Tal como se presumía aunque no se deseara, se produjo el peor final: el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos hallados en un canal bonaerense hace unos días como de Facundo Astudillo Castro, el joven visto por última vez con vida hace meses, cuando efectivos de la policía bonaerense le habrían labrado un acta por infracción a la cuarentena.
Toca ahora a la justicia esclarecer los hechos y determinar como murió Facundo, pero todo apunta a otro caso lamentable de violencia institucional, y otra muerte producida por las fuerzas de seguridad del Estado, que se agrega a una larga lista, que no ha parado de crecer, aun en plena democracia.
Cuando estas cosas suceden no puede haber lugar a especulaciones políticas de ningún tipo, basadas en el color político de los gobiernos, o la mayor o menor simpatía que cada uno pueda tener con ellos: una muerte joven (cualquier muerte en general), en circunstancias sospechosas que hacen presumir que pudo ser violenta y con la casi segura participación de alguien que representa al aparato estatal merece no solo la más absoluta condena y repudio, sino la exigencia de verdad y justicia, el reclamo de que nos digan que pasó, y de que se hagan efectivas las responsabilidades del caso.
Responsabilidades que van más allá del dominio real del hecho que algún funcionario en particular pudiera tener, sino de las actitudes que el Estado toma cuando pasan estas cosas: no pueden existir excusas, ni justificaciones, ni complicidades, y todos los que tengan algo que ver con el hecho, tienen que pagar por ello, sean o no policías o funcionarios estatales. No se pueden tolerar más estas cosas, no se pueden callar ni silenciar, ni minimizar, ni desplazar las culpas hacia las víctimas, o sus familias.
Varias veces hemos dicho acá que la efectiva democratización de las fuerzas de seguridad es una de las más dolorosas asignaturas pendientes de nuestra democracia: anidan en las policías y demás cuerpos armados de seguridad del Estado bolsones de autoritarismo y desprecio absoluto por los derechos humanos y las garantías constitucionales, como en los peores tiempos de la dictadura. Y poco y vacilante ha sido lo que avanzaron los gobiernos, de todos los signos, para poner luz en esa oscuridad. Es el "Nunca Más" pendiente que nos debemos como sociedad, para profundizar y consolidar nuestra democracia.
Es como si se tratara de una frontera infranqueable que la política no se decide a pasar, quizás por miedo y en no pocos casos, para no malquistarse con un instrumento de control social al cual podrían llegar a tener que apelar, en circunstancias extremas. Como fuera: no pueden existir más Facundos, ni pueden haber más víctimas inocentes de policías bravas que creen tener carta libre para torturar, herir o matar a alguien por puro placer, o para demostrarle quien manda. O que hagan la vista gorda frente a los reclamos de las víctimas, y no cumplan con su deber de proveerles seguridad.
No se trata de un fenómeno coyuntural ni pasajero, ni acotado a algún lugar determinado de la geografía nacional en particular: trasciende las décadas, los gobiernos, los signos políticos, las provincias o ciudades, para extenderse como una mancha venenosa que nos corroe sin que sepamos como ponerle fin. O sabiendo, pero sin tener la decisión de hacerlo: haciendo justicia, para que sirva de ejemplo.
Por supuesto que se pueden marcar matices, del modo en el que los distintos gobiernos lidian con estas cuestiones: si apañan y encubren o muestran decisión de ir a fondo al investigar, si contienen a los familiares o los ponen bajo la lupa de la sospecha. No todos son iguales, ni proceden igual, en las mismas circunstancias.
Pero con eso solo no alcanza: es necesario tomar el toro por las astas de una buena vez y avanzar con decisión sobre esos bolsones de brutalidad que anidan al interior de la fuerzas de seguridad, para evitar que estas cosas se repitan, y tengamos que lamentar más Facundos, como hemos tenido que lamentar tantos otros antes que él. Eso, y soportar vivir en una democracia condicionada, que no se muestra capaz de avanzar sobre sus zonas oscuras.
4 comentarios:
¿Querés tener una policía que respete los derechos humanos? Una de las cosas que tenés que hacer es que no sea el refugio de los inútiles, de los que no sirven para nada y esa es el único laburo que les da estabilidad y obra social. Porque por eso entran los pibes a la cana: por la estabilidad y la obra social. ¿Querés tener buena policía? Que no sea la última opción: pagales bien, educalos bien, tratalos bien (no son colimbas, pelotudo, tratalos bien), y vas a tener muchísimos más pibes que quieran ser canas; vas a poder elegir a los que no eran los últimos de la clase, los que no son faloperitos a los que nadie quiere dar laburo.
Conozco decenas de canas de mi pueblo, y muchos del GBA, todos -todos- son de lo más choto de la sociedad. De los barrios más pobres, la escoria. Los educan mal, los usan para perseguir manteros y para levantar coimas, los azuzan contra los pibes más pobres y desprotegidos, los encubren cuando cagan a palos a alguien o cuando usan el patrullero para afanar.
Pero después matan a un pibe y nadie sabe por qué.
La idea era combinar el palo y la zanahoria, ¿te acordás? No sólo el palo, también la zanahoria. Investigar a fondo, perpetua a los autores y 20 años a los encubridores; pero también una policía bien tratada, bien educada y bien pagada.
Saludos.
Una pregunta: ¿esta cuenta sigue bancando a Berni como alguna vez publicaron?
La cama siempre va tener elementos corruptos de la misma forma que siempre habrán médicos corruptos o taxistas corruptos, etc.
Si se podría seleccionar mejor a las fuerzas, pagarles mejor y tener penas más duras en caso de delitos.
Pero entiendo que las cámaras corporales y de varios ángulos en las patrullas, así como GPS en ambos y taser, sería un buen comienzo para mejorar un poco la cosa.
¿A qué viene la pregunta amigo? Porque si Berni tiene algo que ver con éste caso, la respuesta está en el post.
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