Por Raúl Degrossi
Y finalmente vino Vargas Llosa a la Argentina, y dejó a muchos con un sabor amargo; entre ellos los que lo invitaron y esperaban que diera un discurso incendiario en su presentación en la Feria del Libro.
Porque polémicas aparte sobre el “intento de censura” que el peruano y sus aduladores dicen haber sufrido, y de la innegable correspondencia de que un Premio Nobel de Literatura hable en tal evento, Vargas Llosa vino al país sustancialmente a hacer política; que es lo que hace por todo el mundo, y para eso lo invitaron.
La táctica no es nueva, ya en 1957 en “Los profetas del odio”, Arturo Jauretche describía lo que llamaba “la técnica del figurón”: la utilización de un personaje público conocido, exitoso o prestigiado en lo suyo (en el caso, la literatura), para prestigiar por su intermedio las ideas políticas y económicas que son funcionales al aparato de la superestructura cultual; aunque el “figurón” en cuestión (aquí Vargas Llosa) no tenga muchas veces ni idea de las cosas de las que habla, o sus planteos sean más bien simplotes, tirando a pavotes en muchos casos.
Y como ése es el plano en el que el escritor ha elegido dar su lucha, en él hemos de analizarlo, para decir ciertamente que la superficialidad y pobreza de sus ideas y su rol de analista político, no se disimulan con el prestigio de que lo aureola el Premio Nobel; al punto que se podría decir que por largos momentos, pareciera que el galardón es lo único que lo diferencia de personajes menores que se dicen “intelectuales”, como un Marcos Aguinis por ejemplo.
Muchos se enojaron con el escritor peruano porque la emprendió contra la Argentina, los argentinos, el peronismo y el actual gobierno, pero es lo que hace habitualmente en muchos países que visita, y así funciona el figurón del que hablaba Jauretche. Cuenta para ello con una tara cultural adquirida por buena parte de nuestra sociedad: la escasa autoestima nacional, que reclama validadores extranjeros para saber a ciencia cierta si -como sociedad- vamos por el rumbo correcto.
El problema no es que Vargas Llosa hable de la Argentina y los argentinos, sino que diga pavadas; que repita en serie y como un loro las zonceras y lugares comunes de nuestros liberales sin siquiera corroborar la exactitud histórica de sus dichos.
Así por ejemplo cuando elogia como un ejemplo de “democracia próspera” a la Argentina del Centenario, un país con estado de sitio, ley de residencia, represión y cárcel para los disidentes del modelo de la Generación del 80’ y, por supuesto, con fraude electoral sistemático.
O que acepte gustoso ir a Salta a invitación de su gobernador (de quien sus habituales contertulios le deben haber dicho que era un kirchnerista prolijo, que casi ni parece tal cosa); una provincia donde la enseñanza religiosa es obligatoria en las escuelas públicas. Eduardo Wilde, el liberalísimo ministro de Educación de Roca e impulsor de la Ley 1420 se debe haber revuelto en su tumba al enterarse.
Probablemente quienes lo rodearon en su paso por la Argentina no le habrán leído estas palabras de Alberdi (un liberal cabal, como él dice ser) en sus “Escritos póstumos” sobre los liberales argentinos: “Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto, ni conocen. Ser libres, para ellos no consiste en gobernarse a sí mismos, sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo.”.
Y dijo más el tucumano inspirador de nuestra Constitución: “El liberalismo, cómo hábito de respetar el disentimiento de los otros ejercido en nuestra contra, es cosa que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión, es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte.”.
Gaffes como esas en las que incurre Vargas Llosa son fáciles de cometer cuando se quiere pintar la historia política de un país, munido apenas de una brocha gorda y con anteojeras y preconceptos.
Se asombra Vargas de que se vincule a los liberales con gobiernos dictatoriales o autoritarios, pero desconoce por ejemplo que sus amados Friedrich Von Hayek y Milton Friedman fueron mentores ideológicos de Alsogaray, Krieger Vassena, Martínez de Hoz y Cavallo; quienes -con la excepción del menemismo en el caso de éste último- solo pudieron aplicar las libérrimas ideas económicas de la Sociedad Mont Pelerin a través de dictaduras represivas, y negadoras de las libertades civiles por las que el mismo escritor dice combatir.
Y no son ejemplos aislados en la historia de América Latina ni mucho menos, ¿no le dice nada esa circunstancia a Vargas Llosa, que la pasa olímpicamente por alto en el caso del Chile de Pinochet, al fin y al cabo, un país limítrofe de su Perú natal?
¿No detecta allí el analista político que todos ven en él, una causalidad histórica corroborable empíricamente, que lo obligaría a revisar conceptos en un mínimo ejercicio de honestidad intelectual?
Por cierto que su lucidez como analista también cabe que sea cuestionada cuando -indagado sobre la crisis financiera internacional fruto de las políticas que él impulsa- manifiesta su “perplejidad”.
¡Pavada de analista político, aquél que no acierta a explicar uno de los acontecimientos más relevantes de la historia contemporánea! Acontecimientos que -por otra parte- no son fruto de catástrofes naturales, sino consecuencia natural de la ciega aplicación de las ideas que defiende Vargas Llosa.
A menos claro que el escritor se refugie en el atajo fácil de decir que esas políticas fueron una degradación del “liberalismo puro”, argumento asombrosamente igual al de los que apostrofaban contra la “malversación del pensamiento de Marx”, cuando se derrumbaban sin remedios los llamados “socialismos reales”.
Vargas Llosa no engaña a nadie cacareando en defensa de las libertades civiles: son para él apenas el caballo de Troya, para aplicar a fondo las doctrinas de la “libertad económica” de sus mentores. Ese es el liberalismo que verdaderamente importa a quienes sponsorean al peruano, y amplifican sus brulotes políticos.
Más aun: mientras desde la izquierda se han revisado posturas sobre las antes llamadas “libertades burguesas” (hoy incorporadas al acervo cultural colectivo, dejando de ser patrimonio exclusivo de los liberales), la derecha permanece cerril defendiendo ideas de organización económica que no solo cosechan repudios: terminan en estrepitosos fracasos; de los que sólo pueden salir (en el 30’ y ahora) acudiendo a la intervencion del Estado, de la que tanto abjuran en la teoría.
Por todo esto hay que decir que Vargas Llosa -utilizado como “figurón” por la derecha vernácula- no es un símbolo de prestigio y vigor intelectual de un pensamiento nostálgico de la dictadura y los 90’, todo el contrario: es el símbolo viviente de su ya inocultable decrepitud.
1 comentario:
Comentario demoledor. Tiren otro mito a la mesa para que el escribidor se sirva.
Publicar un comentario