Que difícil se hace, en estos tiempos amargos, hablar de Evita sin que nos invada la tristeza.
Tristeza por su ausencia física, por su vida tronchada en plena juventud, por una enfermedad cruel, acelerada por su sacrificio por los más humildes, hasta el último instante. Tristeza por la comprobación de que habiéndonos dado tanto, le devolvimos tan poco.
Porque los humildes, los desposeídos (como ella los llamaba con aguda percepción de la raíz de sus males) son cada vez más, y están cada vez más sumergidos. Y parece que como sociedad no nos duele, como le dolió a ella, y lo terminamos naturalizando como parte del paisaje.
Tanto que muchos de ellos mismos terminan eligiendo a sus verdugos, o echándole la culpa de sus problemas a otros que están más sumergidos que ellos, y no a los que los explotan, hambrean y negrean. Y no pocos de ellos lo hacen porque nosotros los decepcionamos, tan lejos estamos del pensamiento y la acción de Eva.
Tristeza porque hemos perdido su fanatismo por las causas justas, su compromiso vital e inquebrantable con la lucha contra todas las injusticias, y hasta su lengua clara y acerada para llamar a las cosas por su nombre: explotadores, oligarquía, antipatria. Si hasta hablamos más tiempo y con más dureza de otros compañeros, que del enemigo que tenemos enfrente.
Del mismo modo que nos acostumbramos al paisaje de la pobreza y que abandonamos el lenguaje de lo claro y explícito -porque los problemas profundos que están en la raíz de todos nuestros males son los mismos que Evita denunció-, perseveramos en la tibieza, en la resignación posibilista que solo puede incubar nuevas y mayores derrotas, en el olvido de nuestra propia razón de existir (la razón de mi vida, diría ella) y sentido histórico.
Toleramos que un paniaguado puesto por el poder real a impartir eso que llaman justicia haya cuestionado la más profundamente revolucionaria de todas las definiciones políticas de Eva, que explicó mejor que nada ni nadie lo que es el peronismo, y para que nació: para que donde haya una necesidad, nazca un derecho.
Como toleramos que un demente trastornado que ensucia la investidura presidencial, nos debería avergonzar como pueblo y degrada al país a una categoría inferior a la de una colonia, diga que la justicia social es un crimen, para defender a la explotación de unos hombres por otros, como la única forma posible de organizar una sociedad.
Y sin embargo la llama inextinguible de Eva sigue encendida, en cada explotado que lucha contra su explotador, en cada argentino o argentina que sienten el dolor ajeno como propio, y se ponen manos a la obra para aliviarlo sin medir las consecuencias, como hizo ella. En todos los que señalan -sin pelos en la lengua ni eufemismos- a la misma raza de víboras que ella combatió toda su vida.
En tiempos de tinieblas, Eva es luz, faro y antorcha, y en lo profundo y vital de su compromiso militante y en el sentido reparador de su cruzada contra la injusticia hay que buscar buena parte de las bases de la reconstrucción del peronismo, del movimiento nacional en su conjunto y del país; hoy como cuando nos dejara físicamente hace 73 años. Esa es la grandeza enorme de su legado.
2 comentarios:
Conmovedora nota. Muy bien escrita. El gran compañero Discepolo inmortalizado por otro patriota como Homero Manzi en su tango Discepolín, quien se refería al mismo diciendo "te duele como propia la cicatriz ajena", de alguna manera enlazaba al amáos los unos a lo otros de Jesús con el amor desmedido, profundo e incompsrable de Evita o la patria es el otro. Viva la Patria, Perón, Evita, Néstor y Cristina.
VOLVERÉ Y SERÉ MILLONES
de José María Castiñeira de Dios
Yo he de volver como el día
para que el amor no muera
con Perón en mi bandera
con el Pueblo en mi alegría.
¿Qué pasó en la tierra mía
desgarrada de aflicciones?
¿Por qué están las ilusiones
quebradas de mi hermanos?
Cuando se junten sus manos
Volveré y seré millones
Pido un lugar en tu pecho
y aunque lo tengo ya sé
que me das lo que se ve:
solo un corazón deshecho.
¡Tanto es el mal que te han hecho,
mi Pueblo, con sus traiciones!
Que claman los corazones
y me llaman y ya voy,
desde la muerte en que estoy
presa entre sus cerrazones.
Tantos rostros, tanta pena,
tanta espiga de dolor
y la vida alrededor
con tu cepo de condena.
Ya tu suerte me enajena.
Pueblo mío, y me sostiene
solo el amor con que viene
tu llamado hasta mi ausencia:
aunque la muerte me tiene.
Yo he de volver, como sea,
junto al Pueblo dolorido,
convertida en una tea.
y sin que nadie me vea,
sin que el opresor se alerte
ni el cancerbero despierte
ventearé casa por casa;
para reavivar la brasa
Yo volveré de la muerte.
Toda mi vida es un río
que anda rodeando la tierra
con ese pendón de guerra
que sólo al Pueblo confío.
¡Mi Pueblo, este signo mío,
este amor sin más razones!
Presa entre sus cerrazones,
y porque soy libre y fuerte
YO VOLVERÉ DE LA MUERTE.
VOLVERÉ Y SERÉ MILLONES.
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