Tal como era de preverse al habilitarse más actividades y aumentar la circulación, vuelven a subir los casos de COVID en el AMBA, y en el resto del país vienen bajando lentamente, siempre dentro de cifras altas. Si nos atenemos a lo sucedido en meses anteriores, también deberían empezar a subir en el interior.
El último DNU puso a todo el territorio nacional (salvo Bariloche y Puerto Deseado) en DISPO, lo que supone en la práctica legalizar la eliminación de restricciones a la circulación, de modo que la cantinela de la "cuarentena eterna" ya no resiste el cotejo con la realidad. Y las consecuencias están a la vista. Habrá que ver que ocurre éste domingo o el lunes, cuando deban renovarse las normas en la inminencia de las fiestas de fin de año.
Si bien han trascendido conversaciones del gobierno nacional con las autoridades de la CABA y la provincia de Buenos Aires, nada hace suponer que se esté pensando en imponer mayores restricciones, por una razón muy sencilla: hace rato ya que el Estado en general (la nación, las provincias, los municipios) y con prescindencia de colores políticos de los gobiernos, ha perdido legitimidad y voluntad política para hacerlas cumplir, frente a la resistencia social.
Se han naturalizado las cifras de contagios (que superaron largamente el millón y medio de casos) y las muertes, que son más de 40.000. Eso dice mucho de nuestra respuesta como sociedad frente a la pandemia: si bien se han acallado las marchas anticuarentena, hay un notorio relajamiento social en el cumplimiento de los cuidados y prevenciones exigibles: las marchas desaparecieron también en parte porque ya no tienen razón de ser.
Frente a eso, la eficacia -por probarse- de las vacunas por venir se ve resentida, y es muy probable que una nueva ola del virus nos encuentre mal parados: ya se está viendo como golpea en Europa, incluso en países donde la baja de los contagios fue más drástica que acá.
En el "primer mundo" que muchos acá ponen como ejemplo o se aumentan las restricciones (como en Alemania, Italia, el Reino Unido o la ciudad de Nueva York), o la situación adquiere características límites, como en Suecia. Y no hay razones para suponer que esa ola, más tarde o más temprano, no llegue acá.
Hablábamos antes de vacunas: es una variable que el gobierno argentino no controla, y éste aspecto en particular parece no haber sido debidamente tomado en cuenta en la comunicación oficial, donde hubo idas y vueltas, dichos y desmentidas, todo a pura pérdida para la imagen presidencial y -lo que es peor- para la legitimidad del Estado para marcar las reglas de conducta que debe seguir la sociedad, en una circunstancia como ésta.
Se puede entender la necesidad de intentar transmitir tranquilidad o un horizonte de mínima previsibilidad en medio de tanta incertidumbre. Es incomprensible exponer al presidente (que elige exponerse) todo el tiempo con anuncios que son relativizados o desmentidos en días, y a veces en horas. Hoy nadie sabe a ciencia cierta -y no solo acá- cual será la eficacia comprobada de las vacunas, la capacidad de producción de ellas, si se contará o no con la logística necesaria para administrarlas a la mayor parte de la población mundial en un tiempo razonable; todo eso mientras el contexto indica que el virus está lejos de irse o desaparecer.
Y después están las consecuencias económicas y sociales de la prolongación de la pandemia, acá y en todos lados: si las expectativas de salida de la crisis están puestas en las vacunas, quedarán atadas a la suerte de éstas, en un año electoral.
Lo que nos lleva al interrogante central: como salva el gobierno la encerrona entre un factor sanitario que sigue en tensión, una solución más o menos estable al problema que no termina de delinearse y ponerse en marcha, una sociedad decidida a ignorar las restricciones o no tomárselas tan en serio, y una situación epidemiológica que, todo indica, justificaría ampliamente imponer nuevas y mayores de esas restricciones, que el grueso de la población no está dispuesta a acatar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario