Mucho
antes de la muerte de Nisman y aun de su inconsistente denuncia contra
Cristina, el debate político en la Argentina estaba empobrecido y contaminado;
y transcurría la mayor parte del tiempo por los pasillos de los juzgados, en
medio del revoleo de denuncias y el festival de cautelares.
Con
legisladores que se rajan de los debates en el Congreso para ir a los medios a
denunciar cosas más funambulescas cada semana, con su correlato en los
tribunales; o haciendo seguidismo bobo de la agenda que marcan esos mismos
medios judicializando toda diferencia política, casi como única estrategia de
diferenciación y acumulación política.
En
una década en la que no "volvió la política" como se suele decir (una
sociedad siempre está politizada, la diferencia está en los modos y formas),
pero en la que sí se generaron ricos e intensos debates sobre los temas más
variados, sea propuestos por el kirchnerismo, sea impuestos por la realidad.
Cuando
se suele objetar que el kirchnerismo trata siempre de imponer su agenda a los
pechazos, se omite que cuando lo hizo "bien" (con audiencias públicas
y foros en todos el país en el caso de la ley de medios o el nuevo Código Civil
y Comercial, convocando a la oposición para redactar el nuevo Código Penal) le
fue igual: lo dejaron en soledad; pasando por alto que, como fueren los
"modos" de plantearse las cosas, nada impide en democracia prenderse
en su discusión con un enfoque político en el más estricto sentido del término,
confrontando ideas y proyectos.
Sin
apelar al "intencionalismo" que busca motivos oscuros en cada tema
planteado por el oficialismo en la agenda pública como exclusivo argumento,
para eludir el debate o rechazar lo que hasta ayer se reclamaba; como pasó con
la disolución de las AFJP o la ley de medios; y sin sucumbir tampoco a la
tentación de remitir a la política a los dominios de la sicología y las
cruzadas morales redentoras.
Asunto
éste (el de las supuestas "motivaciones oscuras del kirchnerismo" en
cada cosa que propone o impulsa) que conlleva implícita su negación como sujeto
político, y su reducción a una asociación ilícita constituida al solo efecto de
delinquir y perpetuarse en el poder, por el sólo goce sensual que éste
proporciona: un modo muy cómodo y conveniente de negarse al debate, y a la
explicitación de los proyectos que se sostienen, los sectores sociales que se
aspira a representar y los intereses concretos que se defienden.
Una
línea política sostenida y profundizada en el tiempo por la oposición, de la
cual el "carancheo" oportunista con temas de alta sensibilidad social
e incluso en términos humanos (como estamos viendo por estas horas a propósito
de la muerte de Nisman) no es más que la consecuencia; marcando el predominio
conceptual en el espectro opositor de personajes borderizos de la política
democrática como Elisa Carrió, a despecho incluso de su ostensible declinación
electoral.
En
un rápido repaso, en los últimos años se han discutido en el país la
distribución de la riqueza, nuestra inserción en el mundo, la autonomía de las
instituciones políticas frente a los poderes económicos nacionales e
internacionales, la inflación y la concentración económica, el rol político de
los medios de comunicación, la constitución de los partidos políticos y la
selección de sus candidatos, las campañas electorales, el funcionamiento del
sistema judicial, la democratización de las fuerzas de seguridad y hasta las mismas relaciones civiles y de familia; entre muchas otras cuestiones.
Sin
embargo, en un período de intensa politización y de sostenida ampliación de
derechos que engrosaron la densidad de nuestra democracia (esa a la que ahora
muchos le bajan el precio, al cuestionar la legitimidad de un gobierno en un
discurso de solapado golpismo), no puede decirse que el debate político
democrático argentino se haya enriquecido.
Como
tampoco se ha fortalecido el compromiso democrático de buena parte de nuestra
clase dirigente y de nuestro sistema de representación política; como lo
comprueba el hecho de que, cada vez que las asignaturas pendientes de nuestra
inacabada transición democrática y sus zonas oscuras se revelaron en todo su
potencial amenazante para el sistema, buena parte de esa dirigencia faltó a su
compromiso democrático, y estuvo invariablemente en la vereda de enfrente.
Pasó
con la asonada agrogarca del 2008, y volvió a pasar en los motines policiales,
en los acuartelamientos de gendarmes y prefectos, o en los intentos
desesperados de la corporación judicial por defender sus privilegios de casta,
incompatibles con un sistema democrático.
Y
hoy, cuando a raíz del caso Nisman está en tela de juicio el rol de los
servicios de inteligencia, nos piden que hagamos un acto de fe y les creamos a
quienes viven supeditados en su accionar político al periodismo cloacal
(metodología por excelencia utilizada por grupos mediáticos con intereses
económicos más concretos y profanos) y al golpismo blando judicial, que
realmente quieren impulsar allí reformas, metiendo mano a fondo; como si no
tuvieran sus propios esqueletos, Banelcos y Finos Palacios en el placard.
Cuando
en realidad tienen una obsesión compulsiva por apresurar los tiempos del
calendario electoral e institucional, para poner fin -a como de lugar- a la
anomalía y la excepcionalidad kirchnerista, para volver a la
"normalidad" política, donde esas zonas oscuras (que para el
kirchnerismo son deudas pendientes, asumidas como tales) marcaban no solo los
límites concretos de nuestra democracia (tal como los siguen marcando hoy),
sino su tono general.
Una
deserción del compromiso democrático y una muerte (la del debate a fondo de
ideas que esa misma democracia supone) que no le podrán cargar al kirchnerismo.
3 comentarios:
impecable, excelente
Creo estimado que su análisis ,impecable por cierto en cuanto a las conductas miserables de la dirigencia local,peca en cuanto no menciona el evidente accionar de fuerzas que desde afuera estan intrusando cuestiones nacionales.Miren hacia el norte dijo Cristina hace poco y no era hacia Jujuy
En éste caso sí Nando, pero apuntamos más allá, porque esto pasará, pero el panorama que queda (y que estaba antes) es más complejo; y lo que intentamos marcar.
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