martes, 16 de abril de 2019

CUIDADO A LA SALIDA


Con las salvedades que siempre deben hacerse al traspolar resultados provinciales al panorama electoral nacional, la estrepitosa derrota de “Cambiemos” en Entre Ríos por un lado se hilvana en una serie de desastres del macrismo en las urnas en lo que va del año, y por el otro expone hasta que punto ha llegado su deterioro: una provincia de la zona núcleo del país (base de sus éxitos electorales anteriores), sin la mediación de una fuerza provincial sino en un mano a mano directo con el peronismo unificado (incluyendo al kirchnerismo), y con una diferencia propia de elecciones en otros lugares de la geografía nacional.

Una elección en la que además el protagonismo de la campaña oficialista lo tuvieron Frigerio (uno de los sindicados como parte del “ala política” del PRO enfrentada a Peña y Durán Barba) y María Eugenia Vidal, la (ex) “angelada”; que acumula así otro fracaso personal que se suma al de Río Negro, en su estrategia de apoyar personalmente a los candidatos de la marca “Cambiemos” en las provincias, acaso para demostrar que tiene volumen político real, en términos personales. Eso sin contar el involucramiento personal del propio Macri en el tramo final de la campaña, en Gualeguaychú, uno de los lugares en los que peor le fue a “Cambiemos”.

Si de Vidal hablamos, el decreto “anti colectoras” firmado por Macri la semana pasada fue una concesión a la gobernadora para compensarla por no haber desdoblado la elección, tanto como la confirmación de que el candidato oficial será el presidente: ya no hay tiempo político ni real para instalar a otro, la gobernadora bonaerense está igual de incinerada que él (otro mito que se cae) y el decretazo apuntó a reducir daños para ambos, en el principal distrito electoral del país; que concentra el 38 % de los votos totales. Por otro lado, bajarlo a Macri a esta altura del partido sería un reconocimiento explícito de la derrota, que cargaría sobre los hombros del eventual reemplazante una mochila de expectativas negativas, imposible de revertir.

Más allá de que las distintas vertientes del peronismo bonaerense estén anunciando que impugnarán el decreto en la justicia, está claro que perjudica mucho más a Massa que a Cristina: sin el decreto, los intendentes del conurbano bonaerense, sean del FPV/UC o del Frente Renovador, deberán decidir de que boleta presidencial se cuelgan en las elecciones, para asegurar sus reelecciones, al no poder hacerlo de más de una. Y en el panorama actual que arrojan las encuestas, la respuesta no es dudosa: de la de Cristina.

Por la misma causa que el “desangelamiento” de Vidal (la desastrosa gestión de gobierno) se empieza a dudar ya en público y en los propios medios oficialistas, de la infalibilidad de las estrategias electorales del dúo Peña-Durán Barba: poner en la tapa de Clarín que el gobierno prepara un plan con medidas “kirchneristas” por seis meses, con el solo fin de llegar con aire y chances a las elecciones, con asesoramiento radical para contener la inflación, no puede ser leído de otro modo que como una confesión de fracasos reiterados, y profundos; frente a los cuales se agotaron los conejos de la galera.

Claro que el derretimiento electoral de Macri y “Cambiemos” no debe ser leído como que, en las actuales circunstancias, cualquiera le gana. Primero porque no es lo mismo hacerlo en primera vuelta (algo que hoy por hoy solo puede garantizar Cristina) que en un balotaje, y segundo porque la política no gira en el vacío, ni lo tolera por demasiado tiempo: el deterioro presidencial es paralelo y contemporáneo a la consolidación de Cristina, y al amesetamiento de los ensayos de “tercer vía”, Lavagna incluido.

Del mismo modo que es ridículo medir posibles escenarios de balotaje con candidatos cuyos números en la primera vuelta los dejan afuera, precisamente, de esa eventual segunda vuelta, es absurdo creer que realmente lo que la gente tiene en mente (y sobre todo lo que irá teniendo en mente más cerca de las elecciones) es la idea de votar a “cualquiera que le gane a Macri”. Eso puede ser una expresión coloquial simplificadora para transmitir un estado de ánimo, pero no funciona así a la hora de votar.

Acicateada por los resultados de Entre ríos, vuelve el reclamo por “la unidad con todos adentro”, cuando la impresión es que por abajo y con los votos, la unidad ya está, y por arriba y entre los dirigentes, está por verse cuanto más hay por “unirse”: a esta altura de los acontecimientos y con tantos resultados puestos, daría la impresión de que cada uno está donde quiere estar. Veremos que pasa. Por otro lado, el propio caso entrerriano tiene sus matices, que se puntualizan abajo.

La elección nacional no está ganada, ni lo estará hasta que no se cuente el último voto; pero aun cuando lo estuviera, al triunfo hay que asegurarlo para que sea lo más contundente posible, para dotar de mayor fortaleza al próximo gobierno; sin contar con que además viene el peor tramo de la campaña, en el que el macrismo en retirada apelará a todas las herramientas a su alcance (y todas significa eso: todas) para intentar revertir el resultado, y permanecer en el poder.

Pero una cosa es el optimismo electoral, y otra muy distinta los interrogantes que plantea la salida política a la actual situación: la advertencia de Lagarde sobre no hacer tonterías e tanto para la oposición (para que ni se le ocurra desconocer el pacto con el FMI), como para el oficialismo; para recordarle que la posibilidad de tomarse algunos “permitidos populistas” para intentar repetir la estrategia que le diera resultados en las legislativas del 2017 tiene límites muy concretos, que son los compromisos que asumió con el Fondo, para garantizar el pago de la deuda.

Y más allá de la aparente calma cambiaria, los mercados ya descuentan la derrota del macrismo castigando a los bonos y acciones de las empresas argentinas, tanto como preparan un golpe de mercado (en forme de aceleración de la fuga de capitales y corrida cambiaria) para condicionar al próximo gobierno; aun al precio de aumentar de ese modo en el camino las chances de una derrota contundente de Macri, “su” candidato.

Hoy por hoy la impresión es que los mayores interrogantes no vienen tanto sobre la resolución electoral de la crisis, como en relación a su desenvolvimiento posterior, producido el cambio del signo político del país: sin una crisis excepcional como la del 89’ (que habilitó un consenso social pasivo para la aplicación de las recetas del Consenso de Washington en modo de “cirugía mayor sin anestesia”), el estrecho triunfo de Macri en el balotaje del 2015 derivó en la aplicación, otra vez, de un modelo de valorización financiera, fuga de capitales y abrupto re-endeudamiento del país, que pesará sobre los argentinos por décadas.

Y eso fue posible por la conjunción de una serie de factores, que hemos reseñado otras veces: el extravío conceptual de nuestra burguesía que sigue así restando su decisivo aporte a la construcción de lo que Aldo Ferrer llamaba la “densidad nacional”, un consenso amplio en buena parte de la oposición política (no casualmente, la que hoy no despega en las encuestas, o cae en ellas) sobre que el rumbo elegido por Macri no solo era el correcto sino el único posible, y la existencia de acuerdo sobre ese punto en buena parte de la sociedad: aun derrotado en las urnas el macrismo político, le sobrevivirá el “macrismo social”, que fue en definitivas la plataforma sobre la que el primero se terminó construyendo.

De allí que el futuro gobierno tendrá frente a sí la inmensa tarea de lidiar con la pesada herencia del macrismo e ir resolviendo los frentes de conflictos de la coyuntura, al mismo tiempo que deberá avanzar -más temprano que tarde- en reforma estructurales que limiten la capacidad de daño de los núcleos del poder económico, sobre las instituciones de la democracia. Tuits relacionados: 

(Fe de erratas, abundando sobre lo dicho: en el 2007 Solanas obtuvo el 18,61 %)   

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