Buen parte del
exitoso discurso de campaña de “Cambiemos” se sustentó en atacar al “relato
kirchnerista”, desde dos lugares: por un lado como una fenomenal impostura para
consumo de ciertos núcleos sobrepolitizados que en realidad encubría un aparato
de megacorrupción política enquistado en el Estado (en esto la colaboración de
los medios y personajes como Lanata fue fundamental); y por el otro una forma
“vieja” de hacer política, centrada más en anclajes históricos y en la
reivindicación de ciertas tradiciones políticas (“lo nacional y popular”), que
en “la gente” y sus problemas concretos y cotidianos: el famoso “primer metro”
de las preocupaciones diarias del hombre o la mujer comunes; que quieren “que
la política le resuelva sus problemas, sin meter a la ideología en el medio”.
Como parte esencial
de su astucia, ese enfoque oculta deliberadamente que todo proyecto político
necesita construir su propio “relato”, y el que encarna Mauricio Macri no es la
excepción, por el contrario: para “Cambiemos” fue y es crucial construir y
sostener un relato para resolver su contradicción principal; que es como
cohonestar en democracia y en un régimen político abierto con elecciones
libres, un proyecto para minorías que supone necesariamente y como consecuencia
natural de su propia dinámica, la exclusión de las mayorías, o el recorte de
sus derechos y nivel de vida.
Por aquello de la
cobardía del capital, los sectores dominantes siempre ven en los procesos
populares riesgos aun mayores para sus intereses que los que verdaderamente
estos corren (“vamos camino a convertirnos en Venezuela”), y en el final del
kirchnerismo vieron la oportunidad -y vieron bien- de aprovechar la coyuntura
para imponer una alternativa política electoralmente potable directamente a
través de uno de los suyos, sin necesidad de vicarios ni mediaciones, ni de
entrismo a las fuerzas tradicionales.
Sin embargo y mal
que les pese a los que creen que estamos en presencia de una “nueva derecha
democrática” el proyecto que se proponen ejecutar es el mismo de siempre, con
las adecuaciones a la era, como hemos podido comprobar en estos 26 meses de
gobierno de Macri. De allí que el dilema central del que se hablaba más arriba
y del que se deriva la necesidad de contar con un “relato” propio mantenga su
plena vigencia.
Montado sobre los
sectores sociales del anti peronismo tradicional y sus correspondientes representaciones políticas
(la UCR, la Coalición Cívica), la “nueva derecha” asumió sus banderas
tradicionales: la defensa de las instituciones republicanas, la lucha contra la
corrupción y la crítica al clientelismo populista que engarza coomo anillo al
dedo con el sentimiento de superioridad moral de las clases medias sobre los
sectores populares; en un país en el que casi todos se sienten de clase media,
con todo lo que eso implica: la cultura del ahorro, la creencia de que el
progreso es consecuencia exclusiva del propio esfuerzo, la idea de que el
Estado y los excluidos son un ancla para el propio desarrollo personal: “soy de
la mitad del país que paga sus impuestos cpara mantener a la otra mitad”.
En ese marco de
ideas el voto a Macri aparece como la respuesta lógica a la cultura
aspiracional, y a la creencia de que “no van a robar, porque son ricos”; y
sobre esa plataforma es que el duranbarbismo construye la piedra basal del
relato y la épica de “Cambiemos”: se trata de un grupo de gente
bienintencionada, que teniendo todo resuelto en su vida y pudiendo vivir sin
problemas, deciden sacrificarse por nosotros metiéndose en política, y
arremangarse poniendo manos a la obra para resolver los problemas del país.
Gente dispuesta a
“dar una pelea sin cuartel contra las mafias”, distinta, sin ataduras ni
compromisos que los aten al pasado como los políticos tradicionales; con la
mente abierta para pensar las mejores soluciones, sin aferrarse a esquemas
ideológicos preconcebidos, con “sentido práctico y mentalidad empresaria”.
Gente que no se
afilia a sindicatos, ni hace paros porque “trabaja a destajo” a destajo todo el
tiempo velando por nosotros, incluso a riesgo del sacrificio personal: Macri
diciendo que “el cuerpo le pasa facturas, por su preocupación constante por la
gente”, y por eso necesita tomarse un descansito de vez en cuando.
Instalado eso (una
visión del mundo con la que muchos argentinos pueden sentirse identificados,
hasta emocionalmente), el paso siguiente es la apelación “al trabajo en
equipo”, en el que “todos tenemos que poner nuestra parte en el esfuerzo
común”: no te quieren dejar afuera, sino que necesitan de tu propia e
inestimable colaboración -comenzando por la confianza manifestada en el voto-
para cagarte.
Pero hete aquí que
cuando se raspa un poco y se advierte quienes son los “enemigos” y las “mafias”
con las que se enfrentan, cuáles son las “batallas” que emprenden desde esa épica,
donde está “el pasado que tenemos que cambiar”, y cuáles son los “privilegios
que se resisten a perder”, el listado es -acaso sorprendentemente para alguno
poco avisado- conocido: los trabajadores, los jubilados, las paritarias, los
derechos laborales, los sindicatos, el salario.
Y cuando se
descorre el cortinado y se logra ver la tramoya, aparece la realidad que el
“relato” macrista trata de ocultar: herederos afortunados hablando de la
cultura del esfuerzo y la meritocracia, vagos astutos convocando al esfuerzo,
expertos en exprimir todos los recovecos legales para hacer dinero fácil
(cuentas y empresas off shore, guita fugada a paraísos fiscales, blanqueo de
capitales y generosas moratorias, negocios a medida armados desde el usufructo
de las posiciones de regulación públicas) hablando de la necesidad de vivir
estrictamente apegados a la ley.
Por supuesto que el
51 % de los votos que depositaron a Macri en la Casa Rosada, y el porcentaje
menor pero aun importante que volvió a confiar en “Cambiemos” en las elecciones
de octubre del año pasado se compone en buena medida de gente que sabe
perfectamente como son las cosas y jamás se ha engañado al respecto, y de otros
que cuando se “enteran”, no les importa.
Sin embargo, cuando
la realidad material y objetiva se termina imponiendo al relato en relación
directa con la obstinación con la que la derecha persevera en su hoja de ruta
de siempre, es posible que otros tantos reconsideren sus preferencias
políticas, en la medida -claro está- en que se les brinden alternativas.
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