jueves, 19 de diciembre de 2019

WHITE PEOPLE'S PROBLEMS


Si algo caracterizó a los cuatro años de gobierno de Mauricio Macri fue el marcado sesgo clasista de su discurso, de sus políticas y de los resultados concretos que éstas produjeron: aumentaron dramáticamente la pobreza y la desigualdad, cayeron drásticamente los salarios y el empleo, y se bajó desde lo alto del poder un discurso estigmatizante de los sectores populares; a los que se intentó culpabilizar de todos los males del país, por su falta de contracción al esfuerzo, su tendencia a vivir de la dádiva o su incomprensión del modo en el que era necesario conducir al país, para sacarlo adelante.

No es necesario repetir acá las innumerables anécdotas al respecto, porque son por todos conocidas; desde las dos pizzas de Prat Gay para justificar los tarifazos, hasta los exabruptos de González Fraga respecto al derecho de los pobres a usar celular o irse de vacaciones: el gobierno de los CEO's fue en esto coherente con su composición e intereses de clase, y contó con el inestimable apoyo de fracciones de nuestras volubles clases medias, que se mimetizan culturalmente con los dueños de todo, como un modo de sentir que progresan, aunque se estén hundiendo. No es necesario sobreabundar en la descripción de un fenómeno sobre el cual tanto se ha escrito, acá y en todos lados.

Sin embargo, justamente ese sector de la clase media suele estar sobrerrepresentado en el discurso público de la política y los políticos, y es aquel para el cual se escriben las columnas de opinión en los grandes diarios, o sobre el que repiquetean los programas de radio y televisión: así en un país con cinco millones de nuevos pobres en apenas cuatro años tenemos que oir o leer que el principal problema del país es que la clase media no podrá comprar dólares, o sufrirá un recargo en sus compras con tarjeta de crédito en el exterior. De nuevo: no se trata de un fenómeno de reciente aparición, sino de larga data, en la Argentina y en buena parte del mundo.

Si tuviéramos que apostar, diríamos que en la recomposición de su vínculo con Alberto Fernández, Cristina decidió ahorrarse ciertas discusiones sobre las desaveniencias que los separaron en el pasado, para dejar que el hoy presidente descubra por sí mismo como son algunas cosas; que perduran en el tiempo porque pasan por otro lado, que no tiene que ver precisamente con que ella sea confrontativa o más inflexible, y él de un temperamento más conciliador. 

Si se repasa lo que está ocurriendo en estos pocos días del mandato de AF en la relación con los medios, las patronales del campo y las reacciones de estos sectores de las clases medias de los que hablamos frente a posibles medidas del gobierno, y se contrasta con lo que ocurrió con cada uno de esos sectores durante los gobiernos deCristina, se entenderá claramente de lo que hablamos: la realidad está completando la "educación presidencial" de Alberto más allá de las discusiones previas que él y Cristina pudieran haber tenido, sobre los hechos del pasado; lo cual no implica claro está que las respuestas de él deban ser las mismas de ella en su momento.

Pero más allá de eso, ese fenómeno de "sobrerrepresentación" discursiva y mediática de los deseos, las preocupaciones y las prioridades de ciertos segmentos de las clases medias, derivó en que muchos (incluso en el campo opositor a Macri, y hoy oficialismo) no vieran venir la dinámica irrefrenable de ciertos hechos, que estaban en la lógica natural de las cosas. Así hablaban de "la brutal eficacia de la nueva derecha" o "la rápida agonía de la Argentina kirchnerista", mientras las condiciones objetivas marcaban que el macrismo iba cavando a cada paso su propia fosa electoral o política, a medida que avanzaba en su programa de saqueo y concentración de la riqueza. Una vez más, Cristina supo ver antes, y obrar en consecuencia.

Pues bien, esa experiencia es un activo crítico en estos momentos, en los que el gobierno naciente está dando señales claras de invertir las prioridades que se marcan desde el Estado a la hora de definir política, distribuir cargas y asignar recursos: en palabras de Alberto en su discurso en el Congreso, "los últimos serán los primeros". Estamos viendo como esas señales gatillan reacciones previsibles en aquellos que ven afectados sus intereses (el campo con las retenciones, los bancos con un posible impuesto a las utilidades generadas por las Leliq's, los que blanquearon activos con los cambios en Bienes Personales), y en los que ven afectadas sus expectativas (la clase media preocupada por sus viajes al exterior, o el aumento de Nétflix).

En términos estrictos de racionalidad política, el gobierno electo no está haciendo ni más ni menos que cumplir con el programa anunciado en campaña y por el cual lo votaron, y por ende está atendiendo las prioridades de su propia base electoral; condición elemental para sostener en el tiempo la legitimidad política conquistada con el voto, y poder luego pensar en ampliarla.

Y en términos de racionalidad económica, está redistribuyendo los recursos, beneficios y cargas sociales de modo tal de no solo intentar reparar las inequidades que mantuvo o amplió el macrismo, sino sentar las bases sobre las cuales la economía pueda volver a crecer, y reinstaurar el círculo virtuoso de incremento de demanda, producción, empleo y salario a la alza, como ha sido la marca distintiva de los gobiernos peronistas. Hasta acá y en ambas cuestiones, nada que discutir: tras cuatro años de disparates e imposturas macristas, un elemental retorno a la racionalidad política y económica.

Como telón de fondo, en los medios y las redes sociales se seguirán magnificando las quejas que podríamos caracterizar como "white people's problem's" (problemas de gente blanca), que lejos están de ser los más acuciantes que el país enfrenta, o los que a mayor cantidad de argentinos agobian de verdad, en el día a dia. Otra vez: nada que no hayamos visto ya en los gobiernos de Cristina, cuando aparecieron los cacerolazos porque se restringió la venta de dólares para ahorro; medida que sin embargo soportaron sin protestar en el pasado gobierno de Macri.

Frente a esto, se requerirá del gobierno y de todos los que lo apoyamos, la paciencia necesaria para no perder de vista los objetivos centrales, y no ceder a los cantos de sirena de los quejosos con la panza llena; para perseverar en medidas que hay que tomar, porque son las elementales que aconsejan las circunstancias. Sin agredir a nadie, sin descalificar pautas de consumo o hábitos, pero teniendo la mente fría para saber que hay cosas que deben hacerse, chille quien chille, porque hay gente que espera respuestas urgentes, y esas respuestas dependen de que se hagan.

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