LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

domingo, 19 de diciembre de 2021

DEMASIADO TARDE PARA LÁGRIMAS

 


Cuesta no ver un hilo conductor en el fallo de la Corte sobre el Consejo de la Magistratura y el rechazo de la oposición al presupuesto para 2022 en el Congreso, un hecho inédito en los 38 años de vigencia ininterrumpida de la democracia: el de los restantes poderes, diferentes al Ejecutivo, que perciben la debilidad de éste después de la derrota en las elecciones, y obran en consecuencia. Sin demasiados reparos si, al hacerlo, generan zozobra institucional.

Pero que hay pulsiones golpistas en la oposición que perdió las elecciones del 2019 lo sabíamos desde entonces, más precisamente desde que luego de las PASO de ese año Macri, tras la estruendosa derrota, dejó volar al dólar para castigar a la mayoría de los electores, por haber votado mal. Y que los supremos cortesanos se creen los monarcas para los que no aplican ni la Constitución ni las leyes, ni -mucho menos- el voto popular, también lo sabemos desde siempre: quejándonos de ambas cosas no ganamos nada, y seguimos perdiendo autoridad, que bastante hemos dejado ir en estos dos años.

Nada indica que el contexto político -que es difícil- vaya a cambiar en los dos años de mandato que les restan a Alberto y Cristina, y junto con el presupuesto fallido se fueron (esperemos) las últimas esperanzas presidenciales de conseguir puntos de acuerdo con sectores "racionales" o "responsables" de la oposición. Persistir en esa hipótesis absurda, contra toda lógica aportada por la evidencia de los hechos, a esta altura deja de ser un error político mayúsculo, para convertirse en una tentativa de suicidio, con grandes probabilidades de tener éxito.

Alberto Fernández (como cualquier presidente bajo las reglas de la Constitución que rige en el país) tiene todo el poder que esté dispuesto a ejercer: no más, pero sobre todo, no menos. A menos que persista en el error inaugural de haberse autoprecibido como un gobierno débil y de transición ya desde el arranque mismo de su mandato, cuando gozaba de un respaldo popular que claramente hoy no tiene, incluso en las filas propias. De aquellos polvos, estos lodos.

Puede prorrogar por decreto simple el presupuesto de éste año y gobernar con las facultades resultantes de ello según lo explicado acá; como puede instrumentar por DNU aquellas decisiones que no pasen el filtro del Congreso, excepto en temas tributarios, de legislación penal o que requieran mayorías agravadas o especiales en las Cámaras, como por ejemplo una reforma constitucional. Tiene, como se ve, un amplio margen de maniobra.

Y esos DNU, de acuerdo con la Ley 26122 diseñada por el "Chino" Zanini en el gobierno de Néstor y presentada por Cristina como senadora, siguen vigentes desde su dictado hasta tanto el Congreso no los rechace con el voto negativo de ambas Cámaras, bastando que una de ellas los confirme, para que queden validados. Y si la justicia decidiera avanzar sobre ellos, habrá que avanzar -de una buena vez- sobre la justicia.

Eso, sin contar las importantes atribuciones restantes que el presidente tiene en nuestro sistema constitucional, que no son pocas, ni sobre temas menores: es cuestión de decirise a ejercerlas, sin complejos ni falsos dilemas.

Como se ve, hay muchas cosas que el presidente y el gobierno pueden hacer, excepto una que no solo no pueden, sino que no deben seguir haciendo: que todo siga igual como hasta ahora, con la misma hoja de ruta que nos llevó al fracaso electoral (porque por si alguno no lo advirtió, en las elecciones perdimos, y nos lo están haciendo notar), y que nos llevará a otro fracaso en el 2023, si persistimos en esa línea.

Sin violentar el propio orden constitucional, no hay tiempo para buenos modales, tendidas de mano a amigos imaginarios, o la búsqueda improbable de acuerdos imposibles, con interlocutores dispuestos a sabotear hasta las reglas más elementales de convivencia política: recordemos que acaban de rechazar, sin discusión, el presupuesto.

No hay más tiempo para la queja por la virulencia de los medios (que existe), para los desafíos de la justicia (que son notorios) ni para la intolerencia y beligerancia opositora, que cualquiera puede notar. Nunca debimos contar con que ninguna de esas cosas fueran distintas a como son, pero nunca es tarde para aprender: instalarnos en el lugar de la queja para justificar no hacer nada y entregarnos mansitos a la adversidad es propio de radicales, no de peronistas.

Millones de argentinos nos votaron hace dos años para que gobernemos, no para que nos quejemos de la herencia recibida, o de las circunstancias difíciles en las que nos tocó hacerlo. Pues hagámoslo de una buena vez, y listo, No hay más tiempo que perder, ayer ya fue tarde. Tuits relacionados: 

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