El FMI volvió a bajar sus previsiones para la economía argentina: caerá 2,6% este año y otro 1,6% el próximo https://t.co/ki0Kc229Q4 | Por Francisco Seminario pic.twitter.com/woopAds9R4— infobae (@infobae) 9 de octubre de 2018
Abundan por estos días los análisis sobre el
triunfo de Bolsonaro en Brasil, y los hay para todos los gustos: desde los más
lúcidos hasta loas más inverosímiles, que lo único que hacen es validar
posiciones previas, llevando agua para su propio molino. Abundan también los
intentos por traspolar la elección brasileña a la que vamos a tener los
argentinos el año que viene, y a una renovada euforia/esperanza de los
oficialistas, se le sobreimprime como espejo cierto desánimo o desaliento de
no pocos opositores.
Lo que no abunda
tanto, en cambio, son las lecturas en las que se ponga el foco -al evaluar las
posibles causas del amplio triunfo en las urnas de la ultraderecha brasileña-
en la economía y sus efectos en el nivel de vida de los votantes, o en su insatisfacción
canalizada a través del voto de un candidato “impresentable” en términos de
corrección política.
En un país sacudido
por las denuncias de corrupción que salpicaron al conjunto de los partidos
políticos tradicionales, Bolsonaro pudo presentarse sin mucho esfuerzo como el
candidato “anti sistema” que encabezaría una especie de regeneración moral con
mano dura, pero ese simple discurso (común a la extrema derecha en todos los
tiempos y todos los lugares) no podría haber encarnado en amplias fracciones
del electorado al punto de convertirlo en el candidato más votado, sin el
crítico contexto económico que vive Brasil.
Como consecuencia
de la aplicación de las mismas políticas neoliberales que se aplican acá, el
país está en recesión casi ininterrumpidamente desde el 2013, durante el
mandato de Dilma Rousseff; cuando el PT (que no se había caracterizado
precisamente por una ruptura profunda con el modelo productivo preexistente a
su llegada al poder) claudicó del compromiso electoral con el que derrotó a
Aecio Neves, y aplicó el mismo programa que éste hubiera ejecutado de llegar al
gobierno: suba de las tasas de interés, ajuste fiscal con reducción del gasto
público, apertura a las privatizaciones.
Luego del golpe
parlamentario que destituyó a Dilma, Temer profundizó ese rumbo al punto de
consagrar el ajuste fiscal por 20 años en la Constitución, y lograr la
aprobación legislativa de una reforma laboral regresiva, de tinte esclavista,
contra la cual -dicho sea de paso- el discurso del PT en campaña fue bastante
tibio. Los resultados son los conocidos, allá, acá y en todos lados, cuando se
aplicaron esas políticas: aumento del desempleo, baja de los salarios reales,
precarización laboral, recesión e incluso retroceso en las mejoras de los
indicadores sociales que la propia fuerza de Lula
Sobre esa realidad
concreta, sobre la insatisfacción social que esas políticas generaron, cabalgó
el discurso de Bolsonaro, que incluso arrancó la campaña criticando esas
políticas neoliberales, para ir de a poco bajando el tono a las críticas. Pero si hay algo que queda claro -como dijo alguien que
cumplió años esta semana- es que la víscera más sensible del hombre, sigue siendo el
bolsillo: si Brasil hubiera estado creciendo, y su economía generara más
empleos y pagara mejores salarios, es casi seguro que el candidato “anti
sistema” hubiera tenido menos cabida.
Veamos si no otro
ejemplo, el caso Trump, que es parecido y diferente a la vez; más lejano en
tiempo y espacio, pero que ayuda a comprender lo que decimos: el hoy presidente
de estados Unidos también fue un candidato “anti sistema”, primero en la
interna del Partido Republicano, y después en las elecciones generales; y
expresa en líneas generales la misma visión cultural y social que Bolsonaro,
tanto que los blancos de sus ataques fueron más o menos los mismos. Pero ganó porque su discurso
económico (enfatizamos: su discurso, lo que hizo en el gobierno admite matices)
fue cuestionador del orden neoliberal imperante, del que los demócratas fueron
garantes, tras el estallido de la crisis de las sub prime en el 2008.
Sin desconocer en ambos casos que hay tendencias autoritarias, racistas y discriminadoras muy fuertes en la sociedad (en todas las sociedades), el caldo de cultivo es siempre la insatisfacción por las condiciones objetivas y materiales de existencia; aunque las propuesta presuntamente "antisistema" por ultraderecha obtengan apoyos en los sectores de mayor poder económico: el fenómeno a analizar es porque también lo logran entre los sectores populares, y eso es siempre indisociable del deterioro de la situación económica.
Sin desconocer en ambos casos que hay tendencias autoritarias, racistas y discriminadoras muy fuertes en la sociedad (en todas las sociedades), el caldo de cultivo es siempre la insatisfacción por las condiciones objetivas y materiales de existencia; aunque las propuesta presuntamente "antisistema" por ultraderecha obtengan apoyos en los sectores de mayor poder económico: el fenómeno a analizar es porque también lo logran entre los sectores populares, y eso es siempre indisociable del deterioro de la situación económica.
En Brasil recesión,
ajuste, pobreza y corrupción iban de la misma mano: el PT que gobernaba (al menos así lo vieron muchos brasileños), sus
aliados y sus posibles reemplazantes dentro del sistema, y sobre esa base
trabajó Bolsonaro. En Argentina, el discurso de atribuirle los efectos de la
crisis económica generada por las políticas macristas a la corrupción del
gobierno anterior solo convence (según marcan las encuestas) a una parte de los
votos de Cambiemos en 2015, el núcleo duro de los mismos, y en descenso conforme
la crisis se profundiza.
Y hablando de
crisis, todo indica que llegó para quedarse, y no porque se trate de una nueva
“campaña del miedo” (cuyas advertencias se quedaron cortas), ni porque lo digan
los economistas heterodoxos (cuyos señalamientos se fueron cumpliendo con
inexorable fatalidad): ya es el propio FMI el que está advirtiendo que la
recesión será más profunda, la inflación y el desempleo más altos de lo
estimado, como consecuencia de la aplicación de las políticas que ellos mismos
acordaron con el gobierno argentino, que comparte su misma visión de la
economía y por eso no resistió los “consejos”.
Demás está decir
que si las expectativas y pronósticos del Fondo parecen pesimistas, todo indica
que en realidad pecan de optimistas, y el panorama será mucho peor aun, y la
extensión y profundidad de la crisis no es un dato menor, porque determinan el
clima y el contexto económico bajo el cual los argentinos votaremos el año que
viene: si la economía sigue cayendo sin freno, y con ella los salarios, el
empleo, el consumo y las expectativas, habrá que ver como se las apaña la
derecha vernácula en el gobierno, para replicar acá el “Bolsonarazo”.
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