martes, 18 de diciembre de 2018

CONTRA TODA EVIDENCIA


La reforma laboral es el fetiche de la derecha económica, y de nuestra clase dirigente empresarial; tanto que es la prenda de unión de todas las fracciones del capital, junto con la reducción del Estado y la rebaja de impuestos: podrán estar en desacuerdo entre sí sobre el grado de apertura de la economía, el perfil del modelo productivo, el rol de la inversión extranjera y el del sistema financiero, u otro tipo de regulaciones, pero en esos dos ítems coinciden todos.

Incluso empresarios pequeños y medianos “del palo” (esos que hoy están siendo arrasados por el vendaval) macrista, puestos a enumerar las medidas necesarias para superar la crisis, empiezan por mencionar la necesidad de flexibilizar las normas laborales “para crear más empleo”, con los corolarios derivados: la “industria del juicio laboral”, “los impuestos al trabajo”, “la rigidez para contratar y despedir gente” y demás grandes éxitos.

Las afirmaciones parecieran lógicas dichas desde el capital (como factor de la producción) pensando estrictamente en maximizar beneficios rebajando el costo del factor “trabajo”, pero carecen de sentido o evidencia empírica cuando se las quiere presentar como un concepto económico, asociando generación de empleo con flexibilidad laboral: por el contrario, la evidencia histórica constatable indica todo lo contrario.

En ésta nota del Cronista a la que corresponde la imagen de apertura, Juan Luis Bour (de la ultraliberal Fundación Fiel) vuelve sobre el tópico trillado, y luego de constatar que es poco factible que se cree empleo privado de calidad en un contexto de crisis, concluye es que para ello es necesario “un salto de calidad” en la legislación laboral que -adivinen-, consiste en flexiblizarla.

Un poco se pisa solo y devela el objetivo real del planteo, al decir que los aumentos salariales por encima del nivel de depreciación del peso (es decir, la recuperación del salario medida en dólares) sube los costos, insiste en la muletilla flexibilizadora, presentándolo como algo evidente, que nadie en su sano juicio podría negar.

Sin embargo, uno de los gráficos que acompaña a la nota (ver imagen de apertura) lo desmiente rotundamente: los mayores períodos de creación de empleo privado formal de calidad fueron el lapso 2004-2008 y 2010-2012, es decir, durante los gobiernos del kirchnerismo, con un proceso sostenido de recuperación de derechos laborales conculcados durante el menemismo y el gobierno de la Alianza (ver unareseña acá), y con la vigencia de la doble indemnización por despido. O sea, todo lo contrario de lo que sugiere el creo neoliberal en materia de legislación laboral.

Según suele decir siempre Héctor Recalde (que por supuesto sabe bastante más que nosotros del tema), las leyes laborales no crean ni destruyen empleo, sino las condiciones generales de la economía y sus factores: el consumo y la demanda agregada estimulando a la producción y a la inversión; y no al revés, como sostienen los “ofertistas”.

Pero para sostener el consumo y la demanda que estimulen a la producción, son necesarios trabajadores bien pagos, con todos los beneficios sociales, protegidos en sus derechos, defendidos por sindicatos fuertes, que negocien paritarias libres y a la alza, o por lo menos que permitan sostener su poder adquisitivo, frente a la inflación. El macrismo es -por contrario imperio- la constatación empírica de cuáles son los efectos para el mundo del trabajo, cuando el rumbo elegido es el contrario, como lo acaba de reconocer Macri ante un grupo de banqueros: destrozar el salario, para “bajar costos”, y maximizar beneficios empresariales.

Precisamente ahora la brutal devaluación y sus efectos sobre el salario han operado como reforma laboral flexibilizadora “de hecho”, pero conforme la inflación se va comiendo la “competitividad” ganada, desde los sectores empresariales (y no solo los notoriamente garcas, como se dijo al principio) se vuelve a hablar de ella, como la panacea para todos los males.

Más aun, cuando se habla de los “70 años de fracasos”, el implícito es éste: los 70 años transcurridos desde la aparición del peronismo, que vino a reconocerles su plena dignidad a los trabajadores argentinos. Si  se miran en los libros de historia las reacciones de las patronales de entonces ante cada nueva conquista social o derecho adquirido por los trabajadores, se verá un aire de familia con el pensamiento promedio del empresariado argentino de hoy: ser garca también es una constante histórica.

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