LA FRASE

"VOLVÍ PARA OFRECERLE AL PRESIDENTE MI COLABORACIÓN PARA RESOLVER EL PROBLEMA DE LOS CANDIDATOS QUE PROPUSO PARA LA CORTE." (FABIÁN RODRÍGUEZ SIMÓN)

lunes, 8 de abril de 2019

LAS VOCECITAS CHILLONAS



Quien mas quien menos, todos tenemos uno, o varios: parientes, amigos, vecinos, compañeros de trabajo. Esa gente a la que hasta hace tres años escuchábamos quejarse todo el día, todos los días. Por lo general, quejarse de cosas "que tienen repuesto", o en las que a nadie -en realidad- se le va la vida: la falta de vasitos de Starbucks o de toallas femeninas, el "cepo" para comprar dólares, las cadenas nacionales, el "Fútbol Para Todos".

Cosas que a juzgar por lo que decían o (más importante aun) como lo decían, les resultaban intolerables. Por ahí se convertían en parlantes humanos y reproducían todo el día el zócalo de TN del momento, y así renovaban el temario de la queja eterna: el INDEC, los "superpoderes", el Consejo de la Magistratura, la corrupción, Nisman, que el Congreso era una escribanía del Ejecutivo, que Milani te espiaba con la SUBE.

Se quejaban tanto y tan fuerte, haciendo tanto ruido, que a veces impedían oír otras quejas, acaso más fundadas, seguramente menos estruendosas; como las de los que -por caso- tenían realmente derecho a quejarse por lo que aun faltaba: más empleo, mejor remunerado, en blanco, mejores jubilaciones, mejores servicios públicos, acceso a la vivienda. Y como el blanco de la queja es el oído del que la escucha, muchas veces les prestábamos más atención a ellos, que a los que realmente la merecían.

El coro de las vocecitas chillonas no es un fenómeno nuevo, ni mucho menos: es tan viejo que ya lo retrató Discepolín en sus inolvidables charlas con Mordisquito, el "contrera" imaginario, que se quejaba porque faltaba manteca, o té de Ceylán. Son esas vocecitas chillonas que parecen incomodarse, siempre aun en medio de transformaciones positivas para el país, que incluían a muchos de sus hijos, hasta entonces olvidados o relegados.

Más aun: se incomodan especialmente entonces, porque creían estar quedando afuera, o perdiendo algo, cuando en realidad, también ganaban. El problema era que no ganaban solos, o que se acortaban ciertas distancias "invisibles" cuyo acortamiento juzgan intolerable; y no pueden evitar sentir que lo que les dieron a otros, se los sacaron a ellos; porque nunca se les ocurre pensar que en realidad hay otros (de los que nunca se quejan) que son los siempre les sacan todo, a todos, ellos incluidos.

Cuando gobiernan ellos, como pasa desde el 2015, no solo no se quejan, sino que se enojan con los que se quejan, "porque se olvidan como estábamos antes", sin que nunca te terminen de explicar bien como era ese "antes" que tan a mal traer los tenía, tanto que no quieren volver allí, bajo ningún concepto: "prefiero comer polenta todos los días, con ta de que no vuelvan. Tampoco te explican nunca como es que ese "antes" pierde en la comparación con este presente, plagado de penurias.

Y no solo se enojan con los que se quejan, sino que los convocan al sacrificio, al esfuerzo, porque "si no ponemos el hombro todos, esta país nunca va a salir adelante". Ellos, por supuesto, siempre están en el bando de los que ponen el hombro, tanto que es como si se sintieran Atlas, sosteniendo el mundo sobre sus hombros; mientas otros disfrutan de lo que ellos mantienen con su esfuerzo. Son "la mitad del país que trabaja y produce, para mantener a la otra mitad".

La imagen, por supuesto, es falsa y exagerada: no existe tal cosa como dos mitades iguales así delimitadas, y si existiera, sería al revés. Porque lo que suele pasar con frecuencia con estos personajes es que su contribución real al país es más bien escasa, en no pocos casos nula, y siempre pero siempre, muy por debajo de lo que ellos perciben que es. 

Porque los que la pelean de verdad, los que en serio se ponen sus vidas y las del país al hombre, nunca alardean ni se quejan, ni siquiera cuando (como ahora) la estén pasando realmente mal. Y pese a que suelen ser los primeros que la pasan mal cuando la mano viene negra (como pasa ahora) son a los que menos se los escucha quejarse, o acaso lo hagan en voz baja, y queden tapados -otra vez- por el coro de vocecitas chillonas.

Vocecitas de gente que -por regla general- se lleva mal con el peronismo, esa encarnación argentina de la bestina negra del populismo, porque a diferencia de ellos (que se quejan porque les falta algo hasta que a todos nos falta algo, y ahí nos invitan a no quejarnos y esforzarnos), el peronismo nunca convoca al sacrificio, sino -como dicen Santoro y Saborido-a la democratización del goce: a disfrutar, pero disfrutando todos, no unos pocos, los de siempre. Que son los que se quejan. Por supuesto que si uno les recuerda esto, le echarán en cara el pan negro de Perón o sus equivalentes en otros tiempos, memoriosos como son para la anécdota y la minucia.

Y cuando al peronismo le toca gobernar, trata de hacer realidad esa premisa de "democratizar el goce", en la medida de sus capacidades y de las posibilidades que brinda el contexto;  y acaso por eso -simplemente por tratar de avanzar por ahí- se explique su permanencia y su vigencia en la política argentina.   

Ante la posibilidad real y concreta de que el peronismo vuelva a gobernar en el país a partir de diciembre, podemos dar por seguro que las vocecitas chillonas reaparecerán, en todo su volumen: sería iluso pensar que se llamarán a silencio, luego de haber metido la pata votando como votaron, o ante la incontrastable evidencia de que "su" gobierno, el que ellos eligieron, hizo todas las cosas que le molestaban del kirchnerismo, pero peores.

También sería iluso suponer que la sola circunstancia de un cambio de gobierno producirá como por arte de magia la solución de todos los problemas del país, la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo, esos apotegmas sencillos pero contundentes del peronismo. Es seguro que entonces y montado en esas circunstancias, volverá el coro de las vocecitas chillonas. 

Con más fuerza si es necesario tomar medidas drásticas para lidiar con lo que hoy ya podemos saber que será una pesada herencia que nos dejara otro experimento neoliberal fallido, como por ejemplo restringir el acceso a las divisas o controlar las importaciones, por decir algo: es de manual que al que con "su" gobierno" no podía comer asado ni comprar leche, con el nuestro volverá a reclamar porque falta té de Ceylán. Es parte de nuestro folklore.

¿Qué hacer entonces, con esta gente y sus vocecitas chillonas que volverán a quejarse para ser -como acostumbran- el centro de nuestra atención? En 1951, en otro contexto histórico, el inolvidable Discepolín les dedicó un montón de charlas en un ciclo radial que se llamó "Pienso y digo lo que pienso", convencido de que no podría convencerlos. Emprendiendo lo que él mismo juzgaba una empresa destinada al fracaso, desde el principio.

Pues se nos ocurre que lo que hay que hacer con las vocecitas chillonas es, lisa y llanamente, ignorarlas: valga la experiencia horrenda del macrismo para aprender que hay que elegir las peleas que dar, conservando las energías para las que realmente valen la pena. Que se conviertan en parte del paisaje, como el zumbido de los mosquitos en verano, o el viento. Acaso eso -que los ignoremos- sea lo peor que podamos hacerles. Vamos a tener muchas otras cosas más importantes que hacer. 

3 comentarios:

WOLF dijo...

Aplausos...

Anónimo dijo...

"RECONOZCO QUE TENGO UNA GRAN EXPERIENCIA EN VICEPRESIDENCIAS, PERO NO CREO QUE SE REFIERAN A MÍ CUANDO HABLAN DE UN COMPAÑERO DE FÓRMULA RADICAL PARA MACRI." -> ¿Julio Cleto?

Anónimo dijo...

Hay que crear las BRIGADAS ARTÍSTICAS y salir a pintar en muchos colores el frente de la casa de los tilingos:
"ESTE CABEZA DE TERMO EN EL 2015 LO VOTÓ A MACRI".
El Colo.