Fortalecido por el respaldo de sus colegas por las críticas de Cristina (Lanata por ejemplo, con su profundidad habitual, nos aclara que no es Menguele), Osvaldo Pepe redobla la apuesta y devuelve el mandoble: como le dijeron nazi por sus comentarios por los lazos genéticos entre los militantes de la Cámpora y sus padres montoneros; el hombre acusa al kirchnerismo de nazi.
Algo que por supuesto no es novedoso: desde aquélla tristemente célebre tapa de Fontevecchia en Noticias con Kirchner presentado como el mismísimo Führer, ya es costumbre la asimilación.
Pero acá viene envuelta de academicismo: no es el Pepe quien dice que el kirchnerismo es casi casi igual al nacionalsocialismo, sino que se lo hace decir a los politólogos.
Y resulta que ahora -luego de constatar la absoluta inutilidad del arco opositor- la responsabilidad del desmadre de los partidos políticos la tiene el kirchnerismo; que los arrolló con su dinámica política, no con doce millones de votos.
Es decir que el resultado electoral es apenas una circunstancia, y para colmo desafortunada; no ya para los deseos personales de Pepe sino para la misma democracia argentina; porque abrió la puerta para la consolidación de un régimen hegemónica que apunta -en definitivas- a suprimir el sistema de partidos o reemplazarlo por un unicato, al mejor estilo nazi.
Que ese mismo proyecto político haya impulsado la discusión y sanción por el Congreso de una reforma política que obliga (entre otras cosas) a que los partidos elijan a sus candidatos en interna obligatorias con la participación de todos los ciudadanos es -para Pepe- una anécdota tan insignificante que no merece siquiera mencionarse.
Reforma que además les garantiza a los partidos el acceso gratuito e igualitario a la publicidad en los medios masivos y les impone a cambio (al fnal, algún componente autoritario tenía que tener, viniendo de un protonazismo como el kirchnerismo) nada más y nada menos que tener afiliados, y conservarlos; para seguir subistiendo como partidos reconocidos por el Estado.
Por supuesto que la nota está escrita de un modo tal de decir enormidades, sin terminar de decirlas; cosa de tener un reaseguro ante un probable retrueque presidencial.
Algo que desde acá nos atrevemos a decir es innecesario e inconveniente, porque además es validar el rol político que se autoatribuyen estos personajes.
Rol directamente proporcional a la constatación de la inutilidad opositora que vienen marcando a diario en sus columnas, que marcan que los que buscan una democracia sin partidos (o con partidos que hagan siempre lo que les digan) son ellos.
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