lunes, 24 de abril de 2017

MÁS DUDAS QUE CERTEZAS


Transcurrido más de un tercio del mandato de Mauricio Macri, el fracaso del plan económico de su gobierno es indisimulable: el país está lejísimos de haber salido de la recesión (auto creada) como anunció el ministro Dujovne, y no hay un solo dato concreto de la realidad que apoye esa percepción.

Siguen cayendo en picada el consumo, las ventas, el poder de compra de los salarios y el empleo; crece la fuga de capitales, la vulnerabilidad de la economía a los shocks internos, la inflación se resiste a bajar y las únicas inversiones que llegan son las especulativas.

Hasta los propios voceros del establishment local y extranjero se preguntan porque tardamos tanto en salir de la recesión, y empiezan a dudar si finalmente saldremos: desde el FMI al IERAL de la Fundación Mediterránea, pasando por los econochantas de la city y la conducción de la UIA, van descartando la hipótesis de crecimiento planteada para este año por el gobierno con el presupuesto, tal como ya lo habían hecho con la de la inflación.

Por el lado del gobierno abundan las torpezas e improvisaciones: las marchas y contramarchas de Sturzenegger (el verdadero ministro de Economía) con la tasas, las reservas y el tipo de cambio, la inflación que no baja y los acuerdos sectoriales para la foto que no arrancan (Vaca Muerta, los de la industria automotriz, textiles y calzado) en términos de impulsar el crecimiento; porque lo único que se busca con ellos es imponer la flexibilización laboral, y quebrar la unidad del sindicalismo para erosionar nuevas protestas.

Tal como dijo Macri, el gobierno no tiene “Plan B”, y están en duda en el campo propio los pilares que sustentarían la viabilidad del “Plan A”, como las exportaciones y la inversión; a lo que hay que sumar que los ejecutores responsables son de una espantosa mediocridad técnica; y los supuestos cráneos Lopetegui y Quintana (los “ojos” del presidente, junto con Marcos Peña) son apenas gestores de negocios, que aportan el cotillón del ajuste, con pases de facturas internos incluidos.

Los críticos de los efectos negativos de la fragmentación del Ministerio de Economía se encuentran a los dos lados de la grieta, pero hay algunos que al mismo tiempo defienden con ahínco la “autonomía” del Banco Central, con lo que lucen sumamente incoherentes: la puesta en práctica de ese mito neoliberal de la mano de la desastrosa gestión de Sturzenegger es en buena medida causante de los números negativos de la economía.

Todo lo expuesto indica claramente que el eje de la campaña electoral que planteará el gobierno será político y no económico: contra “las mafias”, que vienen a ser el sindicalismo indócil, la protesta social y -sobre todo- el kirchnerismo; agitando el fantasma de su retorno para profundizar la polarización, apostando al angostamiento de la “ancha avenida del medio” llevándose buena parte de los votos de Massa. Los bochornosos sucesos del viernes a la noche en Santa Cruz se inscriben en esa lógica. 

El Kennedy de Nordelta, en tanto, ya viene siendo víctima de esa estrategia en un doble sentido: sufre el apagón mediático del dispositivo hegemónico alineado con el gobierno (sin el cual pierde parte sustancial de su construcción), y no acierta a definir que discurso adoptar y como posicionarse en el Congreso; si seguir “apostando a la gobernabilidad”, o empezar a mostrarse como opositor al gobierno, y en tal caso desde que lugar.

Mientras tanto y para sorpresa de algunos (no nuestra), cruje “Cambiemos”: Carrió corrió de una segura derrota electoral en la PBA a manos de Cristina para refugiarse en el más amigable distrito porteño, operando como misil coreano lanzado por el PRO contra la candidatura de Lousteau; y el radicalismo del distrito está a punto de romperse ante el dilema.

Las bombas de humo con la que la pitonisa cubre su retirada bonaerense son absolutamente funcionales a la estrategia de Macri, al punto de llevarnos a sospechar que están pactadas de antemano: ablandar jueces para que estén dispuestos a cajonear las causas que comprometen al presidente y sus funcionarios (y a la propia Carrió), tanto como distraer la discusión de los espinosos asuntos de la economía. 

Lo único que sigue en el misterio es el verdadero motivo de tanto alineamiento real con la Rosada (¿acaso algún carpetazo prudentemente guardado en su contra?); porque posee su propio caudal de votos como para renovar su banca (y con ella los fueros, la visibilidad mediática y la financiación de su estilo de vida), sin necesidad de mostrarse tan verticalista.

Por el lado de la UCR, a la “grieta” que abrió con el PRO la estrategia de doble ventanilla que siguió en Santa Fe (donde cogobierna con el socialismo) se le suma la implosión de “Cambiemos” en el Chaco, donde son oposición; y lo ya dicho de la disputa porteña en torno a la figura de Lousteau.

Sin descartar situaciones puntuales de cada distrito, todos estos movimiento de los socios menores del PRO en “Cambiemos” son consecuencia directa de que la economía no funciona, y nadie puede asegurar ya a ciencia cierta si funcionará en algún momento: están empezando a marcar distancias de cara al 2019, para despegarse de una eventual derrota en las elecciones de éste año, tanto como de los estropicios sociales y económicos cometidos en lo que lleva Macri de gestión.

Del otro lado de la grieta, el peronismo que veta a CFK ahora también parece querer vetar a Scioli, pero no genera nada alternativo a cambio. Que su vocero y acaso conductor político real sea Pichetto (que está reclamando lugares en el Banco Central para cogobernar) lo dice todo: los “dadores voluntarios de gobernabilidad” funcionales a Macri se ofrecen para un acuerdo amplio “sobre las tres o cuatro cosas en las que los argentinos nos tenemos que poner de acuerdo”, para ensanchar las espaldas políticas del ajuste post electoral; u ofrecerse como rueda de auxilio si los radicales flaquean en el apoyo.

Por diferentes motivos en cada caso, pero por la misma incapacidad para construir nada alternativo, desde el Evita a Pichetto los “renovadores” del PJ se aferran a cualquier cosa que no sea Cristina, llegando así al contrasentido de insistir con las candidaturas de Filmus (al cual cuestionaron cada vez que el kirchnerismo lo postuló como candidato) en la CABA y de Randazzo; al que defenestraron en 2015 por no aceptar la decisión del “peronismo realmente existente” de apoyar a Scioli en la elección presidencial, y del que -dicho sea de paso- no se conoce una sola expresión pública de censura al gobierno de Macri en casi 17 meses de gestión.

Lo que pasó en el Congreso con el fracaso de la sesión para tratar el pedido al gobierno de convocar a la paritaria docente marca a las claras que los límites entre el “anticamporismo” (forma elíptica de pegarle a Cristina sin nombrarla directamente) y ser funcionales a la estrategia de Macri son muy delgados, tanto que cada vez se hace más dificultoso distinguirlos.

Los gobernadores permanecen en su mayoría sin estrategia propia y sin participar con peso decisivo, ni aportar a una estrategia nacional del peronismo, que por otro lado no existe; y tienen en la práctica menos peso en las decisiones que los intendentes bonaerenses, que por el contrario advierten que deben nacionalizar la campaña (o sea, pegarse de algún modo a la boleta de Cristina) para contrarrestar el “efecto Vidal” en sus distritos.

El vacío político en el PJ, que deriva en la falta de una perspectiva de síntesis que le de dimensión nacional a la campaña, el discurso, la estrategia y las alianzas se corresponde directamente con la profundización de la crisis en la CGT; en la que un paro realizado a desgano por una conducción a la que se lo impusieron los acontecimientos, terminó detonando todas las diferencias internas que se propusieron barrer bajo la alfombra con el congreso normalizador del año pasado.

Todo lo dicho no hace más que agigantar (aunque a muchos no les guste admitirlo) la centralidad de Cristina, que mantiene el misterio sobre su candidatura para seguir manejando los tiempos, y sostener precisamente esa centralidad. Centralidad que el gobierno de Macri intenta contrarrestar con el espejo de Venezuela, y por eso lo de Santa Cruz del viernes.

En ese contexto, su viaje a Europa opera sobre esa realidad: podrá no haber campaña nacional planteada desde el peronismo (seguramente la habrá desde el gobierno), pero eso no implica que la elección en la PBA no tenga efecto nacional; y siendo Cristina la única figura con proyección internacional de la política argentina (excepción hecha de Macri, por obvias razones institucionales), una candidatura primero y un triunfo suyos después, pegarán políticamente afuera, tanto como adentro. De hecho, ganando o perdiendo (con más razón si gana), sería sin dudas tapa de muchos diarios del mundo el día siguiente a las elecciones; y se develaría el interrogante que aqueja a muchos “inversores”.

El argumento del “techo bajo” de Cristina, tanto como la “funcionalidad” de su candidatura a la estrategia del gobierno son -en el contexto de la nada real que generan como alternativa los sectores del peronismo que la vetan- tan poco serios como suponer que una mala elección de CFK la afecta solo a ella, y no al conjunto del peronismo, de cara al 2019. Un hecho que no quieren ver los que están obnubilados por la preocupación de los efectos que tendría por el contrario una victoria de Cristina hacia el interior del dispositivo del PJ. 

Es tan claro que la coyuntura política y el seguro uso que hará Macri de un triunfo electoral imponen estrategias de unidad a la oposición, como que eso supone que todos los que aspiren a ser parte de la construcción de esa unidad estén de acuerdo en para qué; y en el mientras tanto, la suma de una crisis económica cada vez más profunda y prolongada de lo que el gobierno y sus apoyos esperaban, con una sensación de vacío de representación política, conflicto social en alza y calidad democrática en baja por las acciones de un gobierno pre-democrático, genera un panorama complejo e incierto para el futuro inmediato.    

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