Los diagnósticos que vienen
circulando de un tiempo a ésta parte sobre la estrategia política del gobierno
de Macri para éste año electoral son mayoritariamente contestes en señalar que
no iba a haber un ajuste brutal, justamente porque hay elecciones; y el
gobierno necesita ganarlas para legitimar -entonces sí, con los votos frescos-
el despliegue de ese ajuste el día después que se abran las urnas, y se cuenten
los votos.
A favor de esa lectura, pesa el
hecho de que los ajustes -como bien aleccionaba Durán Barba a Sturzenegger- son
antipáticos y no ayudan a ganar elecciones, como lo comprueba incluso el éxito
de Macri en las presidenciales del 2015; cuando tuvo que girar sobre sus ejes
iniciales y prometer que iba “a mantener lo que estaba bien” del kirchnerismo
“cambiando lo que estaba mal”, por supuesto que sin precisar demasiado cuanto y
qué colocaba en cada bolsa.
Cuestión distinta (o no) es
analizar en qué medida cumplió sus (vagas) promesas electorales, o en todo caso
cada elector lo juzgará por sí a la hora de votar éste año. Pero lo cierto es
que, contra lo que mandan “los libros” y lo que auguraban los análisis, sí hay
ajuste, y no es menor: crecen los despidos y los cierres de empresas, tanto como los aumentos de precios
de artículos esenciales para el consumo y las tarifas de los servicios
públicos, o la presión del gobierno para forzar negociaciones salariales a la
baja en las paritarias que se abren, y conseguir retrocesos flexibilizadores en
las condiciones de trabajo. Hasta se empieza a hablar de “promesas incumplidas”
en relación a la tregua pactada al declarar la “emergencia social”.
Interpretaciones aparte (todas
respetables), esos son los hechos concretos; que resultan más coherentes con la
verdadera naturaleza del proyecto político que gobierna la Argentina: un modelo
de reestructuración drástica de las condiciones económicas y sociales de
empleo, salario, distribución del ingreso y niveles de vida y de consumo, que
antes solo fue posible en contextos de dictadura; o de procesos democráticos
condicionados por “golpes de mercado” o situaciones de excepcionalidad
institucional. Y de rapìña también, como lo comprueba el caso de la condonación de la deuda del Correo al grupo Macri...por Macri.
La necesaria re-lectura de la
realidad que imponen esos hechos exige también analizar más a fondo el modelo
económico que despliega el macrismo y los sectores que se benefician con él;
porque son los factores que explican y determinan la estrategia política del
oficialismo.
Hasta acá se pensaba que esos
sectores estaban dispuestos a consentirle al gobierno ciertas “dosis
homeopáticas de populismo” (por ejemplo moderando las expectativas de reducción
del déficit fiscal, o sosteniendo algún nivel de gasto social compensatorio)
para permitirle ganar las elecciones; y no comprometer la estabilidad política
del proceso. Pero lo cierto que las cosas parecen indicar que ya no es tan
seguro que el gobierno busque que la economía despegue (más dudoso aun es que
lo consiga con sus políticas), si entendemos por ello una mejora global de
todos los indicadores macroeconómicos, que se traduzca en un “derrame” social.
La profundización del modelo de
valorización financiera a través de la eliminación de todos los controles al
movimiento de capitales (lo que es una invitación a acelerar la ya descomunal
fuga) y la política de apertura comercial (incluso con Macri ensayando acuerdos
de libre comercio extendidos en un mundo que se cierra) mientras se despliega
el “plan de reconversión industrial” (que consiste básicamente en subsidiar
desde el Estado la expulsión de mano de obra en las industrias “inviables”) y
facilitación de la inversión extranjera (aunque la lluvia no se produzca),
permiten inferir que para el gobierno lo que interesa es que despeguen los
enclaves de los que espera resultados (el agro, la banca, la minería, los
derivados financieros, la energía y los servicios); desentendiéndose del resto.
Incluso cierta “recesión
consentida” (y provocada) les resulta funcional al objetivo de subir el
desempleo para forzar negociaciones salariales a la baja, y de condiciones de
trabajo hacia la precarización. Y lo hace moviéndose con las ventajas que le provee
el contexto: crisis no resuelta de la oposición política, fragmentación social
que provoca la dispersión de reclamos aislados sin capacidad de articulación
entre sí, complacencia, tolerancia o pasividad (elijan lo que más les guste)
del sindicalismo representado en la CGT.
La corrección política mal
entendida en algunos casos, y la especulación política de corto vuelo en otros,
les impide a muchos distinguir que una cosa es llegar al poder por elecciones
libres y sin fraude, y otra muy distinta es ser democrático. Mientras en lo
primero ha probado ser exitosa por primera vez en su historia, lo segundo sigue
siendo una asignatura pendiente para la derecha argentina.
De allí que su mayor activismo
político no sean los “timbreos” ni la disputa o el debate democráticos (por eso
su obsesión por clausurar la discusión en el Congreso), sino por fuera del
sistema; desplegando con brutal violencia las operaciones cloacales urdidas por
la patota judicial, mediática y de los servicios de inteligencia desenfrenados y
sin control alguno, sobre la única fracción que puede capitalizar políticamente el
descontento social en elecciones (el kirchnerismo, en especial con una
candidatura de Cristina), traduciéndolo en una posibilidad de cambio real, y no
en más de lo mismo bajo otro envoltorio, como Massa.
Las escuchas filtradas a los
medios y las causas judiciales inverosímiles no son "parte" de un plan más vasto, sino “la” estrategia política del
gobierno para intentar ganar las elecciones; sin descartar por supuesto la
cooptación con la chequera, o la rosca al estilo tradicional. Pero estas
últimas no son lo definitorio del proceso, e incluso las roscas son con tipos
que tienen más peso institucional (malversando la representación popular
conferida por el voto) que político y electoral, como Pichetto y Abal Medina:
esos acuerdos no son para ganar elecciones, sino para mantener hibernado el
Congreso, cerrándolo como una tribuna de expresión de las diferencias
políticas, y el descontento social.
Por eso la coalición “realmente
gobernante” incluye a los que no son parte formal del gobierno, pero aceptan
compartir el costo de sus decisiones; como parte del PJ con representación
legislativa, la mayoría de los gobernadores y la CGT. Y quizás muchos de ellos
se sumen al gobierno en el intento de ser inmunes a una eventual derrota electoral,
bajándole el precio a la elección como ya lo empezó a hacer María Eugenia
Vidal.
En el caso del gobierno, tampoco
habría que descartar que reincida en el intento de hacer fraude imponiendo el
voto electrónico: después de todo el proyecto que envió Macri no fue
formalmente rechazado en el Senado (lo que hubiera impedido que se tratara en
todo éste año y hasta 2018), y bastaría conseguir allí un puñado de “opositores
razonables” para que se convierta en ley.
De allí que no solo hay que
organizarse para ganar las elecciones y derrotar al gobierno, sino que la
derrota debe ser de proporciones, de una magnitud que el mensaje no pueda ser
ignorado: Macri debe cambiar el rumbo, o terminará precipitando una crisis de
imprevisible magnitud.
Y en el medio -de acá hasta las
elecciones- articular todas las formas posibles de resistencia democrática a
éste modelo de exclusión; y de construcción y organización política con tanta
amplitud como sea posible con todos los que se opongan al régimen (porque en eso
se han convertido) sin concesiones ni agachadas; sean sindicatos, movimientos
sociales, organizaciones civiles o partidos políticos.
Creer que se puede andar con pies de plomo, guantes de seda o modales de parlamentarios europeos con ésta gente es cometer un error gravísimo, del que posiblemente no podamos volver.
Creer que se puede andar con pies de plomo, guantes de seda o modales de parlamentarios europeos con ésta gente es cometer un error gravísimo, del que posiblemente no podamos volver.
Estoy de acuerdo con todo el planteo político. Aunque pienso que en el pensamiento de la situación económica ellos piensan que realmente con las politícas que llevan van a reactivar la economía, que liberar el mercado traerá la lluvia de inversiones y la mejora para todos, creo que realmente piensan eso y por eso aun en año electoral no se apartan de alli. Con las grande obras de infraestructura, mechas de ellas realmente necesarias, cambiaran el humor económico.
ResponderEliminarGRANDE CRISTINA!!!!!!!
ResponderEliminarLA PATRIA Y CADA ARGENTINO ESTA AMENAZADO!!!!!!
EL CLAN MASCRI SON UNOS ESTAFADORES EVASORES Y TRAIDORES AUNQUE DE ESTA ULTIMA A LO MEJOR SAFAN MOSTRANDO SU CIUDADANIA ITALIANA.
LA ARGENTINA Y LOS ARGENTINOS LES IMPORTAN UN CARAJO.
SOLO ESTAN DE SAQUEROS, SON PEOR QUE EL VIEJO DE LA BOLSA.
SI HASTA HAN ENTREGADO LAS MALVINAS , AHORA SEGÚN ELLOS SOLO SOMOS BUENOS VECINOS.
VA ENTREGADO ENTREGADO DIFÍCIL QUE EL CLAN HAGA ALGO QUE NO SEA POR BILLONES.
QUIEN IRA HA HACER LA PELICULA DE MAFIOSOS DEL CLAN MASCRI.
ResponderEliminarROBERT SE NIRO , AL PACINO, JOE PESCI, QUE LASTIMA QUE SE MURIO MARLON BRANDON NOO???
Gracias por este texto. Ayuda a pensar (y a entender) la compleja situación actual. Se me ocurre que -por desgracia- la "crisis de imprevisible magnitud" será inevitable (y ya sabemos quiénes la pagaran), básicamente porque 1) Macri no va a cambiar el rumbo pase lo que pase en las elecciones (dado que no le interesa "escuchar" a las mayorías, aún cuando se esfuerce por intentar convencerlas) o 2) Si cambia de rumbo, el establishment le soltará definitivamente la mano y -tal como hizo con otros gobiernos- le colgará un salvavidas de plomo para que se hunda lo más rápido posible, es decir, forzará la crisis.
ResponderEliminarLa única solución es volver a construir grandes mayorías convencidas de la necesidad de rechazar estos modelos económico-políticos y no sólo para hacer número en una elección. El "54%" debería ser una alerta en ese sentido. De nada sirve obtener una victoria circunstancial si una parte significativa de la sociedad sigue alineándose (?) a los intereses de Clarín como si fueran accionistas del Grupo, o defendiendo a un "poder judicial" que actúa como una corporación inalterable, intocable y eterna.
La gran pregunta es: ¿cómo se construyen -aquí, en esta Argentina de hoy con el pasado que carga- esas grandes mayorías?
La única buena noticia es que la derecha tampoco pudo construirla.