Es obvio que si sos opositor, tu discurso político va a hacer eje en las críticas al gobierno: lo que considerás que hace mal, lo que no hace, o lo que tendría que hacer de otro modo.
Y hasta se puede admitir que en un punto (en tanto potencial competidor electoral) seas "gobiernocéntrico" en los análisis, de un modo tal que todo lo que definís como problemas o críticas, pasa más tarde o más temprano por lo que haga o deje de hacer el gobierno.
Pero como la realidad política es más compleja, tenés que computar que hay gente que putea o critica al gobierno, pero también señala otros responsables de algunos problemas.
De hecho hace poco, los cacerolazos eran la expresión visible de esa crisis de representación, hoy reemplazados como método pero no como percepción: las encuestas dan cuenta de un paulatino ascenso del síndrome del "que se vayan todos"; y una baja persistente de la imagen de toda la dirigencia política, sin distinción de oficialistas y opositores.
Estas reflexiones vienen a cuento del posicionamiento discursivo opositor ante la devaluación y el proceso inflacionario, y teniendo presente en la memoria lo que pasó en su momento con el conflicto con las patronales del campo por las retenciones móviles.
Entre el 2008 y el 2010 la oposición se alineó en bloque y casi sin fisuras con el discurso y el pliego de demandas de la Mesa de Enlace, que además gozaba por entonces de un consenso social bastante extendido: ¿quién no recuerda haber quedado por entonces en franca minoría en cuanta discusión se diera al respecto en el trabajo o en las reuniones familiares o sociales, defendiendo la posición del gobierno?
Pero después sabemos lo que pasó: la visión de la gente común sobre el problema fue cambiando con el tiempo, se tradujera o no en un cambio de opciones electorales (pasando por ejemplo a votar al kirchnerismo si antes no lo había hecho), y el experimento del alquiler de lista a los "agrodiputados" fue un rotundo fracaso.
La oposición en su mayoría no registró el cambio de humor social respecto al "campo" y sus reclamos (aun hoy se ofrece presta a replicar las demandas de los agrogarcas), y lo pagó muy caro electoralmente.
Se puede entender -hasta un punto, que se estrecha conforme avanza el almanaque hacia los tiempos electorales- que los dirigentes opositores no digan lo que harían de ser gobierno para atacar el problema de la inflación; fuere para no exponerse a críticas anticipadas, o porque las medidas serían impopulares (seguramente más esto último que lo primero).
Pero lo que no se comprende es que el diagnóstico casi unánime que exponen al respecto sea que la culpa de la inflación la tiene el gobierno, por no sincerar los números del INDEC (cuestión invariablemente señalada como la primera y/o casi única causa), emitir moneda y aumentar el gasto público. Y encima ahora te quedaste sin ese argumento.
Porque basta con ir al supermercado, la farmacia, la carnicería o el corralón de materiales de construcción para comprobar que la gente putea contra el gobierno por los aumentos de precios, pero no lo hace menos contra los empresarios que los aumentan: más bien todo lo contrario.
De hecho las movidas como los "apagones de consumo" de días pasados, el boicot a determinadas empresas (Shell por ejemplo) o el hecho de que mucha gente se baje a los celulares las aplicaciones para hacer el seguimiento de los "Precios Cuidados", indican que la maduración social que se dio más lentamente en el caso del conflicto del campo, se aceleró en este caso porque el componente especulativo de la inflación quedó muy crudamente expuesto, por parte de los empresarios con sus maniobras.
Lo que no implica que haya sectores sociales que votaron contra el kirchnerismo el año pasado y hayan cambiado de opinión, sino que justamente los que están insatisfechos con el gobierno (o muchos de ellos) también tienen en claro que la inflación tiene causas concretas; que no son las que pone en primer plano el discurso opositor.
En ese contexto, intentar explicarle al que paga la yerba $ 47 en el Carrefour cuando al productor le pagan $ 6,30 (por citar un ejemplo que circula profusamente por estos días), o al que se le dificulta seguir construyendo su casa por PROCREAR (incluso al que no lo admite como algo que agradecerle al gobierno de Cristina) por el aumento del cemento o el hierro, que esos problemas son porque los índices del INDEC no son creíbles o el gobierno emite o gasta mucho, se puede poner dificultoso; cuando no resultar contraproducente.
Esquivarle el bulto a la cuestión de los abusos de los formadores de precios, o al componente especulativo que se desparrama por todas las cadenas de producción y comercialización para explotar en las góndolas o mostradores cuando se habla de inflación (eludiendo escrupulosamente el tema, no digamos ya mencionar empresas o empresarios con nombre y apellido), no se revela -a mediano y largo plazo- como una estrategia consistente de acumulación política y electoral.
Porque además las elecciones del año pasado dejaron en claro que el kirchnerismo cuenta con un núcleo duro de adhesiones que representa al menos uno de cada tres votantes (un capital político que muchos opositores desearían para sí), mientras el voto opositor es sustancialmente disperso, y volátil.
El mismo señalamiento cabe para la actitud que asume la oposición frente a los factores del poder económico, del cual en todo caso su diagnóstico sobre las causas de la inflación, no es sino el reflejo.
Exhibir un discurso lavado, "market friendly", puede servir para que te den espacios en el coloquio de IDEA, o tertulias similares; pero como lógica de construcción política a futuro, en la Argentina actual, es como mínimo de dudosa efectividad.
Suponer que con ese discurso se tranquiliza a los factores del poder económico, sacándoles el miedo a cualquier probable desliz contra sus intereses en un eventual y futuro gobierno (para el que estarían comprando así oxígeno por anticipado) es desconocer la verdadera naturaleza de las cosas.
Que se parece bastante a la remanida fábula de la rana y el escorpión: lo que el poder económico pueda obtener (por consenso o por apriete) del poder político nunca le parecerá bastante, y siempre irá por más.
Con más razón, si la terquedad del kirchnerismo no le permite conseguir de acá hasta el 2015, todo lo que se hayan propuesto obtener.
Porque además para entonces, a la mayoría de los opositores expectables ya los tendrán calibrados, y sabrán perfectamente cuanta resistencia al apriete pueden tener; y parece poco probable (en el panorama de la oferta política actual) que alguno de ellos pueda llegar al poder con un respaldo electoral tan amplio como el que obtuvo Cristina en el 2011.
1 comentario:
peras al olmos...toda la oposición es pro monopolios (no solo salta de la genuflexión a los agrogarcas sino con lo que en, esperemos, 180 días será el 1/6 parte de Clarín), pro poderosos, eso hace del kirchnerismo (sobre todo el cristinismo) una honrosa rara avis en la historia argentina....matias
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