por fin instalarse en el poder por el voto popular demuestra -entre otras cosas- que hay un núcleo de ideas que se instalaron a sangre y fuego en la dictadura, y que aun hoy siguen gozando de extendido consenso social en nuestro país; sin que esto signifique tampoco caer en el error de suponer que todos los que votaron a Macri las comparten. 

Lo cierto es que más allá de las teorizaciones sobre la "nueva derecha" y sus presuntas diferencias con la "vieja", este nuevo aniversario del golpe nos muestra un panorama en el que, despojada de los límites de la corrección política y bordeando los que imponen las restricciones democráticas, esta derecha que nos gobierna ha incurrido en poco más de tres meses en el poder, en prácticas que se creían confinadas a la oscuridad del facto.

Censura previa a medios de comunicación y periodistas críticos al gobierno, desmantelamiento de un plumazo por DNU de la ley de medios de la democracia para dejar un esquema normativo peor aun que el de la dictadura que aquélla vino a reemplazar, una diputada electa privada de libertad sin respeto de sus garantías constitucionales y convertida en presa política, represión "protocolizada" de la protesta social, despidos en el Estado por explícitas causas políticas e ideológicas, estigmatización de la militancia (confinada semánticamente a los territorios del delito), creciente militarización de las políticas de seguridad, borroneando los límites entre ella y la defensa nacional; al mejor estilo de la doctrina de la seguridad nacional de los años de plomo.

No hablemos de las políticas económicas y sociales: ya en campaña advertíamos la escalofriante similitud del programa de "Cambiemos" (mitad explicitado con todas las letras, mitad negado con el mismo énfasis por el propio Macri) con el desarrollado por Martínez de Hoz bajo el gobierno de la junta militar. 

Si hasta nos proponen "con alegría" y sin "plan B" volver a endeudar al país en el exterior, luego de que en la dictadura nos cargaran a todos con el con el fardo de la deuda de los mayores grupos económicos privados del país, incluyendo al de la familia del presidente.

Apertura de la economía y del comercio exterior, liberación de cargas impositivas a los sectores más concentrados, valorización financiera, liberalización del mercado cambiario y financiero, aumento de las tarifas de los servicios públicos, techo a la discusión salarial en paritarias, suba de las tasas de interés, facilidades para el ingreso y salida de los capitales especulativos, endeudamiento externo para financiar la fuga de capitales; todos ítems que estaban en el menú de la dictadura cívico-militar y hoy vemos repetidos, como si no fuera conocida la experiencia, por sus resultados.  

Y en ese marco, un gobierno al cual sus antecedentes en materia de defensa de los derechos humanos (ver acá) lo condenan -aunque hoy pretenda que los olvidemos, apropiándose del reclamo de los organismos para que EEUU desclasifique archivos de la dictadura-, avanza velozmente hacia la articulación de un nuevo "relato estatal" sobre la represión ilegal en la dictadura, mientras reclama la prisión domiciliaria "por razones humanitarias" para los genocidas condenados, desmantela los organismos y programas estatales vinculados a los derechos humanos, y obtura con precisión quirúrgica (en el Congreso, en el Poder Judicial, en el Consejo de la Magistratura) toda posibilidad cercana o remota de llevar al banquillo de los acusados a los cómplices y responsables civiles de la masacre: Blaquier. Massot, Mitre, Magnetto y otros tantos reclaman y obtienen salvoconductos para seguir zafando.  

Durante todos los años del kirchnerismo el dolor por los que no están siguió presente, pero en buena parte se mitigaba porque avanzaban las políticas de verdad, memoria y justicia; y porque además el país estaba -trabajosamente, no sin complicaciones ni retrocesos- en la senda de la profundización de la democracia, en clave de restauración de derechos conculcados, o reconocimiento de otros nuevos. 

Con todo lo que estaba -y está pendiente- había espacio para el optimismo y la esperanza, y al mismo tiempo la satisfacción de sentir que en ambos planos estábamos saldando la deuda con los que nos precedieron, y en muchos casos ofrendaron su vida en el sacrificio militante para construir un país mejor.

Hoy en cambio -y para qué engañarnos- es como si sintiéramos que el peso de estos 40 años de historia se nos hubiera venido encima, y nos invadiera la sensación de que estamos condenados a repetir -una y otra vez- las mismas frustraciones, los mismos fracasos, las mismas derrotas.

Sin aquél irrepetible baño de sangre, pero con muchas de las deudas que siguen pendientes, y con muchos de los que entonces orquestaron el horror y se beneficiaron con él manejando los destinos del país; más allá de quien circunstancialmente habita en la Casa Rosada.

En medio de la tristeza, la impotencia y la bronca habrá que aprender del ejemplo de esas mujeres de pañuelos blancos que se mantuvieron firmes en la lucha en casi absoluta soledad, y perseverantes en la esperanza, en medio de la más absoluta desesperanza.

En ese espejo hay que mirarse -sobre todo hoy- para hacer de tripas corazón, y seguir dándole para adelante. No queda otra.

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