No vamos a entrar ni siquiera a analizar si
el caso del médico que mató al ladrón que quiso robarle el auto encuadra o no
en el concepto de legítima defensa del Código Penal, que -por cierto- está
exactamente igual desde su sanción original en 1921.
Aclaración que entendemos necesaria por si
aparece algún salame a decir que el problema al respecto es el
“garanto-abolicionismo” de Zaffaroni, o alguna paparruchada por el estilo.
Si el caso encuadra
o no en la legítima defensa es algo que deberá determinar el juez de la causa y
no es materia “encuestable”, o sometida a debate de panel de todólogos de
programa televisivo; tampoco cuestión opinable para funcionarios o dirigentes
políticos, algo que por ejemplo pasó por alto Patricia Bullrich antes de
mandarse nomás a opinar cualquier cosa.
Tampoco nos vamos a
detener demasiado en la irresponsabilidad absoluta de muchos comunicadores que
aprovecharon el caso para traficar discurso manodurista, tribuneando
irresponsablemente sobre el dolor, y justificando la justicia por mano propia:
a tarados atómicos nivel Eduardo Feinmann, Susana Giménez o Baby Echecopar no
se les puede pedir conductas propias de seres racionales.
Sí nos interesa en
cambio detenernos en la implicancia de algunos mensajes equívocos que se transmiten
desde la política sobre la violencia y la “crispación”.
Los días
inmediatamente previos al episodio del médico todos los funcionarios del
gobierno (empezando por el propio Macri) se habían convertido en una especie de
gurúes de espiritualidad o pastores evangélicos, llamándonos a todos a la paz,
la tolerencia, la convivencia pacífica y a bajar los niveles de enfrentamiento
y crispación.
Pero además
tildaban a todo el que ensayara una protesta o reclamo (en especial en el
espacio público, pero no excluyentemente) de poco menos que agente de la
desestabilización y el caos, o perturbador del orden social.
De modo tal que mientras se puede hablar de
“legítima defensa” cuando a uno le quieren robar el auto y reacciona a los
tiros, nohay “legítima
defensa” posible cuando lo que está amenazado es el empleo, el salario o la
subsistencia digna.
Y mientras (según
esta línea de razonamiento) perder el auto o ser asaltado habilita emprenderla
a los balazos, perder el empleo no habilita un piquete, perder salario no
habilita una huelga, o sufrir un accidente de trabajo invalidante no habilita
hacer un juicio laboral.; sin que lo tilden a uno de “poner palos en la rueda”,
o atrasar el avance del conjunto.
Es decir que
mientras se estigmatiza lo permitido (hacer huelga, accionar en defensa de los
propios derechos, reclamar, protestar), se justifica lo prohibido en una
sociedad civilizada (hacer justicia por mano propia).
Hay algo que no cierra, o que no terminamos de
entender como funciona. O sí.
1 comentario:
Creo que lo que da homogeneidad al discurso gubernamental - y político extendido, ojo - es la idea de EXCLUSIÓN. Que necesita continuarse en la definición arbitraria de Otredad.
Todo viene girando en torno de la exclusión y es la idea-fuerza que da cohesión a esas aparentes incongruencias que convalidan, por un lado, las diversas violencias aceptables (particulares, partidarias, estamentales) y por otro, condenan a totalmente inaceptable, la respuesta democrático/corporativa ante el abuso. Saludos.
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