miércoles, 21 de febrero de 2024

SINTONÍA FINA

 

Advertencia preliminar: el tuit de apertura no es para concederle razón a la habitual tirapostas experta en pobreza, sino que lo usamos como disparador de las reflexiones. Algo así como un bochín para arrimarle al tema. Que es como nos posicionamos -en términos de estrategia política- de cara a un futuro que puede estar más próximo de lo que pensamos, porque como decíamos acá, es parte del presente agobiante que vivimos. 

Si hay desencantados con el gobierno de Milei -como con cualquier gobierno- más temprano que tarde buscarán ser representados, porque la política no tolera el vacío: en la crisis del 2001 ya probamos el nihilismo del "que se vayan todos", y no conduce a nada. El kirchnerismo es precisamente el fruto de haber entendido eso: había que quedarse, y hacerse cargo. Y ahora -cuando estamos transitando ya otra crisis- el dilema es el mismo: hacer política es asumir la obligación de representar. 

Es altamente probable -casi seguro- que entre los más de 14 millones de votantes de Milei hayan habido muchos que antes optaron por el kirchnerismo, y se desencantaron con el gobierno de Alberto. En especial dentro de ese 30% de voto "propio" de LLA avanza en las PASO y la primera vuelta electoral, entendido que está claro que el resto del volumen electoral del actual oficialismo se completó con la transfusión prácticamente íntegra y automática de los votos del gorilismo argento, hoy expresado en la marca oficial (en trance de liquidación) "Juntos por el Cambio".

Respecto a esos electores, no parece que nosotros -el peronismo, el kirchnerismo- tengamos nada para hacer: por si hiciera falta confirmarlo, dejaron en claro en el balotaje que se trata de gente que estaría dispuesto a votar a un extraterrestre llegado el caso, con tal de impedir que gane el peronismo. Es un voto que no pide resultados de los gobiernos que ayuda a llegar al poder, porque su propósito se consuma el día mismo de la elección: impedir el retorno de la bestia negra de la política argentina.  

En el resto, hay tela para cortar asumiendo que se trata de votos fluctuantes, que cambian de elección en elección, según como les vaya en la feria en el medio; y aun esta misma afirmación tiene sus matices, tantos como votantes hay. Claro que el hecho de que les esté yendo mal con lo que votaron, no supone automáticamente que crean que con nosotros les irá mejor, y decidan votarnos, o volver a hacerlo si alguna vez lo hicieron: esto depende de lo que hagamos nosotros, entre otros factores.

Cuando hablamos en el título de sintonía fina, nos estamos refiriendo a que no hay en esto recetas mágicas, ni se trata simplemente de una campaña de seducción con buenos modales, como plantea la tirapostas del tuit de apertura. De allí que tampoco tiene mucho sentido la monserga dirigida a evitar que de nuestro lado se putee a los votantes de Milei por haber desoído las advertencias que se hicieron en campaña: en una crisis que no distingue en sus efectos sobre la vida cotidiana a las personas según como hayan votado, al que está retrocediendo en salario, poder adquisitivo, derechos o expectativas de vida y progreso por como votaron otros iguales a él que se autopercibieron distintos, pedirle eso sería como pedirle a un hincha de fútbol que celebre las derrotas de su equipo, o por lo menos no se amargue porque perdió. 

Menos cuando la situación actual, después de la experiencia de la campaña del 2015 y el gobierno de Macri (aun con el gobierno de Alberto en el medio) parece marcar ya una tendencia: nosotros advertimos los riesgos que entraña un gobierno de derecha, mucha gente los minimiza y los vota, la derecha gana y en el gobierno deja corta a cualquier "campaña del miedo" que hayamos podido hacer. Por supuesto que tampoco se puede trosquearla toda pensando que "cuanto peor, mejor", o quedarse simplemente en la puteada al votante de LLA, para hacer catarsis: así no se hace política en clave nacional, popular y democrática.

Esa tendencia de la que hablamos podría significar -aunque nosotros mismos nos resistamos a aceptarlo- que hay cambios más de fondos, profundos y constantes en la visión política de muchos argentinos de a pie: parece claro que al calor de la decepción con los resultados concretos de la democracia en la existencia cotidiana, han ido ganando terreno en la sociedad las soluciones simplistas pero extremas, el autoritarismo, las respuestas primales e individualistas frente a cualquier forma de organización colectiva o solidaria.

Lo que se puede ver en el trato cotidiano, en las redes sociales, en los medios son testimonios de gente desencantada por haber votado a Milei porque suponían que el ajustado sería otro y no ellos, entusiastas de la motosierra con tal de que no les toque, o con la firme convicción de que los problemas que padecen no son consecuencia de lo que eligieron, sino de muchas de las cosas que nosotros rescatamos como positivas: sin llegar a ser gorilas -se trata de un voto más pragmático- razonan bastante parecido en términos de economía y organización de la sociedad.

Por eso nosotros tenemos que saber hacer la lectura  correcta de la situación, y no dar nunca nada por sentado: si la democracia como sistema no tiene hoy la valoración social que muchas veces damos por sentada (las pulsiones autoritarias de los gobiernos de derecha tienen anclaje social, y sería de necios negarlo), que queda para otros bienes públicos que suponemos de aceptación amplia cuando no generalizada, como la legislación laboral, o la educación y la salud públicas. Precisamente allí apunta también Cristina en el documento que dio a conocer la semana pasada.   

La magnitud de la crisis (que todo indica que irá en aumento) no simplifica las cosas, sino más bien todo lo contrario: hay que revisar lenguajes, métodos, formas organizativas, en fin, poner todo en revisión sin incurrir al mismo tiempo en camaleonismos electoralistas ni claudicaciones ideológicas, porque en ese caso solo estaríamos abriendo las puertas a otra frustración como lo fue el gobierno del "Frente de Todos": si de desencantos democráticos hablamos, vale tanto gobernar traicionando el mandato de las urnas, como disfrazarse de lo que uno no es, con tal de ganar una elección. Ambas son mentiras de patas cortas, acortadas más pronto cuando escalan la pobreza, la desigualdad y la falta de expectativas.

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1 comentario:

  1. Lamentablemente no se puede minimizar lo de "aun con el gobierno de Alberto en el medio".

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