DEFINAMOS "SOCIAL"

Leemos a Lulú en la tribuna de doctrina: "La reacción social contra figuras emblemáticas de un gobierno ha sido siempre la manifestación de un final de ciclo político. Llama la atención, en este caso, el acelerado proceso de declinación de un gobierno que sólo está llegando al primer tercio del tiempo de su actual mandato. "

"Desde los cacerolazos del 13 de septiembre y, sobre todo, del 8 de noviembre, un sector importante de la sociedad parece haber copiado la militancia del kirchnerismo. El otro es el enemigo. El enemigo no merece piedad. Tal dinámica es obra de los que tienen el poder, creadores de una lógica que ha hecho de la palabra violenta un método."

"El núcleo del problema es, entonces, el conflicto de la Presidenta, y del oficialismo en general, con cada vez más numerosos sectores sociales. Analistas de opinión pública están seguros de que Cristina Kirchner se enfrentará en los próximos meses con encuestas que se irán empobreciendo inevitablemente. La deducción se respalda en que ninguna de las grandes quejas sociales (inseguridad, inflación, soberbia presidencial) parecen tener un remedio cercano. El repudiable escrache es una mala práctica, pero es también un termómetro fiable de la opinión social."

"El debate por los escraches podría ser tan interminable como legítimo, pero no escondería nunca el centro del conflicto. Ese conflicto es político y consiste en una lejanía cada vez mayor entre los que mandan y vastos núcleos sociales. Esa distancia es más grande con las clases medias urbanas y con los afrentados sectores rurales. Los que estaban en Buquebus y en San Lorenzo. Los que le propinaron al kirchnerismo su primera gran derrota política, la guerra con el campo, y la segunda, los numerosos cacerolazos de septiembre y noviembre últimos.

Esa lejanía es la más importante y peor novedad para un año de cruciales elecciones, cuando el poder se jugará la imposible ambición política de alcanzar la eternidad."

Pasemos por alto los reiterados intentos que hay en la columna de justificar los escraches a funcionarios, o atribuir el "clima de crispación" a exclusiva responsabilidad del gobierno, o barbaridades varias (como que el otrora gacetillero -y algo más- de Bussi en Tucumán diga que "La sociedad argentina ha sido históricamente refractaria a un poder prepotente."), para concentrarnos en lo que Morales Solá entiende por "sociedad"; es decir los sectores que estarían hartos del kirchnerismo.

De la lectura del texto (ver las partes subrayadas) surge claro que, desde las principales plumas de los medios opositores, se persiste en suponer que el país vive el mismo clima de las elecciones legislativas del año 2009, post conflicto por la 125; como si el rotundo triunfo de Cristina en el 2011 no hubiera sucedido; con todo lo que supuso en términos de metabolización de la derrota por el kirchnerismo, y praxis política para reconstruir su preeminencia, sustentada en la gestión de gobierno y en medidas concretas; ciertamente respaldadas por el electorado de un modo contundente.

Los "sectores importantes de la sociedad" que serían "cada vez más numerosos" y constituyen la "peor novedad" para el gobierno de cara a las elecciones legislativas, se reducen en defitinivas (porque lo dice el propio Morales Solá) a "las clases medias urbanas" (definición sociológicamente gaseosa si las hay) y "los afrentados sectores rurales"; de escasa (ay) magnitud en el padrón electoral; y en declinación constante en el imaginario colectivo desde su cénit allá por ese mismo 2009.

Lo que JMS pinta como "hartazgo social" no es sino en definitivas la expresión del descontento de sectores que no votaron a Cristina en el 2011, y muchos que tampoco lo hicieron en el 2007, con dos agregados que necesariamente deben hacerse: como los personajes de Pirandello que buscaban un autor, vagan huérfanos de representación política en el vasto (por cantidad de figuras, no necesariamente por volumen electoral o político) conglomerado opositor; y no cuentan ya como en las jornadas de la revuelta de las patronales agrarias, con ese sujeto social que supone unificarlos y darles cierta consistencia política; luego desvanecida por las propias limitaciones de su proceso de gestación.

El propio colectivo cacerolero está en trance de reacomodamiento y fragmentación, por la convergencia de una serie de factores: cautelares en la justicia a favor de Clarín y la Rural, temporada veraniega y vacaciones al exterior que alivian tensiones, disputas por intentos de cooptación partidaria del fenómeno, y -por que no- hasta el retorno de la fragata Libertad.

La significativa importancia que Joaco le asigna a episodios menores como el escrache a Kicilloff o los silbidos a Boudou, calificándolos como "termómetros fiables de la opinión social", trasunta más una expresión de deseos suya, que un dato contundente de la realidad.

Lo que no quiere decir que el gobierno no enfrente dificultades, o que la inflación o la inseguridad no sean problemas a tener en cuenta (de paso: poner en el mismo plano de preocupación "la soberbia presidencial", es bastante revelador de un modo ombliguista de razonar); sino que no parecen tener la virtualidad de producir un fenómeno tantas veces anunciado desde las tribunas mediáticas de la oposición desde octubre del 2011 para acá: la "fuga" de electores de Cristina hacia las propuestas (?) políticas opositoras.

Más allá de que no puedan aventurarse ahora los números finales de la elección, y que falten transcurrir varios meses hasta entonces, esa es la principal certeza política para analizar que puede pasar cuando se abran las urnas.