miércoles, 21 de febrero de 2018

LA ÉPICA DE LOS CHETOS



Buen parte del exitoso discurso de campaña de “Cambiemos” se sustentó en atacar al “relato kirchnerista”, desde dos lugares: por un lado como una fenomenal impostura para consumo de ciertos núcleos sobrepolitizados que en realidad encubría un aparato de megacorrupción política enquistado en el Estado (en esto la colaboración de los medios y personajes como Lanata fue fundamental); y por el otro una forma “vieja” de hacer política, centrada más en anclajes históricos y en la reivindicación de ciertas tradiciones políticas (“lo nacional y popular”), que en “la gente” y sus problemas concretos y cotidianos: el famoso “primer metro” de las preocupaciones diarias del hombre o la mujer comunes; que quieren “que la política le resuelva sus problemas, sin meter a la ideología en el medio”.

Como parte esencial de su astucia, ese enfoque oculta deliberadamente que todo proyecto político necesita construir su propio “relato”, y el que encarna Mauricio Macri no es la excepción, por el contrario: para “Cambiemos” fue y es crucial construir y sostener un relato para resolver su contradicción principal; que es como cohonestar en democracia y en un régimen político abierto con elecciones libres, un proyecto para minorías que supone necesariamente y como consecuencia natural de su propia dinámica, la exclusión de las mayorías, o el recorte de sus derechos y nivel de vida.

Por aquello de la cobardía del capital, los sectores dominantes siempre ven en los procesos populares riesgos aun mayores para sus intereses que los que verdaderamente estos corren (“vamos camino a convertirnos en Venezuela”), y en el final del kirchnerismo vieron la oportunidad -y vieron bien- de aprovechar la coyuntura para imponer una alternativa política electoralmente potable directamente a través de uno de los suyos, sin necesidad de vicarios ni mediaciones, ni de entrismo a las fuerzas tradicionales.

Sin embargo y mal que les pese a los que creen que estamos en presencia de una “nueva derecha democrática” el proyecto que se proponen ejecutar es el mismo de siempre, con las adecuaciones a la era, como hemos podido comprobar en estos 26 meses de gobierno de Macri. De allí que el dilema central del que se hablaba más arriba y del que se deriva la necesidad de contar con un “relato” propio mantenga su plena vigencia.

Montado sobre los sectores sociales del anti peronismo tradicional y sus  correspondientes representaciones políticas (la UCR, la Coalición Cívica), la “nueva derecha” asumió sus banderas tradicionales: la defensa de las instituciones republicanas, la lucha contra la corrupción y la crítica al clientelismo populista que engarza coomo anillo al dedo con el sentimiento de superioridad moral de las clases medias sobre los sectores populares; en un país en el que casi todos se sienten de clase media, con todo lo que eso implica: la cultura del ahorro, la creencia de que el progreso es consecuencia exclusiva del propio esfuerzo, la idea de que el Estado y los excluidos son un ancla para el propio desarrollo personal: “soy de la mitad del país que paga sus impuestos cpara mantener a la otra mitad”.

En ese marco de ideas el voto a Macri aparece como la respuesta lógica a la cultura aspiracional, y a la creencia de que “no van a robar, porque son ricos”; y sobre esa plataforma es que el duranbarbismo construye la piedra basal del relato y la épica de “Cambiemos”: se trata de un grupo de gente bienintencionada, que teniendo todo resuelto en su vida y pudiendo vivir sin problemas, deciden sacrificarse por nosotros metiéndose en política, y arremangarse poniendo manos a la obra para resolver los problemas del país.

Gente dispuesta a “dar una pelea sin cuartel contra las mafias”, distinta, sin ataduras ni compromisos que los aten al pasado como los políticos tradicionales; con la mente abierta para pensar las mejores soluciones, sin aferrarse a esquemas ideológicos preconcebidos, con “sentido práctico y mentalidad empresaria”.

Gente que no se afilia a sindicatos, ni hace paros porque “trabaja a destajo” a destajo todo el tiempo velando por nosotros, incluso a riesgo del sacrificio personal: Macri diciendo que “el cuerpo le pasa facturas, por su preocupación constante por la gente”, y por eso necesita tomarse un descansito de vez en cuando.

Instalado eso (una visión del mundo con la que muchos argentinos pueden sentirse identificados, hasta emocionalmente), el paso siguiente es la apelación “al trabajo en equipo”, en el que “todos tenemos que poner nuestra parte en el esfuerzo común”: no te quieren dejar afuera, sino que necesitan de tu propia e inestimable colaboración -comenzando por la confianza manifestada en el voto- para cagarte.

Pero hete aquí que cuando se raspa un poco y se advierte quienes son los “enemigos” y las “mafias” con las que se enfrentan, cuáles son las “batallas” que emprenden desde esa épica, donde está “el pasado que tenemos que cambiar”, y cuáles son los “privilegios que se resisten a perder”, el listado es -acaso sorprendentemente para alguno poco avisado- conocido: los trabajadores, los jubilados, las paritarias, los derechos laborales, los sindicatos, el salario.

Y cuando se descorre el cortinado y se logra ver la tramoya, aparece la realidad que el “relato” macrista trata de ocultar: herederos afortunados hablando de la cultura del esfuerzo y la meritocracia, vagos astutos convocando al esfuerzo, expertos en exprimir todos los recovecos legales para hacer dinero fácil (cuentas y empresas off shore, guita fugada a paraísos fiscales, blanqueo de capitales y generosas moratorias, negocios a medida armados desde el usufructo de las posiciones de regulación públicas) hablando de la necesidad de vivir estrictamente apegados a la ley.

Por supuesto que el 51 % de los votos que depositaron a Macri en la Casa Rosada, y el porcentaje menor pero aun importante que volvió a confiar en “Cambiemos” en las elecciones de octubre del año pasado se compone en buena medida de gente que sabe perfectamente como son las cosas y jamás se ha engañado al respecto, y de otros que cuando se “enteran”, no les importa.

Sin embargo, cuando la realidad material y objetiva se termina imponiendo al relato en relación directa con la obstinación con la que la derecha persevera en su hoja de ruta de siempre, es posible que otros tantos reconsideren sus preferencias políticas, en la medida -claro está- en que se les brinden alternativas.

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