LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

viernes, 3 de mayo de 2024

VOTOS CALIFICADOS

Hubo un tiempo en la Argentina en que el principal paradigma de la acción política de quienes gobernaban el país era éste: "La verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo." La primera verdad peronista tenía un origen histórico concreto y preciso: el movimiento liderado por Perón venía a clausurar un oprobioso ciclo de fraude electoral, al que se apeló para facilitar la entrega del país bajo lo que se llamó el estatuto legal del coloniaje, y la miseria y empobrecimiento de su gente.

De allí que las tres banderas históricas del peronismo estaban, desde el inicio, fuertemente imbricadas entre sí como el propio Perón se ocupó de marcarlo muchas veces: para lograr la justicia social era necesario establecer la independencia económica, y para ambas cosas era imprescindible restablecer la soberanía política. La tensión siempre latente entre el capitalismo (que tiende a la desigualdad y la asimetría) y la democracia que concede a cada uno un voto para igualar las cargas en una sociedad, se resolvía por la vía democrática.

Claro que por eso pasó lo que pasó desde el 55' en adelante, y especialmente a partir del golpe del 76': el capitalismo corregía lo que conceptuaba como "vicios" de la democracia de modos cada día más violentos y aleccionadores a futuro. Y vaya si tuvo éxito: la restauración democrática parida en el 83' por la derrota en Malvinas vino condicionada desde el vamos a ir andando en puntas de pie, sabiendo de antemano que hay ciertos intereses consolidados que no se pueden tocar, y terrenos en los que es mejor no meterse, para evitar problemas.

Esa convivencia del régimen democrático formal con la forma particular que el capitalismo periférico dependiente asume en un país con el nuestro en tiempos de globalización (connivencia que se volvió absoluta durante el menemato, cuando incluso ciertas reformas drásticas fueron validadas por el voto ciudadano) no podía sino resultar a largo plazo en lo que resultó: una creciente insatisfacción social con los resultados de la democracia (que es casi lo mismo que decir con la democracia como sistema), que crecía al mismo tiempo y velocidad que crecían la pobreza, la exclusión y la desigualdad.

La excepción a ese cuadro fueron los años kirchneristas, en los que a partir de la lectura que hizo Néstor Kirchner de la implosión del modelo de la convertibilidad se inauguró un modo distinto de gobernabilidad a los ensayados hasta entonces, que logró estabilizar -aun en medio de convulsiones frecuentes- a un mismo proyecto político en la conducción del Estado durante tres mandatos presidenciales, algo que no registraba antecedentes en la historia argentina. 

En nuestra opinión, no ha sido debidamente analizada la convergencia en ese resultado de dos causas concurrentes: el estado de bonanza económica -con vaivenes, pero bonanza al fin- perceptible por la mayoría de los argentinos en su vida cotidiana, con la sensación en quienes votaban al kirchnerismo, de que el gobierno respetaba y honraba el mandato popular conferido en las urnas. En palabras de Cristina, no fue magia. En palabras de Perón, significaba cumplir nada más y nada menos que con la primera de las verdades peronistas.

Salteando el período de Macri -que precisamente por eso se vio forzado a hacer campaña prometiendo "mantener lo bueno y cambiar lo malo" del kirchnerismo para tener chances de ganar- la raíz del fracaso del Frente de Todos estuvo en la convergencia de los mismos factores, pero en sentido opuesto al kirchnerismo original: se deshonró el mandato popular gobernando para quienes no nos habían votado, y se eligió una gobernabilidad basada en el modo pactista que Néstor Kirchner abandonó cuando entró -con sus convicciones- por la puerta de la Casa Rosada. La propia elección de Alberto Fernández como candidato -y si nos apuran, la de Sergio Massa en 2023- estuvo presidida por esa lectura equivocada de todo el proceso. 

Y luego vino Milei, que llegó -como lo advirtió Cristina- montado sobre la insatisfacción democrática y como resultado de ella, pero también aupado en el balotaje por los votos del antiperonismo cerril, dato éste que suele dejarse de lado en la mayoría de los análisis; cuando en rigor se ha convertido en uno de los comportamientos más constantes (si no el más) de la sociología política de los argentinos. Disgresión: la diferencia entre Macri (que llegó como dijimos prometiendo "mejorar lo malo" del kirchnerismo) y Milei (que hacía campaña con la motosierra) son los gobiernos de Néstor y Cristina que precedieron al primero, y los del propio Macri y Alberto (con sus respectivos resultados en términos de salarios, empleos, consumos y expectativas sociales) que fueron su preludio.

Se podrá decir que estos tiempos de motosierra y licuadora que estamos viviendo son la consecuencia exacta de lo que votaron quienes votaron a Milei sin faltar a la verdad, pero tampoco sin contarla completa: por un lado sería más preciso decir que la gente siempre quiere lo mismo (vivir mejor), sin saber exactamente como conseguirlo, y sobre todo sin aprender de la enseñanza histórica que hay ciertas formas (económicas sobre todo) con las cuáles es imposible que todos (o la gran mayoría) estemos mejor, y tropieza una y otra vez con las mismas piedras.

Y por otro lado tampoco está tan claro que la gente haya votado ciertas cosas (como las contenidas en la ley bases que avanza con fórceps en el Congreso), que tienen beneficiarios muy concretos. ¿O acaso hubo en campaña manifestaciones populares pidiendo por la política de cielos abiertos, el régimen de incentivo a las grandes inversiones, la desregulación de las prepagas y todos los precios, los aumentos de tarifas o la libre exportación de los hidrocarburos por las petroleras, solo por citar los ejemplos más notorios?

Es muy notorio ver los balbuceos y contorsionismos verbales de los que apoyaron la ley en Diputados, ninguno de los cuáles puede señalar un solo beneficio concreto que surja de su sanción, para la mayoría de los argentinos. Tantas incoherencias -como las de Stolbizer o Randazzo- y silencios incómodos o discursos con abstracciones y generalidades tienen más que ver con que son simples marionetas de un poder oculto, que con otra cosa.

Acaso allí haya que buscar -y no en la política como tal, o en el tamaño del Estado o nivel del gasto público- el origen y la causa principal de todas nuestras inestabilidades económicas, que se traducen en crisis sociales con consecuencias políticas y hasta institucionales, como en el 89' o el 2001: en la voracidad predatoria de los principales grupos del poder económico que solo consienten la democracia en tanto sirva a sus intereses, que para ello y si es preciso tratarán de condicionar a los gobiernos y forzarlos a violar su mandato electoral, o directamente de colonizarlos (como pasó con Macri y sobre todo está ocurriendo con Milei) aprovechando sus debilidades en su beneficio; y en la postración de la política frente a ese avance.  

Si hay algo que reprocharle a la política antes que nada no es tanto que se comporte como casta, sino que dejó de hacer política, es decir de aspirar a representar intereses sociales -no sectoriales, ni ocultos aunque muy visibles- y si es necesario confrontar con otros intereses para ellos, asumir el costo. Ese comportamiento del sistema político en su conjunto solo puede derivar a futuro en nuevas insatisfacciones democráticas, y en éste contexto el "que se vayan todos" estará siempre a la vuelta de la esquina.

Si por intentar imponer un modelo de exclusión inviable para la mayoría de los argentinos fracasó Macri (con todo el poder que tenía detrás) que se soñó hegemónico a largo plazo, nada indica que no vaya a terminar chocando la calesita Milei, que por estos días también se está soñando hegemónico y perdurable. Se trata simplemente del problema político más perdurable de la historia argentina: la imposible hegemonía perdurable y consentida -en un esquema de democracia formal- de un modelo de capitalismo predatorio; menos cuando pretende montarse sobre el humor social de una insatisfacción democrática de la que es la principal causa, aunque haya tenido la astucia de permanecer oculto buscando otros (gobiernos, legisladores) que hagan el trabajo sucio por ellos.  

Es así como los argentinos tenemos -de nuevo, como si no aprendiéramos de nuestro propio pasado- un Congreso militarizado sesionando de espaldas a la calle y al pulso ciudadano, para sancionar leyes que solo benefician a un puñado, cuyos nombres se repiten una y otra vez, y siguen como la sombra al cuerpo a todas nuestras crisis, porque no solo las generan, sino que se benefician con ellas; sin importar que o a quienes haya votado la gente, y para que. Los verdaderos votos calificados, digamos.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Victoria pìrrica de milei. En el Senado no pasa el proyecto.