Si los indicadores
del deterioro de la situación económica del país bajo el gobierno de Macri son
preocupantes, los del deterioro político del experimento neoliberal instaurado
en diciembre del 2015 son aun mayores; comenzando por la ostensible licuación de
la imagen y la autoridad presidencial: en medio de la crisis lo único que se
supo de Macri fueron menos de tres minutos de un insulso mensaje grabado, en el
que repartía culpas, no se hacía cargo de nada y anunciaba la apertura de
negociaciones con el FMI para un préstamo de monto, condiciones y plazos aun
desconocidos, aunque previsibles.
La brusca
aceleración de la ya abundante fuga de capitales y el no menos brusco cierre de
la canilla del financiamiento externo se llevaron puestos no solo el precio del
dólar o las maltrechas previsiones oficiales de inflación (que en rigor fueron
siempre una excusa para embotellar las paritarias), sino el sueño
reeleccionista y las predicciones de una prolongada hegemonía macrista en el
país; como un castillo de naipes o un jenga que se derrumban, cuando una de las
piezas en equilibrio inestable se mueve un milímetro más de lo tolerable.
La velocidad de la
crisis dejó expuestas también todas las fragilidades políticas y discursivas de
la coalición que des-gobierna la Argentina: mientras Carrió gana en los medios
el espacio que le resta a sus apariciones en el Congreso denunciando
conspiraciones y golpes económicos cuyos responsables no termina de delinear
(acaso porque son aquellos mismos de los que el gobierno sigue dependiendo para
sobrevivir), los radicales aceptan gustosos el papel decorativo de muñecos de
torta que se enteraron por los diarios de las tratativas con el Fondo, creyendo
que se modo exculpan sus responsabilidades por el rumbo del Titanic.
En cualquier caso,
las saudades del 2001 y el helicóptero son inevitables, por una creciente
sensación de vacío político en la cual además y a diferencia de entonces, no
hay ni Alfonsines de un lado, capaces de concitar confianza en la oposición
para instalar un diálogo, ni Duhaldes del otro, con predisposición a compartir
los costos de la salida del embrollo, y sin futuro político que hipotecar al
hacerlo.
Ya ni Pichetto
(pronto a jubilarse de los cargos electivos) se ofrece para ese rol, porque la
crisis se tragó como alternativa al “peronismo racional” antes de que lo
hiciera su propia insignificancia política; y hasta por el lado de la CGT
cómplice se observan movimientos tendientes a salvar la ropa, porque el
colaboracionismo se hace ya insostenible; aunque insistan en ofrecerse como "dadores voluntarios de gobernabilidad votando la ley de los mercados de capitales (una ventanilla más para la fuga, los negocios de los bancos con los préstamos UVA y el desgusace del fondo de ANSES) a pedido de la cúpula de la AEA, o los cambios a la de defensa de la competencia; que no asustan a ningún monopolio o formador de precios.
Hasta las propias fuerzas de seguridad les están poniendo límites: cuando a su turno el jefe de la bonaerense y el de la Federal le atribuyen al incremento de la pobreza, el de la delincuencia y la inseguridad, le están diciendo implícitamente al gobierno que no cuenten con ellos para ejecutar la represión si se desata una protesta social generalizada.
Al compás de los
movimientos del dólar se reconfigura el mapa político, de un modo más acorde al
balotaje del 2015 y sus cifras, que arrojaron un triunfo de Macri por márgenes
estrechos, muchos menores a los que auguraban las encuestas previas porque la
“campaña del miedo” no fracasó (como se suele decir convencionalmente): de no
haberse intentado, las diferencias hubieran sido mayores, y la interpretación
del triunfo electoral como un cheque en blanco que ensayó “Cambiemos” desde el
primer día de gobierno, hubiera sido mucho peor aun.
En un país donde
casi el 49 % votó en contra del actual presidente, y buena parte del restante
51 % lo hizo optando por lo que entendieron como el mal menor ante la posibilidad de
la prolongación del ciclo kirchnerista (y en la suposición de no pocos de que
se “mantendría lo bueno”), un giro de 180 grados en la política económica (con
sus previsibles consecuencias sociales) era inviable bajo cualquier aspecto que
se lo mirara: político, social y -sobre todo- económico.
Haber ignorado esa verdad elemental llevó al gobierno a chocar la calesita, y a buena parte de la
oposición (en especial el massismo y el peronismo de los gobernadores y la CGT)
a hipotecar su futuro político; porque es muy posible que sea tarde ya para
despegarse de un fracaso del que son en buena medida corresponsables: al haber
apoyado el acuerdo con los fondos buitres, abrieron la caja de Pandora del
endeudamiento y la desregulación de los flujos de capitales, cuyas calamidades
llegan al presente en forma de crisis.
En paralelo, es un
espectáculo poco edificante de ver la acelerada descomposición del sistema de
poder que sustenta al gobierno, comenzando por el periodismo mainstream que les
suelta la mano; mientras Magneto empieza a pensar que el gobierno llegó a la
etapa de estorbo, y que en un clima de inestabilidad institucional Clarín
podría verse favorecido, logrando por ejemplo que quede frizzaado el proyecto de ley que los
obligaría a competir con las telcos. Por lo pronto al igual que Techint, con la reforma a los mercados de capitales ya logró sacarse de encima controles molestos de la CNV que estaban en la Ley 26.831 sancionada por el kirchnerismo.
El pedido de guita
al FMI ni siquiera es por una crisis de deuda (que inevitablemente sobrevendrá,
de seguirse por este rumbo), sino para arrojar dólares a la hoguera de los
fugadores y calmarlos por un tiempo para durar lo más que puedan, siempre y cuando esos dólares terminen llegando; mientras nos
quieren hacer tragar el absurdo de contraponer las supuestas ventajas de
endeudarnos con el Fondo y no con los mercados de deuda (que están cerrados, y
por eso llegamos a este punto), como si el rol que en última instancia cumplen
la señora Lagarde y su caterva no fuera asegurarse de garantizar los intereses
de estos, y el pago puntual de las deudas.
En este contexto,
discutir el tipo de préstamo al que el país puede o no acceder y las
condicionalidades anexas es una pérdida de tiempo, no tanto porque son
conocidas, como porque son inviables financieramente (los tiempos de la
burocracia del FMI no son los de los tenedores de LEBAC,s demandantes de
verdes), y mucho más en términos sociales y políticos: los planes tradicionales
del Fondo no tienen consenso ni siquiera entre los propios votantes de
Cambiemos, como tampoco lo tuvo el pedido de consejo a Cavallo, y por las
mismas razones. Para peor, de todo el menú de préstamos disponibles, eligieron el stand by, es decir el peor de los posibles; o para ser más exactos: el único para el que calificaban.
De hecho, haber
profundizado en la hoja de ruta tradicional del FMI con la reforma previsional
lograda y la laboral fallida, es lo que colocó al gobierno en un tobogán cuyo
declive final es imposible determinar hoy, pero algo es seguro: Macri está
atrapado entre las medidas que vino tomando y las que le impondrán tomar, pero
no puede, por un lado; y las que debería tomar para salir del atolladero en el que se metió
solo, pero no quiere, por el otro; como restablecer los controles al flujo de capitales y al
libre acceso a las divisas, y recomponer los ingresos del fisco afectando las
rentas extraordinarias de los sectores que ganan con la devaluación, los
tarifazos y la formación de precios en un contexto de retiro del Estado de su rol arbitral y regulador.
El gobierno se
queda sin el apoyo de los mercados de deuda, que eran hasta acá su respirador
artificial, con el círculo rojo tomando disimuladamente distancia (aunque
bancara el tarifazo hace días) y sin puentes con la oposición; por los que no
tendió ni quiso tender nunca con una parte de ella para la cual el plan fue
desde el principio la persecución y la cárcel (y sigue siendo el mismo, como se infiere de los dichos de Peña ayer), y porque se le dinamitaron los
que había tendido con el resto, que como manda la tradición, acompaña hasta la
puerta del cementerio, y nada más.
Si Macri finalmente
cae y más allá del relato épico habitual en los gobiernos radicales (que ponen
el foco en las culpas ajenas más que en las ostensibles incapacidades propias)
no lo tumbarán ni los saqueos en el conurbano que no se produjeron, ni el PJ
desde el Congreso que lo empachó de leyes aprobadas a su gusto, ni los paros de
la CGT que no hubo.
La caída provendrá
del fuego amigo, desde los gauchos del campo que retienen la cosecha y no
liquidan las divisas, hasta los bancos, grandes grupos económicos y fondos de
inversión que compran para fugarlos los dólares a los que les permitió acceder
a costa de endeudarnos por varias generaciones; mientras le siguen corriendo el
arco con exigencias para concretar la esperada lluvia de inversiones, que nunca
llega.
Pero la aceleración
de la descomposición final del experimento amarillo es una alerta roja para la
oposición, porque le pone los mismos plazos a su obligación de ofrecerle al
país una salida política viable, por otro rumbo distinto que el que ha seguido hasta acá
éste gobierno nefasto.
Yo dije: APLAUSOS.
ResponderEliminar(Los códigos HTML me juegan una mala pasada, de tanto en tanto)