lunes, 19 de septiembre de 2016

TOCAMOS FONDO


Por esas cosas de la historia y justo hoy que después de 10 años vuelve una misión del FMI a la Argentina, nos recuerda Carlos Arbia en ésta nota de Infobae que para esta misma época pero en el 2004, Néstor Kirchner tomaba dos decisiones fundamentales para el rumbo de su gobierno: terminar las negociaciones con el Fondo para la firma de un nuevo acuerdo contingente, y desplazar a Alfonso Prat Gay de la presidencia del Banco Central.

Como cuenta el artículo, Prat Gay era partidario de renovar el acuerdo con el FMI, que comprendía un préstamo stand by del organismo (de los que habían sido habituales por años en el país), pero la movida generaba riesgos porque el Fondo mantendría su ingerencia sobre la economía nacional; y por entonces (y aun hoy) operaba como lobbista de los acreedores extranjeros del país para que el gobierno de Kirchner mejorara la oferta del canje de deuda, que acababa de lanzar.

Néstor Kirchner rechazó el planteo del presidente del BCRA y lo eyectó de su cargo (cosa que hasta hoy Prat Gay niega diciendo que fue una decisión suya irse), y empezó a madurar la decisión de cancelar la deuda con el FMI, lo que se concretó el primer día del 2006, casi en paralelo con el Brasil de Lula que hacía lo mismo.

Lo demás es historia conocida: el gobierno congeló la relación de la Argentina con el FMI, cerró el canje de deuda con un 76 % de adhesión (cuando el FMI y los economistas de la ortodoxia local e internacional auguraban un fracaso), el Fondo dejó de tener ingerencia en las decisiones económicas del país (a punto tal que cerró su oficina en Buenos Aires en el 2012) y sin su tutela, el kirchnerismo pudo ensayar políticas heterodoxas que le dieron al país el ciclo de crecimiento sostenido más prolongado tras el primer peronismo: medidas como los subsidios a las tarifas de los servicios públicos (tema de candente actualidad), la recuperación de los fondos de las AFJP, el PROCREAR, la expropiación de YPF o la reforma a la Carta Orgánica del Banco Central hubieran sido imposibles con una política económica sujeta a las habituales “condicionalidades” del Fondo.

Y hablando de peronismo y FMI, y ya que estamos de efemérides, es oportuno recordar que el Fondo surgió de los acuerdos de Bretton Woods de 1944, pero la Argentina no ingresó como miembro del organismo sino hasta abril de 1956 durante la llamada Revolución Libertadora; cuando el Decreto Ley 7103 de Aramburu ordenaba iniciar las gestiones para que el país fuera admitido. El gobierno de Perón -por el contrario- se negó de plano a ingresar.

En su hora más oscura como economista, Raúl Prebisch justificaba la decisión en su “Informe preliminar” al gobierno de facto diciendo: “Hay dos serias confusiones en cuanto al empréstito exterior. Primero, que no hace falta; y segundo, que compromete la soberanía nacional (…) Creo que el capital privado extranjero (…) podrá estimular poderosamente el desarrollo económico argentino.”. Todas sus predicciones al respecto se revelarían fallidas, con el paso de los años y de los gobiernos.

Diez años después del ingreso de la Argentina al FMI y desde su exilio en Madrid decía Perón: “Advertí que en él -el FMI- participarían la mayoría de los países occidentales, comprometidos mediante una larga contribución al Fondo, desde donde se manejarían todas sus monedas, se fijaría no sólo la política monetaria, sino también los factores que directa o indirectamente estuvieran ligados a la economía de los asociados (…) 

He aquí alguna de las razones, aparte de muchas otras, por las cuales el gobierno justicialista de la República Argentina no se adhirió al Fondo Monetario Internacional. Para nosotros, el valor de nuestra moneda lo fijábamos en el país, como también, nosotros establecíamos los cambios de acuerdo con nuestras necesidades y conveniencias (…) Ha pasado el tiempo, y en casi todos los países adheridos al famoso Fondo Monetario Internacional se sufren las consecuencias y se comienzan a escuchar las lamentaciones. Este fondo, creado según decían para estabilizar y consolidar las monedas del “mundo libre”, no ha hecho sino envilecerlas en la mayor medida”.

También hoy tras otros diez años -en éste caso de ausencia del FMI del país- se ha reimplantado de hecho la “autonomía” del BCRA (convertido nuevamente en coto de caza del monetarismo y los intereses de los bancos), y nos quieren vender una supuesta pelea entre el “ortodoxo” Sturzenegger y el “keynesiano” Prat Gay (el mismo al que Kirchner diera salida por su ortodoxia en 2004) por la profundidad del ajuste que debe encarar el gobierno.

Sin embargo se puede aventurar sin temor a equivocarnos que en lo fundamental ambos coinciden: hay que tomar en cuenta la opinión del FMI, aunque el organismo esté desprestigiado en los propios “países serios” por su rol fallido en la ya prolongada crisis financiera internacional iniciada en el 2008. Tal coincidencia no debe sorprender: decíamos acá que el programa del gobierno de Macri coincide casi en su totalidad con la “hoja de ruta” que el Fondo planteaba en plena campaña electoral del 2015 para la economía argentina.

La Nación anticipa acá que seguramente la evaluación del FMI para la política económica del gobierno será positiva, y no es para menos, en tanto Macri espera a la misión con buena parte de los deberes hechos: liberalización del mercado cambiario y del comercio exterior, aumento de las tarifas de los servicios públicos, desregulación del mercado financiero y de todos los movimientos de capitales, arreglo con los hold outs, vuelta a los mercados voluntarios de deuda.

Y lo que Fondo pueda reclamar como “tareas pendientes” no es ajeno a la visión del propio gobierno: profundizar el ajuste fiscal (incluyendo la eliminación de los subsidios a las tarifas de los servicios públicos), flexibilización de las normas laborales, eventualmente alguna privatización de empresas o activos del Estado, mayor apertura económica y desregulación.

A partir de esa coincidencia de enfoque, es dable esperar que el FMI dispense algunos “incumplimientos” (como las cifras del déficit fiscal) y que le perdone a un gobierno “friendly” los pésimos resultados de una gestión que hasta acá aumentó la inflación, la pobreza, la indigencia, el desempleo y el déficit fiscal; mientras caen la inversión, las exportaciones (pese a haber devaluado), el salario y el consumo: lo que en otro gobierno sería señalado como graves inconsistencias económicas, en éste seguramente serán contextualizados como “daños colaterales” inevitables de “haber sentado las bases para el despegue de la economía”. Nada nuevo bajo el sol.

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