LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

miércoles, 1 de abril de 2020

FIN DE LA TREGUA


Para ser francos, acá no nos entusiasmamos demasiado con los altos niveles de popularidad de Alberto Fernández, y el masivo apoyo al modo como viene conduciendo la emergencia por el coronavirus que registran algunos sondeos de opinión; que dan cuenta de que ese apoyo se extiende incluso a quienes no lo votaron: tenemos en claro que la opinión pública tiene vaivenes y suele ser muy voluble, máxime en una situación que nos impone a todos cambios en nuestro modo de vida cotidiano, en modos que pueden inducir al hastío, el cansancio o la desesperación.

De allí que tampoco sacáramos ninguna conclusión apresurada de los aplausos que -dicen- hubo en algunos lugares el domingo, tras la aparición del presidente comunicando la extensión de la cuarentena. Del mismo modo, tampoco magnificamos los cacerolazos -mayoritaria, si no exclusivamente- porteño de anoche, pidiendo "que los políticos se rebajen el sueldo".

Nuestro escepticismo quizás tenga que ver con que no vemos demasiados cambios en torno a las tendencias políticas de la sociedad más instaladas hace tiempo, salvo en un elemento, que sí es mérito del presidente, su estilo y eventualmente su gestión: mientras el polo social y político que lo sustentó para llegar al cargo se mantiene cohesionado, el otro, el opositor, parece estar disgregándose por falta de liderazgo, o por efecto de una realidad dinámica y cambiante que redefine expectativas y prioridades hora tras hora.

Precisamente esto último es lo que percibió el núcleo duro de la oposición al gobierno (ese mismo que posaba gustoso junto al presidente para destacar su actitud colaborativa en medio de la crisis), para atizar el descontento de parte de su base electoral, por la prolongación de las restricciones a la circulación: con la ayuda invalorable de los medios y comunicadores de siempre, promovieron la movida del lunes a la noche, e intentaron usufructuarla con el pedido de que los funcionarios políticos (comenzando por el presidente) se rebajen sus sueldos, para aportar a un fondo destinado a combatir el coronavirus.

La propuesta como tal es de un simplismo apabullante, y apunta a captar la atención del "uomo cualunque" preocupado por su situación económica en la crisis, que quizás supone que la idea le mejora en algo su situación. Sin embargo, no es el recurso de baja estofa política en sí mismo lo condenable (de cierta oposición no se puede esperar algo mejor), sino el contexto en el que se lanza: el día después de que el presidente en su aparición pública anunciando la prórroga de la cuarentena denuncia a los empresarios que despiden trabajadores en medio de la pandemia (como Paolo Rocca y el Grupo Techint), o los que aumentan los precios o especulan desabasteciendo de insumos críticos.

Es decir, el módico cacerolazo de los sectores de clase media urbana indignados porque el peronismo de Alberto Fernández se vuelve "tolerable" para algunos de sus amigos y contactos sociales antiperonistas, no fue contra la clase política, sino -objetivamente- a favor de Techint y los principales grupos económicos del país, lo sepan o no sus participantes: discutiendo "los privilegios de la política" (como cada vez que se ha intentado) se elude discutir la distribución del ingreso, y quienes la levantan con pala en medio del marasmo general. Por supuesto que estos agradecen los invalorables servicios prestados a su causa, en forma gratuita.

En fin, nada nuevo bajo el sol: las líneas de fractura de lo que por pereza intelectual se dio en llamar "grieta" siguen estando tendidas más o menos igual que en todo el período kirchnerista del 2003 al 2015, y las piezas y los jugadores institucionales (oposición política, grupos económicos) se mueven como se movieron entonces, en cada coyuntura intensa, llámese conflicto del campo por las retenciones móviles, disputa por la ley de medios pelea con los fondos buitres, entre otros. Donde puede haber circunstanciales cambios de alineación es en la sociedad civil, y dependiendo de la evolución de la coyuntura, la crisis y las expectativas.

Lo cual nos lleva a recordar lo dicho en su momento acá: "Porque el trasfondo real de todo es que lo que llaman "grieta" en realidad es un conflicto de clase, dirimido políticamente desde hace décadas en el clivaje peronismo-antiperonismo, nuestra versión histórica del conflicto de clases; porque aun cuando nunca el peronismo se haya definido como un movimiento clasista, él y su némesis antiperonista encarnan políticamente desde siempre diferentes universos de representación: los trabajadores y los sectores populares por un lado, las clases privilegiadas y buena parte de las clases medias, por el otro.

Esos son, por supuesto y en trazo grueso, los núcleos duros de cada coalición social, con sectores fluctuantes en su humor electoral, al compás de cada coyuntura; y tomando nota por nuestra parte del hecho real de que las clases sociales en sí ya no son lo que eran en 1945. Por eso cuanto "más peronista" sea el gobierno (como lo fue el kirchnerismo, sin dudas), es decir cuando se haga cargo con más decisión de su universo de representados, más conflictos y resistencias tendrá, más allá de los modos y estilos del que ocupe el despacho principal de la Casa Rosada. 

Lo cual deja una enseñanza para el gobierno, y para el presidente: pueden perseverar todo lo que quieran en los modos y los estilos de gestión y construcción política con los que se sientan más cómodos, pero más importante aun, es que perseveren en el rumbo que atienda los intereses de los sectores sociales que aspiran a representar, que fueron a su vez sus apoyos electorales.".

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