Es posible que la brutalidad
explícita de los hechos de Bolivia haya despabilado a más de uno, dando por
tierra con la tranquilidad que le daba descansar en la certeza de que existían supuestos
consensos básicos sobre las reglas de juego democrático, y hoy se están replanteando
si es efectivamente así. Hay otros casos en los que no
cabe hablar de sorpresa, ni de intentos de tomar distancia del fenómeno para
analizarlo con equidistancia y objetividad: las múltiples piruetas dialécticas
que algunos ensayan para justificar el golpe de Estado contra Evo Morales bajo
el pretexto de “contextualizarlo” son torpes intentos de justificar a la vez
sus posturas previas no solo con la experiencia de los gobiernos del MAS, sino
en general de todos los procesos encabezados por fuerzas populares en la
primera dećada de este siglo, en América Latina.
Sin que de modo alguno se la pueda comprender dentro de éste último grupo (en el que desfilan personajes como Santiago O’Donnel o Andrés Malamud), preguntarse sobre los reales alcances del compromiso democrático de las élites latinoamericanas como lo hace acá enEl Destape Ana Castellani, es, por ser suaves, bastante pavo.
Sin que de modo alguno se la pueda comprender dentro de éste último grupo (en el que desfilan personajes como Santiago O’Donnel o Andrés Malamud), preguntarse sobre los reales alcances del compromiso democrático de las élites latinoamericanas como lo hace acá enEl Destape Ana Castellani, es, por ser suaves, bastante pavo.
En principio porque parece partir de
omitir o desconocer las reales
condiciones en que se produjo la transición de los gobiernos dictatoriales a
las democracias en la mayor parte de América Latina en los años 80’: no fue
tanto la resultante del crecimiento de la resistencia social (que la hubo) al
interior de cada autocracia, como la consecuencia de que los Estados Unidos
tomaron conciencia de la inviabilidad histórica de regímenes de facto
originariamente pensados para contener los avances de grupos radicales (reales,
imaginarios o magnificados, lo mismo da) al amparo de la doctrina de la
seguridad nacional; y al mismo tiempo estabilizar las situaciones políticas y
económicas: no es casual que la implosión de las dictaduras latinoamericanas
para dar paso a aperturas democráticas haya sido simultánea con la explosión de
la crisis de la deuda de la región.
La válvula de escape a las
tensiones acumuladas que encontró la potencia hegemónica en la región (que en
breve lo sería en el mundo, por la caída de los “socialismos reales”) fue
posibilitar el surgimiento de democracias condicionadas, con límites invisibles
que no podían ser atravesados. Y a poco de andar, ya en los 90’, esos límites
se hicieron explícitos con el set de políticas diseñadas en el Consenso de
Washington, que se imponían como el único camino posible para todos los países
de la región que debían reestructurar sus deudas.
En tanto esas políticas (las del
Consenso de Washington) contaron con el más amplio apoyo de las élites locales
en cada país de la región, es imposible no ver allí y ya en los orígenes de la
transición democrática, los límites del compromiso de esas élites con la
democracia como sistemas: el lema subyacente era “los dejamos votar para
cambiar el gobierno, con la condición de que nunca cambien las políticas”.
Visto en clave argentina, sin entender eso no se comprenden el final de
Alfonsín, el brusco volantazo de Menem del “populismo folklórico” al
neoliberalismo brutal, el final de De La Rúa y las concesiones draconianas que
los principales grupos del poder económico le arrancaron a Duhalde en su
gobierno provisional, como la pesificación de las deudas en dólares.
Lo dicho no supone ignorar que
existieron errores (incluso groseros) de cada uno de esos gobiernos que
determinaron el contexto en el que se fueron del poder, sino entender que, por
encima y por afuera de la democracia formal, operaban entonces y siguen
operando hoy, fuerzas para las cuales la democracia en sí como sistema,
sustentado en la voluntad popular y en consecuencia y por definición cambiante
e imprevisible, nunca fue un dato de la realidad a tener demasiado en cuenta,
ni un obstáculo que se interpusiera en la defensa de sus intereses.
No se pueden asombrar ahora
algunos de que nuestras clases dominantes latinoamericanas (disculpen si usamos
una terminología no tan boga, pero que entendemos más clara) vienen flojitas de
papeles en términos democráticos, cuando acá mismo, en nuestro país, tuvimos
ejemplos concretos de eso: el Grupo Clarín que le soltó la mano a Alfonsín (el
“ustedes ya son estorbo” de Magnetto) y luego repitió los movimientos con Menem,
Duhalde y Néstor Kirchner: mientras había obtenido la anuencia del gobierno de
éste último para fusionar los cables y ampliar su dominio en el mercado de la
comunicación audiovisual, pretendía condicionar la sucesión presidencial
objetando la candidatura de Cristina, y a las pocas semanas de que se
inaugurara su gobierno (al que accedió con un triunfo rotundo en primera
vuelta), ponía todos sus fierros mediáticos al servicio del levantamiento
agrogarca contra las retenciones móviles. Levantamiento que, recordemos, derivó
en la implantación de un vicepresidente opositor al interior del Poder
Ejecutivo, en el que todos los factores del poder económico veían por entonces
el hombre providencial para una salida anticipada del gobierno de CFK; todo eso
ante de la disputa por la ley de medios.
Sin que nos conste que este haya
sido el caso de Castellani, recordamos sí que entonces muchos (algunos que hoy
niegan que en Bolivia haya habido un golpe) ninguneaban a Horacio González y
los intelectuales de Carta Abierta por advertir que con el conflicto del campo
se instalaba en el país un clima destituyente. Y pasado el conflicto del campo
(con el triunfo de las patronales, forzando en el Congreso votos en contra de
los mandatos electorales recibidos), sobrevino la pelea por la ley de medios
(aprobada por amplia mayoría en el Congreso, convalidada por la Corte Suprema);
en la que Clarín apeló en defensa de sus intereses a todas las herramientas
disponibles, sin excluir por ejemplo la colusión de intereses con los fondos
buitres que demandaban al país en tribunales extranjeros, para bloquear los
pagos de la deuda reestructurada.
Hay quienes tienen la tendencia
de “escribir en difícil” para hacer pasar por hallazgos reflexivos extraordinarios
constataciones de hechos que están a la vista de todo el que los quiera ver, y
cierto escozor por llamar a las cosas por su nombre, disfrazado de duda
conjetural. Eso sin contar que muchos han descalificado a los procesos
populares de América Latina en los últimos años (y en especial al kirchnerismo)
como paranoides conspirativos que veían amenazas a la democracia por todas
partes, o pendencieros por naturaleza, siempre listos a meterse en conflictos
innecesarios. La brutalidad de la derecha (en Bolivia, en Chile, en Ecuador, en
Brasil, acá también, con Macri) para imponer o sostener sus privilegios de
clase llevándose puestas a la democracia y las libertades si es necesario,
debería llamarlos a la reflexión y a un silencio obsequioso, en lugar de seguir
fungiendo de tirapostas.
Si no comprendemos claramente que
nuestras clases dominantes jamás tuvieron nada parecido a “compromiso
democrático”, estaremos naturalizando conductas profundamente antidemocráticas
como el pliego de escribano a Kirchner, los sempiternos manifiestos de los
coloquios de IDEA exigiendo a todos los gobiernos, en todos los tiempos, las
mismas políticas, la apuesta del empresariado por Macri no en el 2015 sino
ahora, en la etapa final de su gobierno y con el desastre producido a la vista
(armando un grupo de Whatsapp para influir en favor de su reelección, siendo
como fue el menos democrático de todos los gobiernos democráticos), o la
pretensión (puesta por escrito) de la AEA y el Foro de Convergencia Empresarial
de que Alberto Fernández mantenga en su
gobierno en puestos claves a funcionarios del macrismo derrotado en las urnas:
para entender que allí no hay nada de compromiso democrático no hacía falta
irse a Bolivia, o que muriera gente.
Pero volviendo a Castellani, si
su análisis va de lo obvio a lo flojo, termina derrapando en la solución
propuesta ante la constatación de que las élites no serían todo lo democráticas
que se pensaba: “ampliar las bases de sustentación, no quedando atrapados en la
grieta”. Porque ahí uno entra a dudar si realmente capta entre quienes es la
grieta real, la que incide en la estabilidad de todos los gobiernos, incluso el
que viene y aun no comenzó, pero sobre el cual vienen ejerciéndose presiones
desembozadas desde su triunfo en las PASO, hace tres meses.
La grieta es de intereses, y
también de convicciones democráticas, entre los que apuestan a defender los
suyos con los instrumentos que brinda la democracia (en especial pero no
solamente, el voto), y los no vacilaron ni vacilarán nunca en defender los
suyos con todas las armas a su alcance, dejando de lado la democracia si
molesta. Daría la impresión (podemos equivocarnos) que Castellani supone que la
grieta es un fenómeno folklórico de ribetes futbolísticos, propio de las
“minorías intensas” (concepto éste con el que desde la “academia” se pretendió
descalificar al kirchnerismo), y respecto del cual la mayoría de los ciudadanos
son meros espectadores, que no participan.
Ampliar las bases de sustentación
de un gobierno (en un sentido más amplio, solidificarlo) requiere por el
contrario profundizar la grieta real, afectar intereses, tener la decisión de
utilizar los resortes institucionales del Estado para redistribuir riqueza,
ampliar o sostener derechos, modificar el modelo productivo, administrar las
divisas en función de prioridades o terminar con el desangrado de los recursos
públicos a través de la fuga de capitales o la evasión y elusión impositiva;
solo posible por el poder de lobbies corporativos que bloquean todo intento de
establecer un sistema tributario sobre bases más progresivas.
Cediendo, conciliando, admitiendo
poderes de lobby extra-institucionales para torcer el sentido del voto popular
en aras a “comprar gobernabilidad”, el final es cantado, y no será otro que el
de Dilma Rousseff. Los modos que se empleen para llegar allí (golpe
parlamentario, golpe de mercado, golpe tradicional) son secundarios al
objetivo, y el credo de las clases dominantes podría expresarse en estos
términos: “Creo en la democracia si no tengo más remedio que aceptarla, y en
tanto sirve a mis propósitos. La condiciono cuando no hace lo que quiero, la
destrozo si avanza sobre mis privilegios.” Hoy y siempre.
Por eso decimos que la pregunta
de Castellani (¿hasta donde llegan las
convicciones democráticas de las élites en América Latina?) es bastante boba, y
la respuesta es muy sencilla: ni a la esquina. Y entenderlo es un insumo
indispensable para hacer política sin morir aplastado en el intento, por la
dinámica de funcionamiento de esas mismas élites. Tuit relacionado:
El tema es que entonces las dictaduras empezaron a retroceder, porque EEUU les soltó la mano ya que se volvieron inviables. Hoy están volviendo porque las alienta, para sus objetivos estratégicos. https://t.co/k4JbKPg6yH— La Corriente K (@lacorrientek) November 16, 2019
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