La reforma laboral es el fetiche de la
derecha económica, y de nuestra clase dirigente empresarial; tanto que es la
prenda de unión de todas las fracciones del capital, junto con la reducción del
Estado y la rebaja de impuestos: podrán estar en desacuerdo entre sí sobre el
grado de apertura de la economía, el perfil del modelo productivo, el rol de la
inversión extranjera y el del sistema financiero, u otro tipo de regulaciones,
pero en esos dos ítems coinciden todos.
Incluso empresarios
pequeños y medianos “del palo” (esos que hoy están siendo arrasados por el
vendaval) macrista, puestos a enumerar las medidas necesarias para superar la
crisis, empiezan por mencionar la necesidad de flexibilizar las normas
laborales “para crear más empleo”, con los corolarios derivados: la “industria
del juicio laboral”, “los impuestos al trabajo”, “la rigidez para contratar y
despedir gente” y demás grandes éxitos.
Las afirmaciones
parecieran lógicas dichas desde el capital (como factor de la producción)
pensando estrictamente en maximizar beneficios rebajando el costo del factor
“trabajo”, pero carecen de sentido o evidencia empírica cuando se las quiere
presentar como un concepto económico, asociando generación de empleo con
flexibilidad laboral: por el contrario, la evidencia histórica constatable
indica todo lo contrario.
En ésta nota del Cronista a la que corresponde la imagen de apertura, Juan Luis Bour
(de la ultraliberal Fundación Fiel) vuelve sobre el tópico trillado, y luego de
constatar que es poco factible que se cree empleo privado de calidad en un
contexto de crisis, concluye es que para ello es necesario “un salto de
calidad” en la legislación laboral que -adivinen-, consiste en flexiblizarla.
Un poco se pisa
solo y devela el objetivo real del planteo, al decir que los aumentos
salariales por encima del nivel de depreciación del peso (es decir, la
recuperación del salario medida en dólares) sube los costos, insiste en la
muletilla flexibilizadora, presentándolo como algo evidente, que nadie en su sano
juicio podría negar.
Sin embargo, uno de
los gráficos que acompaña a la nota (ver imagen de apertura) lo desmiente
rotundamente: los mayores períodos de creación de empleo privado formal de
calidad fueron el lapso 2004-2008 y 2010-2012, es decir, durante los gobiernos
del kirchnerismo, con un proceso sostenido de recuperación de derechos
laborales conculcados durante el menemismo y el gobierno de la Alianza (ver unareseña acá), y con la vigencia de la doble indemnización por despido. O sea,
todo lo contrario de lo que sugiere el creo neoliberal en materia de
legislación laboral.
Según suele decir
siempre Héctor Recalde (que por supuesto sabe bastante más que nosotros del
tema), las leyes laborales no crean ni destruyen empleo, sino las condiciones
generales de la economía y sus factores: el consumo y la demanda agregada
estimulando a la producción y a la inversión; y no al revés, como sostienen los
“ofertistas”.
Pero para sostener
el consumo y la demanda que estimulen a la producción, son necesarios trabajadores
bien pagos, con todos los beneficios sociales, protegidos en sus derechos,
defendidos por sindicatos fuertes, que negocien paritarias libres y a la alza,
o por lo menos que permitan sostener su poder adquisitivo, frente a la
inflación. El macrismo es -por contrario imperio- la constatación empírica de
cuáles son los efectos para el mundo del trabajo, cuando el rumbo elegido es el
contrario, como lo acaba de reconocer Macri ante un grupo de banqueros:
destrozar el salario, para “bajar costos”, y maximizar beneficios
empresariales.
Precisamente ahora
la brutal devaluación y sus efectos sobre el salario han operado como reforma
laboral flexibilizadora “de hecho”, pero conforme la inflación se va comiendo
la “competitividad” ganada, desde los sectores empresariales (y no solo los
notoriamente garcas, como se dijo al principio) se vuelve a hablar de ella,
como la panacea para todos los males.
Más aun, cuando se habla de los “70 años de
fracasos”, el implícito es éste: los 70 años transcurridos desde la aparición
del peronismo, que vino a reconocerles su plena dignidad a los trabajadores
argentinos. Si se miran en los libros de
historia las reacciones de las patronales de entonces ante cada nueva conquista
social o derecho adquirido por los trabajadores, se verá un aire de familia con
el pensamiento promedio del empresariado argentino de hoy: ser garca también es
una constante histórica.
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