LA FRASE

"EL CLIMA POLÍTICO EN EL PAÍS SE ESTÁ YENDO A LA MIERDA." (JOSÉ LUIS ESPERT)

lunes, 21 de abril de 2025

HASTA SIEMPRE, PANCHO

 

Después de darse el gusto de despedirse de la gente en la plaza -¿habrá pensado que se llevaba en su oídos la más maravillosa música?-, murió Francisco, el Papa que fue Jorge, el argentino que llegó -como el mismo decía- desde el fin del mundo para conducir los destinos de la iglesia.

Que vivió su papado con pasión argentina como la que sentía por el mate y por el fútbol, y que hizo que muchos -aun sin ser creyentes- empezaran a mirar a Roma y a prestar atención a la cátedra pontificia. Ese quizás fue uno de los signos principales de su papado: no se recuerda (al menos en tiempos modernos) un Papa que tuviera que enfrentar tantas resistencias sordas y sonoras al interior de la propia iglesia que formalmente conducía, y que al mismo tiempo despertara tanto interés, expectativa y adhesiones fuera de ella.

De allí que el papado de Francisco deja en primer lugar un mensaje para la propia iglesia católica, que en manos de sus predecesores estuvo años recluida sobre sí misma, ajena y temerosa a lo que pasaba en un mundo real que sufría cambios trascendentes; y al que percibía más como una amenaza, que como una oportunidad y un desafío.

La parábola de Bergoglio desde Jorge a Francisco es, en buena medida, la parábola argentina: basta recordar el arco que va desde su discutido y controversial papel en la dictadura, hasta la amistad que alcanzó en sus años papales con Hebe y con Estela, y con ellas, con lo mejor de nosotros, aun en medio de las tragedias.

Francisco fue un papa misionero, que llevó su mensaje humanista y sensato a un mundo deshumanizado y carente de cordura; pero renunció a ser un cruzado como el Bergoglio que había sido: el mismo que asumió en su hora como una guerra santa la lucha contra el matrimonio igualitario, contempló -sin renunciar a las formulaciones doctrinarias de la iglesia de la que era parte a la vez que cabeza- como en su propio país se despenalizaba el aborto, comprendiendo -sin compartirla- la lucha de un importante sector de la sociedad civil por ponerle punto final a situaciones lacerantes.

Murió sin volver a su tierra natal, a la que permaneció entrañablemente unido a la distancia y a cuyos padeceres nunca fue ajeno; y nos atrevemos a conjeturar que fue por las mismas razones que estuvieron a punto de depararle a Perón idéntico destino: el odio gorila, que lo persiguió hasta sus últimos días porque lo sintieron un traidor a su causa, aunque hoy muchos como Milei finjan estar compungidos y dolidos por su muerte.

Tan argentino era que mientras nos retrataba como apasionados por la rosca y las internas, se dedicaba concienzudamente y con paciencia de jesuita a garantizarse su propia sucesión, construyendo un colegio cardenalicio de afines, que veremos ahora como resulta. Acaso una lección de peronismo práctico para estos tiempos de desorientación, en que muchos hablan con ligereza del asunto del bastón de mariscal que todos tenemos que llevar en la mochila.

La autoridad de su palabra trascendió la de la propia iglesia, y eso da la medida de su importancia y la de su legado; pero se potenció por el contexto de un mundo conducido hacia el desastre por las fuerzas del mercado, por encima de la incapacidad e inoperancia de lo que probablemente sea la peor élite política en décadas, en especial en los países del llamado primer mundo.

Su mensaje no dejó tópico urticante de actualidad sin tocar: la injusticia social, la pobreza y la desigualdad, la cultura de la cancelación y el descarte, las nuevas formas del odio, la discriminación, la xenofobia y el racismo, los genocidios actuales muchas veces silenciados o ignorados (como el del pueblo palestino), la destrucción de la casa común de la humanidad en tiempos de extractivismo y depredación de los recursos naturales en holocausto al capitalismo, la globalización financiera y la destrucción de la sociedad organizada en torno al trabajo humano dignamente remunerado, el imperialismo, el colonialismo y la guerra con sus trágicas consecuencias sobre los pueblos.  

Contribuyó así de un modo decisivo a suplir en parte el vacío que la política dejó en estos años sobre esas cuestiones, en la Argentina y en el mundo, iluminando todo un programa y campo de acción política para quienes creen que un mundo mejor y más justo es posible, sin seguir las recetas del poder establecido. Si hay una enseñanza que nos deja su papado -sea o no uno creyente- es generar una praxis y organización política que pueda contribuir a llenar ese vacío que le dio más resonancia a su magisterio. O como él diría, "hagan lío, pero háganlo organizados". 

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