"Bolsas con cadáveres ". El comunicado de la agrupación responsable https://t.co/xVd1itHAJm pic.twitter.com/NTN6YK6Z2N
— LA NACION (@LANACION) February 28, 2021
Los discursos de odio no son una novedad en la historia política argentina, menos la necrofilia, esa oscura fascinación con la muerte, como parte de un discurso o praxis política. La derecha argentina, de hecho, es pródiga en ejemplos al respecto. Bien decía Rodolfo Walsh que nuestra oligarquía es "temperalmente inclinada" al asesinato, a la supresión física del adversario.
Sin ir tan lejos -aunque no por escrúpulos morales- los núcleos siquiátricos de la oposición al gobierno nacional que periódicamente se movilizan por los motivos más variados -algunos incluso contradictorios entre sí- no tardan mucho en pisar el palito, y reducir todo su planteo político al odio. Un odio visceral, sobre todo, al peronismo.
Y como toda pasión innoble, debe ser escondida: de allí que nos hablen de libertades amenazadas, defensa de las instituciones, el futuro de nuestros hijos cosas inasibles, o con las que nadie podría estar en desacuerdo. Pero a los diez minutos de empezada la marcha se pisan: colocan bolsas mortuorias en las rejas de la Casa Rosada, y después te lo quieren "explicar", como si hubiese un contexto bajo el cual tamaña barbaridad pudiera ser "explicada", o tuviera racionalidad, y por ende justificación.
Como resumen de la marcha opositora del sábado alguien dijo "poca gente, mucho odio", y es real: es curioso ver como los analistas políticos no señalan en estos casos que la radicalización de los discursos le resta adhesiones a la oposición, o les impide captarlas más allá de su núcleo duro. Al parecer, eso sucede solo cuando las fuerzas nacionales y populares plantean acelerar la velocidad de las transformaciones pendientes, y eso amenaza intereses consolidados.
La radicalización de un sector de la oposición, que juega permanentemente en los límites del consenso democrático tan trabajosamente construido por los argentinos en casi cuatro décadas, es un problema político que no debe ser menospreciado, y que requiere respuestas políticas. La primera y como decíamos acá, asumir que ese consenso democrático ni está tan extendido, ni es tan sólido como solemos pensar, para tranquilizarnos.
Que los presuntos "loquitos" que ponen bolsas mortuorias en una manifestación sean pocos no les quita importancia, porque son esos pocos los que terminan dando la tónica del discurso opositor (que se retroalimenta en los medios), a punto tal que los principales dirigentes opositores no solo no los condenan abiertamente, sino que intentan seducirlos y expresarlos. Como diría Perón, no los conducen, sino son conducidos por ellos.
En otros tiempos no tan lejanos, Elisa Carrió y su redentorismo moral expresaba electoralmente al mismo porcentaje de argentinos que el frente de izquierda, pero se las arreglaba para conducir conceptual y discursivamente a la oposición mayoritaria al kirchnerismo, llevando de las narices a los radicales y el PRO hacia donde en realidad querían estar: el tercio irreductible de la Argentina antiperonista.
Hoy, ese rol lo cumple Patricia Bullrcih desde los mismos -o incluso mayores- niveles de irrelevancia electoral, tratando de llenar el vacío de liderazgo opositor (frente al reposerismo político de Macri, solo interrumpido con alguna aparición pública vía redes sociales, de cuando en cuando) con muestras de bolsonarismo explícito, para contener además las amenazas de fugas de votos hacia las sectas libertarias.
Pero otra vez: no hay reacciones orgánicas desde la oposición "institucional" para tomar distancia de los exabruptos que producen las crías de Videla, como los imbéciles que montaron la "perfomance" de los cadáveres en Plaza de Mayo. De modo que donde el gobierno quiso ver en un momento cierta racionalidad hacia la cual tender puentes, nada hay.
Si a eso le sumamos los límites reales para el consenso que crea la incurable avaricia de nuestra "burguesía real" conforme lo señalábamos ayer acá, tenemos como resultado que la idea del "pacto social" debe ser revisada, al menos en los convocados. Y deben pensarse de modo más realista sus posibilidades reales, bajo este interrogante: ¿con quiénes, por fuera de los apoyos políticos y sociales con que ya cuenta (o contaba al menos al iniciar su gestión) el gobierno del "Frente de Todos" se podría acordar, y qué cosas?
O de otro modo ¿cuáles son los costos de intentar acordar con quiénes no quieren hacerlo, a menos que nos pongamos de acuerdo con ellos en que las elecciones del 2019 no sucedieron, olvidando en el camino a nuestra propia base electoral y sus demandas?