Abundan por estos días las apelaciones y
convocatorias a la unidad del peronismo, como parte esencial de una unidad
opositora más amplia. No es del caso discutir acá si son sinceras o no, o si
vienen con el cuchillo bajo el poncho de excluir a uno u otra (u otra), o
cuáles son los límites: el dato es que todos -en apariencia y en teoría- dicen
estar buscándola, y trabajando para eso.
No es cuestión
tampoco de andar fijándose en que acto estuvo cada uno y con quien, o quiénes
figuraban o no en alguna foto, de algún acto de los varios que hubo para
celebrar el Día de la lealtad: se podrían decir muchas cosas al respecto, pero
hay ciertamente cuestiones más acuciantes por delante.
Como por ejemplo
vertebrar un amplio frente opositor para enfrentar con chances de éxito al
nuevo experimento neoliberal que está gobernando el país, con los resultados
conocidos. Al fin y al cabo, ese es el propósito que invocan todos los que
llaman a la unidad de la oposición: ganarles a Macri y a “Cambiemos” en las
elecciones del año que viene, sobreentendido que para darle al país otro rumbo,
en lo político, económico y social. O por lo menos eso se supone.
También por estos
días y en ese mismo contexto de llamados a la unidad opositora, se han
multiplicado las declaraciones en los medios y redes sociales de los referentes
de la denominada “oposición responsable” (Massa, Bossio) tomando distancia del
macrismo y cuestionando sus políticas, al menos en términos generales.
Claro que no basta
con un par de tuits o declaraciones a un medio para que lo que se diga tenga
visos de credibilidad, sobre todo considerando la conducta precedente de quien
dice cada cosa. Sin embargo, otra vez, hagamos abstracción de eso y supongamos
por un momento que recapacitaron (alguno diría “hicieron autocrítica”, de un
particular modo), y ahora están dispuestos a adoptar posiciones más
confrontativas con el gobierno. Si así fuera, tienen a la vista en breve una
oportunidad de demostrarlo, en la discusión del presupuesto nacional que está
en el Congreso, y que en el transcurso de éste mes debería ser tratado en
Diputados.
Un presupuesto que
tiene tantas razones para no votarlo, como artículos tiene su texto; aun
depurando algunos (como se está negociando por estas horas) que parecen puestos
allí precisamente como moneda de cambio para ser sacrificados en una presunta
concesión del gobierno a la “oposición razonable”, con el fin de obtener su
aprobación para lo que realmente importa; que es el mega-ajuste pactado con el
FMI, para poder generar los excedentes necesarios para pagar los servicios de
la deuda, despejar los fantasmas del default y poder reiniciar el circuito del
endeudamiento en los mercados de capitales.
No es ocioso
recordar que el acuerdo con el Fondo que sirve de preludio y molde al
presupuesto enviado por Macri al Congreso fue concluido excluyendo el debate
legislativo exigible constitucionalmente (hay aun en trámite una causa judicial
al respecto), y que el texto de su modificación aun no pendiente de aprobación
por el directorio del FMI permanece secreto; y nadie en consecuencia conoce sus
cláusulas, ni los compromisos que a través de él asumió el gobierno de
“Cambiemos” en nombre del Estado argentino.
Como esos mismos
referentes opositores del massismo y del “peronismo alternativo” que se prodigan
por estos días en declaraciones de tono crítico para con el gobierno advierten,
una y otra vez, que el presupuesto enviado por Macri al Congreso “así como está
no sale”, mientras negocian modificaciones al texto, es necesario hacer alguna
precisión al respecto.
Aunque se le
podaran al presupuesto algunas de sus cláusulas más irritativas (como el nuevo
manotazo al Banco Nación, la autorización al Ejecutivo para un nuevo megacanje
de deuda o los recortes a las jubilaciones, pensiones y asignaciones familiares
en la Patagonia), aun subsistirían sus fallas de origen (es decir, el haber
sido concebido a partir del acuerdo con el FMI), y lo central de todo
presupuesto: la distribución de los gastos y el cálculo de los recursos que
plantea.
Es decir, aunque el
gobierno cediera en otras cuestiones, seguirían firmes las podas brutales en
las partidas de educación, salud, desarrollo social, pensiones por discapacidad y las universidades
nacionales o los institutos de investigación, las mermas en la obra pública
financiada por el Estado nacional y las transferencias con el mismo objeto a
las provincias, la desaparición del fondo sojero, la licuación del incentivo
docente o la supresión del programa de compensación salarial a las provincias,
como consecuencia de la eliminación de la paritaria nacional docente.
Al mismo tiempo,
seguirían estando allí el incremento sideral de las partidas tendientes al pago
de los servicios de la deuda y las autorizaciones para tomar nuevo
endeudamiento, o los subsidios a las petroleras mientras se recortan los
destinados a sostener el precio del boleto de colectivo urbano o interurbano, y
se les traslada la responsabilidad de solventarlos a las provincias o
municipalidades. Es decir, un presupuesto con claros ganadores y perdedores,
que no son otros que los mismos que han venido ocupando cada una de ambas
categorías en estos tres años de macrismo.
Un presupuesto que
se ejecutará durante todo el año en el que los argentinos dirimirán quien los
gobierna después de Macri en elecciones, y cuyas proyecciones a futuro (en
especial por el endeudamiento) impactarán sobre el gobierno que surja de ellas. Y contra el cual los sectores más combativos del sindicalismo están organizando una marcha, para el día en que se discuta en Diputados.
La cuestión
entonces no es tanto hacer discursos opositores en las redes y los medios, o
apelaciones abstractas a la unidad opositora, sino poner en acto esa unidad, y esa
actitud opositora.; y para eso no se nos ocurre mejor alternativa a la mano y
en lo inmediato, que rechazar el presupuesto enviado por el gobierno al
Congreso, de un modo claro y contundente: el camino hacia esa declamada unidad
opositora tiene allí una estación insoslayable, que exige definiciones claras.
Porque si lo terminan votando o facilitando su
aprobación con oportunas ausencias u oposiciones, estarán demostrando que
siguen en más de lo mismo: hacer que son opositores teóricos, mientras en los hechos
son oficialistas prácticos. Y en ese caso habrá que discutir a fondo de que
hablan cuando hablan de unidad, y para que.
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