Salvo los que participen del
mundo artificial creado por la propaganda del macrismo (que no son pocos), nadie puede ignorar que
el futuro gobierno asumirá el mando de un país devastado, con todos sus
indicadores económicos y sociales en rojo, y con un enorme cúmulo de demandas
que resolver, desde el primer día.
En circunstancias normales, eso
le daría al nuevo gobierno -máxime si fue electo democráticamente, con una
clara mayoría- un margen de crédito social para comenzar a trabajar, lo que los
politólogos suelen llamar la “luna de miel con la sociedad”. Sin embargo, está
claro que en el caso de Alberto Fernández y el “Frente de Todos” eso no será
así; al punto que si uno repasara rápidamente las tapas de los diarios de estos
días pareciera que ya hubiera asumido, y que algunas de las medidas impopulares
que está tomando en Macri en su retirada fueran de su autoría.
Del mismo mundo onírico del cual
surgieron cosas como que las PASO no habían sucedido, o que Macri perdió la
elección pero ganó o hubo un virtual empate técnico, viene la idea; y eso es
por una razón muy sencilla: tributa a la misma lógica de esmerilar a la nueva
administración, recortándole su margen de maniobra de modo tal que se vea
forzado a adoptar un set de políticas que es el único que se presenta como racional;
y que casualmente viene a ser el que venía ejecutando la fuerza política que
perdió las elecciones en su gobierno.
En ese marco y frente al llamado
del nuevo presidente al pacto social para concertar acuerdos que permitan salir
de la crisis, las respuestas son ciertamente decepcionantes, y no es que uno
abrigara demasiadas ilusiones al respecto: desde empresarios que aceleran sus
planes de ajuste despidiendo empleados por las dudas se reponga la doble
indemnización, hasta bancos, prepagas, petroleras y formadores de precios que
(con la tolerancia, vista gorda o lisa y llana autorización del gobierno)
remarcan sus productos como si la demanda estuviera recalentada y no por los
suelos como está, intentando congelar una foto más regresiva aun de la distribución
del ingreso, antes de que se pueda sellar alguna forma de acuerdo de precios y
salarios.
Que decir del llamado de AF a
enterrar el hacha a los grandes conglomerados de medios, que fueron parte
fundamental del dispositivo político ampliado que sustentó al macrismo en
salida: que lo han tomado como una rendición incondicional más que una oferta
de paz, y le están mostrando los dientes para dejarle en claro que no se han
tomado muy bien la derrota y salida de “su” gobierno, el que no solo votaron y
apoyaron, sino que protagonizaron en más de un sentido.
Otro tanto con las movimientos
más o menos soterrados que se vienen dando entre los productores agropecuarios
de la franja central del país donde los votos adversaron al FDT, que conducidos
por los referentes de las entidades patronales del sector de modo más o menos
disimulado, advierten que si hay retoques en el esquema de retenciones,
volverán a las rutas como en las jornadas del 2008, en abierta actitud
sediciosa. Del afán de colaborar en el plan de la lucha contra el hambre ya
poco se habla, como de la “emergencia alimentaria” sancionada por el Congreso,
que ni siquiera se menciona.
Por el lado de la política, el
macrismo social se parece cada día más a las oposiciones venezolana o
boliviana, y lejos de metabolizar la derrota electoral, va desde ideas
delirantes como la secesión de las provincias de la región centro para fundar
otro país, hasta la promesa de ejercer una oposición intransigente e
intolerante con el nuevo gobierno, desde el primer día y en todos los frentes.
Lo cual sería motivo de risa o consumo irónico en las redes sociales, si no
fuera que es a esos sectores a los que aspira a seguir representando Macri
cuando manifiesta su deseo de seguir participando n política, y ejercer el liderazgo
de la oposición.
Que lo consiga o no es una
cuestión secundaria al hecho de que, en el intento, empiojará el panorama
político en el que deberá desenvolverse la futura administración: basta para
comprobarlo el hecho de que hay funcionarios
del actual gobierno como el ministro de Educación, que insólitamente espolean a
la CGT para que incremente sus demandas al nuevo gobierno. Y esa radicalización
discursiva del macrismo en el tramo final de su campaña amenaza prolongarse
después de diciembre cuando ya no esté en el gobierno, tiñendo de
conflictividad las sesiones del Congreso, al mejor estilo de los años más
álgidos del kirchnerismo.
Lo que se puede saber es que
habrá y que no a partir de ahora, incluso antes de que Alberto Fernández asuma
formalmente la presidencia: no habrá moderación opositora ni actitud
colaborativa, ni nada parecido a un acto de contrición de los medios y grupos
empresariales que apoyaron fervientemente al gobierno de Macri; como tampoco
habrá nada parecido de parte de éste y los funcionarios que formaron parte de
su gobierno: por ahí anda un paper elaborado por el Jefe de Gabinete Marcos
Peña intentando convencer a los argentinos de que la Tierra no es redonda, o su
equivalente en términos económicos y sociales: que el macrismo deja un país
mejor que el que recibió de Cristina.
Habrá -y esto se puede saber
desde ahora- comportamientos consecuentes con esa negación: escasa o ninguna
predisposición a facilitarle al nuevo gobierno el tránsito de sus proyectos por
el Congreso, guerra mediática sin cuartel desde el primer día y aun antes (ya,
hoy), dejando atrás ese breve intento de “garrochazo” dialéctico que algunos
ensayaron tras la abultada derrota del macrismo en las PASO. Y habrá (está
pasando) actitudes cerriles de los grupos más importantes del empresariado,
renuentes a ceder posiciones y rentabilidad (que de eso se trata, en
definitiva) en aras a un acuerdo social que permita estabilizar la economía y
volver a crecer.
¿Cómo no las habría si, luego de
los más de 16 puntos y cuatro millones de votos que separaron en las PASO a la
fórmula FF de Macri-Pichetto la AEA y el Foro de Convergencia Empresarial con
toda naturalidad le plantearon a los ganadores en el coloquio de IDEA que
mantuvieran en sus puestos a funcionarios claves del macrismo?
En este marco no se trata de
pedir que el nuevo gobierno y el nuevo presidente la emprendan a los garrotazos
contra todos los que desafíen su autoridad o cuestionen las medidas que vaya
tomando, desde el primer día; sino de que se entienda que toda concesión que se
haga respondiendo a las presiones será tomada como una muestra de debilidad,
más que como un intento por ampliar las bases sociales de sustentación más allá
de los apoyos electorales recibidos.
Vienen cuatro años de paciencia,
templanza, prudencia no entendida como resignación de posiciones legitimadas
por el voto ciudadano y muñeca política; y con -en nuestro entender- una necesaria apelación a la
movilización popular, que debe ser correspondida con medidas desde el gobierno
que hagan que las mayorías que lo votaron, se apropien de él y lo defiendan de
los embates que sin dudas recibirá; como ya está pasando ahora, antes de
asumir. De nosotros depende (más que de ellos, aunque juegan y como) que esos
cuatro años no pasen en vano, y al final del mandato que aun no se ha iniciado
podamos legarle al gobierno que nos suceda, un país mejor que el que recibimos.
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