Esto es más importante que lo del espionaje. Se afanaron 746 palos verdes. Y el principal responsable es Macri. https://t.co/M48OWVbGWo— La Corriente K (@lacorrientek) June 30, 2020
Que Mauricio Macri espiaba se sabía desde que fue Jefe de Gobierno porteño, tanto que fue el primer presidente en asumir su cargo estando procesado, precisamente por espiar. El espionaje es, por otro lado, una vieja práctica empresarial para conocer información privilegiada de posibles competidores por negocios, y ni que hablar que en la mafia calabresa es un hábito arraigado hace siglos.
Cualquiera que diga ahora que se asombra porque había montado una organización para espiar incluso a sus amigos y socios políticos desde lo más alto del poder institucional del Estado, o es muy boludo o nos toma por boludos a todos los demás. Desde esa certeza hay que calibrar la veracidad de cierto discurso "republicano" de los que dicen estar preocupados por las instituciones.
Los hechos que al respecto investiga el juez Villena (y no es la única causa en la materia que salpica al macrismo) tienen ciertamente gravedad institucional en términos de deterioro de la calidad de nuestra vapuleada democracia, y no podemos menos que congratularnos de que alguien vaya preso por ellos. Preso con todas las garantías del caso y condena por sentencia judicial firme, hecha cosa juzgada, no por la tapa de un diario o la presión "de la opinión pública". No debería ser tan difícil, porque las maniobras fueron muy burdas y las pruebas están a la vista.
Que Mauricio Macri era un conspicuo representante de la "patria contratista" que construyó su poder y fortuna desangrando al Estado por décadas, se sabía cuando se candidateó para presidente de Boca, y luego de llegar al club lo utilizó como plataforma para lanzarse a la política, en la CABA primero y en el país después. De hecho, quienes lo votaron en todos los cargos electivos que ocupó ponderaron expresamente sus presuntas dotes como empresarios, y no pocos de ellos enfatizaban que como era rico, no iba a robar; obviando deliberadamente precisar que es rico (él, su familia) porque robó, sistemáticamente.
De allí que tampoco no puede haber "sorprendidos" por el negociado de las autopistas que derivó en una causa judicial con ex funcionarios suyos (Dujovne, Dietrich, Iguacel, Saravia Frías) que pergeñó siendo presidente y colocándose de los dos lados del mostrador, no solo porque fue denunciado entonces, sino porque los "conflictos de intereses" estuvieron a la orden del día en los cuatro años de un gobierno que se autodenominaba "el mejor equipo de los últimos 50 años", y no era más que una banda de vulgares asaltantes, que pusieron en marcha la idea de una país "atendido por sus propios dueños".
En éste caso de las autopistas -quizás mucho más grave aun que el del espionaje organizado- también hay causas judiciales, y desde acá celebramos que puedan avanzar, y terminar con los que depredaron el patrimonio público para favorecer negocios privados, presos como debe ser.
Sin embargo sería un error "lanatizar" los términos del debate político y pretender reducir al macrismo a una asociación ilícita para delinquir, sea espionando ilegalmente a personas, sea haciendo negocios para sus intereses privados desde el Estado, porque fue mucho más que eso, y de su caracterización correcta depende la respuesta política que logremos articular, para superarlo y dejarlo atrás.
De poco sirve que nos "indignemos" como se indignaban los repúblicos en tiempos kirchneristas con los informes de Lanata sobre la presunta corrupción K, pero ahora mirando al "Gato" Sylvestre, o escuchando a Navarro: eso solo sirve para calentarse al pedo, sin ninguna trascendencia política posterior.
Y si alguno en el gobierno alimenta la peregrina idea de mantenernos distraídos con esas cuestiones para que dejemos de pensar en la difícil coyuntura que atraviesa el país, y dejemos de exigirle medidas que son impostergables, hay que demostrarles que se equivocan.
El macrismo fue, ante todo y más que nada, la nueva puesta en acto del viejo proyecto de exclusión, desigualdad y privilegio de las eternas minorías que descargan sobre el conjunto de la sociedad argentina, el costeo de su nivel de vida y fortuna. Lo demás (el espionaje, el latrocinio de poca o mucha monta) es subsidiario a esa caracterización principal.
Y la diferencia no es menor: al delito se lo combate con una justicia en serio, que dicte condenas fundadas y con pruebas, en un plazo razonable y respetando todas las garantías legales y constitucionales. Poner presa a la gente, por más delincuentes que sean, no es tarea del gobierno, entendiendo por tal al Poder Ejecutivo. Y en el contexto actual, un preso macrista más o menos (dejando sentado que ojalá sean más), no le cambia la vida de un modo decisivo a nadie.
Cosa que solo se podrá conseguir poniendo en marcha políticas públicas que, cumpliendo los compromisos de campaña y poniendo en ejecución el programa votado por la mayoría de la ciudadanía el año pasado, empiecen a revertir los desastres económicos y sociales que nos legó el macrismo, a través de otro modelo de organización de la sociedad, y de distribución de las cargas al interior de ella.
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