miércoles, 14 de febrero de 2024

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Pasó con Macri y vuelve a pasar ahora con Milei: el ascenso al gobierno de una fuerza política distinto al peronismo o la UCR reactiva el debate sobre la subsistencia y el futuro de las dos grandes fuerzas políticas de la Argentina desde 1945. Aunque todos dan por muerto al bipartidismo -al menos como tradicionalmente se lo conoció-, todos miran al PJ y el radicalismo a la hora de buscar soportes de gobernabilidad de aquellos que llegan al poder sin una estructura partidaria desarrollada que los sustente.

Y no les falta razón: hay una generación (larga) de dirigentes peronistas y radicales que, desde el Pacto de Olivos para acá, entienden que esa es la principal -si no única- función de las fuerzas creadas por Yrigoyen y Perón: ser los garantes del orden establecido, más que los vehículos de posibles transformaciones de sentido progresivo, más acordes a las razones que les dieron origen a ambos en nuestra historia política. Pichetto y Rodrigo de Loredo corporizan hoy ese rol.

En el caso del peronismo (un territorio en permanente disputa, como lo definíamos años atrás acá) esa idea de convertirlo en el PRI argentino no fue mayormente disputada ni siquiera por el proceso de la renovación en los 80' (que se limitó a discutir las reglas de la competencia interna) hasta la irrupción del kirchnerismo en 2003: hemos dicho antes y lo reiteramos ahora que su irrupción en los primeros planos de la política nacional significó salvar al peronismo de convertirse en una federación de conservadurismos populares provinciales, sin destino ni proyecto nacional; volviéndolo a colocar en el carril de sus mejores tradiciones históricas.

De hecho es por esa razón que el kirchnerismo sigue siendo el sector dominante -en términos de votos, en la base social identificada políticamente con el PJ- del peronismo, y han fracasado cuantos intentos de "peronismo alternativo" se han ensayado; todos los cuáles -con sus más y sus menos- consistieron en hacer un peronismo cada vez menos peronista, o más amigable con el antiperonismo. Un peronismo que busca su lugar al sol del poder económico, digamos.

Por esa razón y si comparamos lo que pasó con el gobierno de Macri con lo que está pasando ahora, en el peronismo los "dadores voluntarios de gobernabilidad" quedaron reducidos a los que ya habían migrado a otros sellos partidarios o los armaron a esos fines (como Pichetto o Randazzo),o casos aislados de transfuguismo como los diputados tucumanos. A diferencia de lo que pasó en 2015 con los bloques legislativos del entonces Frente Para la Victoria, las bancadas de Unión por la Patria en ambas cámaras del Congreso se han mantenido -al menos hasta acá- macizas en su oposición frontal al gobierno de Milei.

Al mismo tiempo, la CGT que inauguraba la estatua de Perón con Macri y hasta le hacía guiños a la reforma laboral flexibilizadora contra la promesa de fondos para las obras sociales, acaba de lanzar un paro general contundente con movilización masiva en todo el país contra el DNU de Milei que la imponía (además de cuestionar el decretazo en la justicia), a apenas un mes y medio de comenzado su gobierno; asumiendo incluso el liderazgo opositor por encima de la estructura formal del PJ. 

Y no es que se hayan vuelto todos kirchneristas de golpe: se trata simplemente de mecanismos elementales de defensa de su propia base social de sustentación amenazada en sus derechos por la ofensiva frontal de una derecha política y -sobre todo- económica desbocada en la consecución de sus intereses. Por las mismas razones, el mismo camino se verán obligados a recorrer los gobernadores del PJ, muchos de los cuales (como Jaldo) hubieran sido gustosos dadores voluntarios de gobernabilidad.  

En el radicalismo la situación es distinta, porque no es -en éste sentido- un territorio en disputa, desde 1945, cuando uno de sus diputados llamó "aluvión zoológico" a las masas trabajadoras del naciente peronismo. Si queremos ser más generosos, desde el el fin de la primavera alfonsinista la UCR ratificó su identidad de derecha conservadora, principal representación electoral del gorilismo (en el cual había abrevado el propio Alfonsín) hasta que declinó ese rol en manos del PRO. 

La convención de Gualeguaychú de 2015 no fue más que la aceptación institucional de un hecho consumado: los dirigentes radicales -tras una década de furioso antikirchnerismo militante en el Congreso y en las urnas, conducidos de hecho por una ex UCR como Elisa Carrió- iban hacia donde antes habían ido sus votantes. 

Lo que vino después hasta estos días -en que se ofrecen a ser parte de la pata parlamentaria de soporte de la coalición que gobierna el país en nombre de la libertad pero por cuenta del poder económico- es historia conocida. Si Alfonsín (que bancó la llegada de Cavallo al gobierno de De La Rúa) viviera, tendría que resignarse no solo a que el país tenga gobiernos de derecha, sino a que esos gobiernos cuenten con el apoyo incondicional -a prueba de insultos y humillaciones- de la UCR, y a perder estrepitosamente una interna si planteara al interior del partido una mirada diferente- 

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