jueves, 3 de mayo de 2018

Y SIN EMBARGO SE MUEVE



Impresiona leer la cantidad y el peso de los sellos puestos al pie del comunicado del Foro de Convergencia Empresarial en respaldo del tarifazo: desde la AEA a la Sociedad Rural, pasando por la Bolsa de Comercio, la Unión Industrial, el Colegio de Abogados porteño y hasta la DAIA, todo lo más granado del establishment local dio el presente respaldando la más resistida de todas las medidas de un gobierno, al que no le faltan apoyos importantes.

En efecto, Macri asume tras ganar las elecciones (lo que ya de por sí es un dato novedoso para un propuesta de derecha aunque “disfrazada de moderna”) y logra -por el amor, la conveniencia o el espanto- que le respondan el Poder Judicial, los servicios de inteligencia, el aparato de seguridad, los medios hegemónicos y -por supuesto- el poder económico, del cual él mismo proviene. Se podrá decir que a su turno, cada uno de ellos habrán de cobrarle con su libra de carne (si no lo han hecho ya) esos apoyos, pero que están, están; y el comunicado lo documenta en buena medida.

Al mismo tiempo, tampoco puede quejarse el gobierno -aunque a menudo lo haga- de que le hayan puesto palos en la rueda para impedirle avanzar en sus iniciativas: logró para ello el consenso explicito de buena parte de la oposición, que se fue fragmentando a medida que avanzaba el proceso de “Cambiemos” en el poder y que recién ahora, casi 29 meses después, pareciera estar recomponiéndose lentamente; y otro tanto pasó con los sindicatos más poderosos nucleados en la CGT: lejos de la combatividad que mostraron en el tramo final del kirchnerismo, toleraron avances del gobierno contra los derechos e intereses de sus representados que en otro contexto hubieran sido impensados, y hasta acordaron con el gobierno propuestas como mínimo peligrosas, como la reforma laboral que acaba de aterrizar en el Congreso, o la mayor parte de ella.

Tampoco Macri y su gobierno están “aislados del mundo”, ni nada que se le parezca, por el contrario, han multiplicado (y sobreactuado) los gestos de condescendencia con los Estados Unidos, Europa, Israel y otros factores del poder internacional; de un modo que si bien no se ha correspondido estrictamente con ventajas materiales concretas para el país, habla a las claras de que estamos en presencia de un gobierno al que miran con buenos ojos, y al que no dudarían en respaldar políticamente, si fuera necesario.

El cuadro descripto se correspondería lógicamente con las perspectivas del asentamiento de una perdurable hegemonía de la derecha gobernante en el país, arrasando con todas las resistencias a su paso; máxime si se repara en que hace apenas seis meses fue revalidada en las urnas. De hecho, por esa línea transitaron la mayoría de los análisis producidos entonces, hoy en franco trance de revisión.

Pero -parafraseando a Galileo- cuando se preanunciaba una prolongada “pax macrista” en la que el experimento de derecha se consolidaría en el poder, la sociedad argentina “y sin embargo se mueve”. Aun fragmentada, atravesada por lógicas sectoriales que dificultan confluencias mayores, con la subjetividad colonizada por los dispositivos de producción de sentido que el gobierno controla o le son instrumentales, de un modo tal que se disocian los intereses concretos de las opciones políticas o la praxis social, la sociedad argentina -o al menos parte de ella- da muestras de no someterse mansamente al nuevo experimento neoliberal.

Desde el episodio de la resistida reforma previsional para acá, se sumaron el tarifazo, la reforma laboral en ciernes y la fragilidad financiera inherente al modelo para generar un clima de incertidumbre, donde hasta ayer había confianza y seguridad.

Hay “sensación a 2001”, convocatoria de Cavallo incluida, y no porque la situación sea exactamente igual a la de entonces, o vaya a tener el mismo final: se percibe que la intención de imponer a como de lugar el modelo de valorización financiera y fuga de capitales choca contra sus propias limitaciones, y contra la resistencia de al menos una parte de sus víctimas; aun disgregadas, desorganizadas y sin terminar de encontrar canales concretos de expresión política, los que por otro lado no se terminan de armar.

Tampoco ayuda a disipar ese clima de “saudades” de la peor crisis política y social habida en el país, el hecho de que la oposición no capitalice el desgaste del gobierno (o al menos eso es lo que estarían marcando las encuestas), porque en el 2001 pasaba exactamente lo mismo: eran los tiempos del “que se vayan todos”, cuando imperaba el pensamiento mágico que ni siquiera se sentaba a analizar como seguiría la cosa tras el fracaso de la Alianza.

Y mientras esas percepciones no están todavía hoy generalizadas en la sociedad (o en todo caso, no han trascendido para muchos de la propia valoración individual sobre como están las cosas), crean el clima en el cual el capital (personaje cobarde, si los hay) medita y toma sus decisiones; de allí que no resulten extraños ciertos comportamientos de los “mercados” más propios de un fin de ciclo, y de allí también que el pronunciamiento del establishment local parezca gatillado por una situación de alarma, por miedo de volver a un pasado que detestan; pero que nadie puede decir objetivamente que esté a la vuelta de la esquina, como si más.

Esa sobre-reacción de los “mercados” (acelerando por ejemplo la compra de dólares para fugarlos) desnuda con toda crudeza las fragilidades del propio modelo por todos conocidas, por muchos señaladas y hoy bastante más difíciles de ocultar, a la luz de los hechos; y revive así la paradoja de un neoliberalismo que se sintió confiado al verse legitimado electoralmente, pero que más frágil se vuelve, en la medida en que más avanza hacia sus objetivos principales, como si fuera creando el propio abismo a sus pies, a cada paso. 

Claro que en el camino siguen haciendo pingües negocios, e incrementando sus beneficios, porque una cosa no quita la otra; y más bien la supone: si alguna industria funciona en estos casos, es la producción de crisis.

El cuadro actual de situación en el país se inscribe a su vez en la histórica tensión entre el capitalismo en su versión de la globalización financiera, y la democracia: como estabilizar en el tiempo y con consensos mayoritarios un modelo de exclusión, que lleva en su propia lógica expulsar y no incluir, agrandando la grieta socio-económica y las distancias en la distribución del excedente social; y en sus genes económicos (la valorización financiera, los libres flujos del capital sin regulaciones molestas) la fragilidad que lo terminará derrumbando, tarde o temprano, y por imperio de su propia lógica.

Claro que no sabemos ni como (aunque lo podamos conjeturar, por la experiencia) ni cuando, y de allí que el final sea abierto; pero hay que celebrar al menos que se haya abierto un espacio para la autonomía creadora de la política, que el macrismo se había empecinado en obturar, con la complicidad de buena parte de la oposición política y sindical. La cuestión por dilucidad, en todo caso, son los tiempos y los costos del proceso de transición, que no serán pocos.

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