Con las salvedades que siempre deben hacerse
al traspolar resultados provinciales al panorama electoral nacional, la
estrepitosa derrota de “Cambiemos” en Entre Ríos por un lado se hilvana en una
serie de desastres del macrismo en las urnas en lo que va del año, y por el
otro expone hasta que punto ha llegado su deterioro: una provincia de la zona
núcleo del país (base de sus éxitos electorales anteriores), sin la mediación
de una fuerza provincial sino en un mano a mano directo con el peronismo
unificado (incluyendo al kirchnerismo), y con una diferencia propia de
elecciones en otros lugares de la geografía nacional.
Una elección en la
que además el protagonismo de la campaña oficialista lo tuvieron Frigerio (uno
de los sindicados como parte del “ala política” del PRO enfrentada a Peña y
Durán Barba) y María Eugenia Vidal, la (ex) “angelada”; que acumula así otro
fracaso personal que se suma al de Río Negro, en su estrategia de apoyar
personalmente a los candidatos de la marca “Cambiemos” en las provincias, acaso
para demostrar que tiene volumen político real, en términos personales. Eso sin
contar el involucramiento personal del propio Macri en el tramo final de la
campaña, en Gualeguaychú, uno de los lugares en los que peor le fue a
“Cambiemos”.
Si de Vidal
hablamos, el decreto “anti colectoras” firmado por Macri la semana pasada fue
una concesión a la gobernadora para compensarla por no haber desdoblado la
elección, tanto como la confirmación de que el candidato oficial será el
presidente: ya no hay tiempo político ni real para instalar a otro, la
gobernadora bonaerense está igual de incinerada que él (otro mito que se cae) y
el decretazo apuntó a reducir daños para ambos, en el principal distrito
electoral del país; que concentra el 38 % de los votos totales. Por otro lado,
bajarlo a Macri a esta altura del partido sería un reconocimiento explícito de
la derrota, que cargaría sobre los hombros del eventual reemplazante una
mochila de expectativas negativas, imposible de revertir.
Más allá de que las
distintas vertientes del peronismo bonaerense estén anunciando que impugnarán
el decreto en la justicia, está claro que perjudica mucho más a Massa que a
Cristina: sin el decreto, los intendentes del conurbano bonaerense, sean del
FPV/UC o del Frente Renovador, deberán decidir de que boleta presidencial se
cuelgan en las elecciones, para asegurar sus reelecciones, al no poder hacerlo
de más de una. Y en el panorama actual que arrojan las encuestas, la respuesta
no es dudosa: de la de Cristina.
Por la misma causa
que el “desangelamiento” de Vidal (la desastrosa gestión de gobierno) se
empieza a dudar ya en público y en los propios medios oficialistas, de la
infalibilidad de las estrategias electorales del dúo Peña-Durán Barba: poner en
la tapa de Clarín que el gobierno prepara un plan con medidas “kirchneristas”
por seis meses, con el solo fin de llegar con aire y chances a las elecciones,
con asesoramiento radical para contener la inflación, no puede ser leído de
otro modo que como una confesión de fracasos reiterados, y profundos; frente a
los cuales se agotaron los conejos de la galera.
Claro que el
derretimiento electoral de Macri y “Cambiemos” no debe ser leído como que, en
las actuales circunstancias, cualquiera le gana. Primero porque no es lo mismo
hacerlo en primera vuelta (algo que hoy por hoy solo puede garantizar Cristina)
que en un balotaje, y segundo porque la política no gira en el vacío, ni lo
tolera por demasiado tiempo: el deterioro presidencial es paralelo y
contemporáneo a la consolidación de Cristina, y al amesetamiento de los ensayos
de “tercer vía”, Lavagna incluido.
Del mismo modo que
es ridículo medir posibles escenarios de balotaje con candidatos cuyos números
en la primera vuelta los dejan afuera, precisamente, de esa eventual segunda vuelta,
es absurdo creer que realmente lo que la gente tiene en mente (y sobre todo lo
que irá teniendo en mente más cerca de las elecciones) es la idea de votar a
“cualquiera que le gane a Macri”. Eso puede ser una expresión coloquial
simplificadora para transmitir un estado de ánimo, pero no funciona así a la
hora de votar.
Acicateada por los
resultados de Entre ríos, vuelve el reclamo por “la unidad con todos adentro”,
cuando la impresión es que por abajo y con los votos, la unidad ya está, y por
arriba y entre los dirigentes, está por verse cuanto más hay por “unirse”: a
esta altura de los acontecimientos y con tantos resultados puestos, daría la
impresión de que cada uno está donde quiere estar. Veremos que pasa. Por otro lado, el propio caso entrerriano tiene sus matices, que se puntualizan abajo.
La elección
nacional no está ganada, ni lo estará hasta que no se cuente el último voto;
pero aun cuando lo estuviera, al triunfo hay que asegurarlo para que sea lo más
contundente posible, para dotar de mayor fortaleza al próximo gobierno; sin
contar con que además viene el peor tramo de la campaña, en el que el macrismo
en retirada apelará a todas las herramientas a su alcance (y todas significa
eso: todas) para intentar revertir el resultado, y permanecer en el poder.
Pero una cosa es el
optimismo electoral, y otra muy distinta los interrogantes que plantea la
salida política a la actual situación: la advertencia de Lagarde sobre no hacer
tonterías e tanto para la oposición (para que ni se le ocurra desconocer el
pacto con el FMI), como para el oficialismo; para recordarle que la posibilidad
de tomarse algunos “permitidos populistas” para intentar repetir la estrategia
que le diera resultados en las legislativas del 2017 tiene límites muy
concretos, que son los compromisos que asumió con el Fondo, para garantizar el
pago de la deuda.
Y más allá de la
aparente calma cambiaria, los mercados ya descuentan la derrota del macrismo castigando a los bonos y acciones de las empresas
argentinas, tanto como
preparan un golpe de mercado (en forme de aceleración de la fuga de capitales y
corrida cambiaria) para condicionar al próximo gobierno; aun al precio de
aumentar de ese modo en el camino las chances de una derrota contundente de Macri, “su”
candidato.
Hoy por hoy la
impresión es que los mayores interrogantes no vienen tanto sobre la resolución
electoral de la crisis, como en relación a su desenvolvimiento posterior,
producido el cambio del signo político del país: sin una crisis excepcional
como la del 89’ (que habilitó un consenso social pasivo para la aplicación de
las recetas del Consenso de Washington en modo de “cirugía mayor sin
anestesia”), el estrecho triunfo de Macri en el balotaje del 2015 derivó en la
aplicación, otra vez, de un modelo de valorización financiera, fuga de
capitales y abrupto re-endeudamiento del país, que pesará sobre los argentinos
por décadas.
Y eso fue posible
por la conjunción de una serie de factores, que hemos reseñado otras veces: el
extravío conceptual de nuestra burguesía que sigue así restando su decisivo
aporte a la construcción de lo que Aldo Ferrer llamaba la “densidad nacional”,
un consenso amplio en buena parte de la oposición política (no casualmente, la
que hoy no despega en las encuestas, o cae en ellas) sobre que el rumbo elegido
por Macri no solo era el correcto sino el único posible, y la existencia de
acuerdo sobre ese punto en buena parte de la sociedad: aun derrotado en las
urnas el macrismo político, le sobrevivirá el “macrismo social”, que fue en
definitivas la plataforma sobre la que el primero se terminó construyendo.
De allí que el
futuro gobierno tendrá frente a sí la inmensa tarea de lidiar con la pesada
herencia del macrismo e ir resolviendo los frentes de conflictos de la
coyuntura, al mismo tiempo que deberá avanzar -más temprano que tarde- en
reforma estructurales que limiten la capacidad de daño de los núcleos del poder
económico, sobre las instituciones de la democracia. Tuits relacionados:
En el 2007 el peronismo también fue dividido y ganó: Urribarri (47,02 %), Solanas (1,61 %) y Martínez Garbino (8,49 %). El candidato radical fue Cusinato, que sacó el 20,01 %.— La Corriente K (@lacorrientek) 15 de abril de 2019
Ahora si se puede decir que Bordet (58,15 %) sumó su 42,30 % del 2015, con el 15,68 % de Fuertes, que fue por Massa. Pero el dato es que Cambiemos cayó: del 39,43 % de De Angeli en 2015, al 33,85:% de Benedetti ayer. O sea que no es lineal unidad: triunfo, aunque ayuda.— La Corriente K (@lacorrientek) 15 de abril de 2019
(Fe de erratas, abundando sobre lo dicho: en el 2007 Solanas obtuvo el 18,61 %)
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